¿Quién es Pedro Lemebel, la figura más importante de la Feria del Libro?

Acaba de ganar el Premio José Donoso a las Letras. Su vida, sus textos, su sexualidad, su mirada, su historia, son aspectos indivisibles de un escritor que provoca y cautiva. Presentará el espectáculo “Plumas humanas” el domingo 6 de octubre, en el Centro

¿Quién es Pedro Lemebel, la figura más importante de la Feria del Libro?
¿Quién es Pedro Lemebel, la figura más importante de la Feria del Libro?

Es 2013 y Pedro Lemebel recibe el Premio “José Donoso” por “ … sus acciones de arte, su manera de vestirse como mujer, sus provocaciones en actos literarios…”. No sabemos muy bien qué quiere decir eso de vestirse como mujer (Pedro contesta desde Chile:

“Me parece que fue una opinión a la rápida de uno de los organizadores, por cierto es divertido si fuera por eso”), sí estamos seguros de tres cosas: nadie merece más este premio, le viene perfecto y nadie va a gastar mejor esos dólares que la marica más zarpada que nos dio el aburrido mundo de las letras. Y a saberlo: nunca es tarde para ponerse tetas”.

El escritor chileno José Donoso tenía una hija, Pilar, quien con valentía se enfrentó a los diarios de su padre ya muerto y, después de años de idas y venidas y depresiones, finalmente terminó de escribir el ensayo sobre la vida de Donoso:

“Correr el tupido velo”, un libro tan excelente como triste, pero bien. El velo que tapaba la homosexualidad de Donoso es el mismo velo que Lemebel usa para montarse, para hacerse mujer india y misteriosa o geisha o Frida; el mismo velo que arruina la vida de uno, le da al otro eso que lo salva. En su libro Pilar narra la envidia y la soledad en que vivía su padre (una tristeza muy cheeveriana, quizás sea por eso que ambos escritores tienen en sus diarios una parte importante de su obra).

Hay que tener en cuenta que Lemebel está viviendo en el Chile del empresario multimillonario Sebastián Piñeira; un gobierno que homenajeó a torturadores como Krassnoff, que cerró el diario La Nación donde Pedro escribía. Un gobierno que lo persigue, especialmente desde que publicó una carta al candidato Piñeira y después creó el escupitajo más bello de los últimos años.

Si hay algo que caracteriza a Lemebel es que no es inofensivo. Es un arma que se sabe usarse perfectamente a sí misma.

Yo lo vi en 2011, sentado en la escalera de “Cultura” cuando vino a Mendoza, cubierta de telas y ponchos con la mirada serena esperando actuar. En esa ocasión interpretó -entre otros- su texto “Ministro Piñerarte” (se lo puede encontrar en Youtube), donde cuenta cómo una mañana, medio de resaca y medio para impresionar a su amante ecuatoriano y medio porque le salió, respondió al saludo del ministro de Cultura Luciano Cruz-Coke con un escupitajo en el suelo, exactamente a un centímetro del lustroso calzado del funcionario. ¡Esto es muy feo!, le reclamó el ministro. Y Pedro aclara: “ … yo tenía razón porque al día siguiente el ministro aparecía en el diario declarando que yo era un pegao, un nostálgico resentido; los cuicos se olvidan, no tienen memoria, porque la memoria la manejamos nosotros, a ellos no les conviene acordarse. Soy “tellible de resentida”.

Para colmo de males la resentida fue diagnosticada con cáncer de laringe, pero ya lo superó o en eso está, ahora tiene una nueva voz y quizás ya no vestido de negro, luego de seis años, presenta un nuevo libro: “Háblame de amores”, una recopilación de crónicas, que lleva en la tapa una foto de Pedro jovencísimo, sin maquillaje, ni montaje alguno, ya no es una Frida, ha vuelto a ser un chiquillo en un día de playa.

Frescas, pero fresquísimas

Es 1989 y Pedro y su amigo Casas montan desnudas una yegua (también desnuda) y así entran a la Universidad de Chile y entran a la Historia del Arte, antes muerta que sencilla. Las performances que el dúo de Yeguas del Apocalipsis pusieron en práctica removieron casi todo lo removible en una sociedad pacata y conservadora (nada que ver con la nuestra), el arte, el feminismo, los derechos humanos, la visibilidad marica, la actitud punk, el atrevimiento de irrumpir en un espacio aún intervenido por la dictadura de Pinochet no tiene precio.

Las Yeguas fueron únicas en Latinoamérica entre otras cosas porque desde su travestismo reivindicaron la causa de los detenidos desaparecidos chilenos, como parte de su accionar.

Otro día, en la Comisión de Derechos Humanos las Yeguas bailan la cueca sola, la misma que bailaban las mujeres de los detenidos desaparecidos; las dos visten de negro, descalzas bailan sobre vidrios de botellas de coca cola rotas, mezclando su sangre mutuamente y con un mapa de América Latina. Y bailan todas las figuras, el ocho, el semicírculo, las vueltas, y en cada figura las Yeguas se desangraron un poco más. Solo se escucha el golpe de los pies bailando sobre vidrios (ellas llevan un walkman pegado al pecho desnudo) mientras el mapa se tiñe de rojo y las Yeguas gritan: Compañero Mario alias La Rucia caído en San Camilo. ¡Presente!

Es 1989 y las Yeguas responden a una entrevista en la revista Cauce:

¿Por qué Yeguas? Nosotros somos chamanas sexuales, iniciadoras de hombres.

¿Quiénes son? Dos maricas.

¿Qué quieren? Uff, imagínate; una torre de Babel, un holocausto.

¿Que proponen? Una patria sin semáforos, una bandera, una ventana para el niño homo; la gente nos ve como dos viejos degenerados, se olvidan que fuimos niños.

¿Cuántos son? Dos, porque dos es el destino.

La Bolaños

Es 1996 y Lemebel publica “Loco afán: crónicas del sidario”.  Este es un excelente libro para empezar a conocerlo, su crónica-diatriba- manifiesto-poema  “Hablo por mi diferencia” está ahí, esperando ser recitado y amado.  La mayoría de las crónicas transcurren en los años ochenta, momento de proliferación de la enfermedad en el mundo y de la dictadura en Chile y de la era Reagan en EEUU.

Lemebel impone su estilo barroco con una precisión asombrosa en ese libro, es como si otra prosa no cupiera en esas historias donde la memoria y la historia intima confrontan y se mezclan con La Historia Nacional, a veces literalmente, como cuando el cortejo fúnebre de La Chumilou se cruzó en la Alameda con las marchas que festejaban el triunfo del NO (o sea la vuelta a la democracia): los jóvenes felices, sintiendo que tenían futuro, cantando eufóricos, abrazando a las marimoñas tristes y sin futuro que acompañaban el funeral de la Chumi. “Y por un momento se confundió duelo con alegría, tristeza y carnaval”.

En “Loco afán” los sobrenombres son un festín y una corroboración de la tesis  de la investigadora en lingüística local Jennifer Planes, sobre el excesivo y condenatorio uso del apodo en Mendoza una prueba más de la pertenencia mendocina a la cultura chilena. O es que en los pueblos las personas se adjetivan más, según pone Sasturain.

Una de las historias más hermosas que cuenta Lemebel en este libro es la de Ernst Böttner, un chiquillo descendiente de alemanes que crece en el sur de Chile, un niño homo que persiguiendo aves y sueños termina recibiendo una descarga eléctrica que le quita ambos brazos. Luego la gangrena, el viaje a Alemania y la vida adulta sin brazos y su posterior transformación en Lorenza, la travesti Venus de Milo, la siempre acompañada por su madre.

La misma historia cuenta Roberto Bolaños en su libro “Estrella distante”. Bolaños fue elogioso con la literatura de Lemebel, siendo una gran influencia para que se internacionalizara su obra a través de la misma editorial donde publicaba Bolaños.

Entre ambas versiones de la historia de Lorenza hay una diferencia fundamental en el contenido (y también en la prosa, claro); al narrar la vida de esta criatura Bolaños imagina un momento de total desesperanza y abandono en que Lorenza salta desde una roca usada exclusivamente por suicidas (y que no faltan en cada trozo litoral chileno que se precie) y se hunde en el Pacífico para, rodeada de oscuridad primero, resurgir después, siguiendo la luz del sol, aprendiendo a nadar sin brazos y a abrazar la vida sin ellos. A Lorenza le parece un tanto redundante matarse durante una dictadura, según Bolaños.

En cambio la Lorenza de Pedro nunca siente pena por sí misma, nunca intenta morir por su condición de freak o por lo que sea; claro que abraza la muerte en un momento, pero es otra muerte, menos voluntaria y más general.

Hay una tercera versión de la historia de Lorenza y la cuenta una revista infantil chilena llamada Mampato, allí la historia del pequeño Ernst sin brazos Böttner es un ejemplo de superación y de arte, pues a esa tierna edad comienza a pintar tomando el pincel con los pies.

Lorenza representa toda la marginalidad posible, además de lisiada y no del todo chilena era travesti y no le quedó casi otra que se artista; llegó a posar para Robert Mapheltorpe antes que el sida se la llevara.

Be yourself, everyone else is already taken

Chile aparece como un perverso país provincia en las historias de Pedro, un país al que pertenecemos los mendocinos mucho más que al Virreinato del Río de la Plata; un país donde las vírgenes aparecidas en las cortezas de los árboles o en los gallineros llegan a los noticieros, como en “La Ciénaga”, como en Mendoza.

Si Pedro fuera argentino nos contaría la historia de Malena Candelmo. Una vez lo escuché en “Cucuruchos en la frente”, Fernando Peña lo entrevistó y se pelearon mal, lucha de clases, estuvo genial; no todo está en internet, sabélo.

En el prólogo de “La esquina es mi corazón” Carlos Monsiváis dice que Pedro es un fenómeno, en su doble acepción: un escritor notable y un freak. Yo digo que Pedro pertenece a una tradición menos extendida, iniciada y terminada con Oscar Wilde, la del puto sincero, la tradición de la boca que tiene un costo.

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