A la hora de contabilizar los daños que políticamente hablando dejó la novela del Impuesto a los Ingresos, casi todos los sectores políticos terminaron con heridas. Hubo héroes y villanos y fueron muy pocos los que salvaron la ropa. Autocríticas sinceras se necesitan.
El senador Miguel Angel Pichetto lideró el podio de los grandes ganadores, no sólo por su muñeca parlamentaria, sino porque delineó dentro de la interna del justicialismo un espacio de encuentro y supo recoger el barrilete desde el consejo de "no calentarse para no perder", algo que Diego Bossio y Sergio Massa habían tirado por la borda unos días antes, a partir de su inexperiencia y/o de su soberbia.
Si de perdedores se habla, los saltos de Massa han quedado fijados en la opinión pública como algo de difícil explicación. Votar con el kirchnerismo y aceptar sumar proyectos, cuando la prolijidad de Marco Lavagna lo llevaba a un mejor puerto que la fe de erratas de Axel Kicillof, lo dejó expuesto al recuerdo permanente de su paso como Jefe de Gabinete de Cristina Fernández.
Y mucho peor luego, con la voltereta que le hizo dar al Frente Renovador, seguramente persuadido por las encuestas de la metida de pata que había cometido. El massismo explica la movida en la intransigencia de Cambiemos, quien había presentado un proyecto de mínima que todo el mundo creía que era para partir diferencias y que, en un momento dado, a la hora de afinar el lápiz, alguna orden interna empantanó definitivamente.
Justamente, desde el "mazazo" que le significó haber perdido aquella votación en Diputados, el Gobierno tuvo que rebobinar y recurrió a alguien que sí sabe de política, como Rogelio Frigerio, otro gran ganador de estos días, para emparchar el desaguisado. Resultado: desde lo fiscal el Gobierno terminó peor que como había empezado y tuvo que ir al pie de Pichetto y los gobernadores, finalmente ganadores desde la caja.
Políticamente hablando, dentro del peronismo se fortalecieron los liderazgos de Juan Schiaretti y de Juan Manuel Urtubey, junto a los más jóvenes de la lista, Sergio Uñac y Domingo Peppo.
Y aún con el descrédito que siempre arrastran, los sindicalistas de la CGT se convirtieron en el fiel de la balanza, ya que el peronismo estuvo de acuerdo siempre en aceptar lo que ellos negociaran y así, ganaron protagonismo.
Sin embargo, en el medio de esta movida dialoguista, los gremios del Transporte hicieron un paro bien "salvaje", a las cinco de la mañana para apretar al Gobierno, pero condicionando los viajes hacia sus tareas al resto de los trabajadores y así, jugaron con el presentismo de muchos.
Lo mejor de toda esta lamentable novela armada detrás de este impuesto tan injusto es que se llegó a este final de consenso, con votaciones holgadas en las dos cámaras, debido al diálogo que alguna vez faltó.
El Presidente ya ha utilizado este argumento, sobre el que no le falta razón, pero hay que recordar que ese acercamiento de objetivos fue aceitado convenientemente por los aportes de los ATN. Y por último, hay que reparar en el kirchnerismo y en la actitud que tuvo en las dos cámaras. En el Senado no rompió el bloque y los legisladores se quedaron en el recinto para sustentar la abstención. En la Cámara Baja, se pararon y se fueron para marcar la cancha, en una actitud que sirve más de cara a la interna que al conjunto de la ciudadanía.
Para los K más cerriles, los senadores que responden a Pichetto son traidores y estos diputados que se retiraron se han comportado como ídolos. En todo caso, la coherencia exhibida los transforma netamente en ganadores entre quienes habitan ese mundo de dureza ideológica, aunque se parezcan más a una secta que a una franja de un partido político al que ahora dicen querer pertenecer y al que, cuando eran gobierno, ninguneaban llamándolo "pejotismo" y querían reemplazar por otra sigla.