Quien no conoce su historia está condenado a repetirla - Por Sebastián Piña

Quien no conoce su historia está condenado a repetirla - Por Sebastián Piña
Quien no conoce su historia está condenado a repetirla - Por Sebastián Piña

Con la frase del título de la presente nota, se introduce musicalmente la popular serie colombiana que relata fríamente parte de la historia de ese país mediante la vida de Pablo Escobar, y que podemos asociar con distintos hitos y personajes de la historia mundial, pero enlazados en una misma conclusión: las naciones que no conocen su historia están condenados a vivir de la misma forma que lo vienen haciendo.

El gasto público es el pecado original argentino, siendo la génesis de todos los males económicos. El exceso de gasto eleva la presión tributaria, consume el ahorro, desploma la inversión, deteriora las cuentas externas, induce al endeudamiento y a la monetización del déficit. Como broche de oro: estanflación (estancamiento del crecimiento con inflación).

Según los datos presentados por el Observatorio Fiscal, entre 2004 y 2018 el gasto público consolidado ascendió desde 26% puntos del producto a 46%; el resultado financiero consolidado descendió desde un superávit del 3.3% del PBI a un déficit de 7.8%; la presión tributaria consolidada ascendió desde 26% a 42%. En ese periodo, la cuenta corriente con el exterior redujo el superávit de 2.5% del PBI a un déficit de 6%; la inflación subió desde 5% a 47.6%. Las transferencias del BCRA al Gobierno fueron incrementándose desde 0.1% en 2006 hasta máximos del 3% en 2015, el endeudamiento se normalizó en mínimos de 38.9% en 2011 y logró máximos del 86.2% en 2018. El crecimiento del PBI promedio del 6% entre 2003-2010 se estancó en 2011, momento desde el cual no crece. En este periodo, la pobreza nunca bajó del 20%.

Argentina hoy registra un ahorro privado retraído al considerar depósitos, capitalización bursátil o deuda corporativa en términos del PBI. Según datos presentados por la OCDE, al comparar con sus países miembros, Argentina registra las más bajas tasas de apertura comercial e integración a las cadenas globales de valor, ínfima inversión extranjera directa y altos niveles de percepción sobre corrupción.

Desde su independencia, Argentina ha presentado innumerables shocks económicos por gastar más de lo que recauda, pero el circulo vicioso entre el exceso de gasto público e inflación se evidencia desde mediados del siglo XX.

Entre los años 1946-1948 el gasto público trepó desde 20.7% puntos del producto a 45.4%, elevando así el déficit fiscal al 15%. El modelo nacional/distribucioncita de Perón, focalizado en sustitución de importaciones, desarrollo de la industria a expensas de la agricultura, nacionalización de las grandes empresas, creciente poder sindical y estricta regulación de la economía, fue responsable de un salto categórico de la inflación, dando origen a un fenómeno que perdura hasta la actualidad.

Enredado con desbalances macroeconómicos en las cuentas internas y externas, durante la gestión peronista el PBI per cápita creció 9% mientras el registrado los países europeos y el resto de los latinoamericanos “grandes” superó el 30%.

En 1955 el bombardeo a la Plaza de Mayo para derrocar a Perón daba pie a lo que luego fue la “Revolución libertadora”. Este gobierno de transición, a pesar de atacar la inflación adoptando políticas monetarias ortodoxas, no logró alinearla con aquellas que reducen su origen estructural: déficit fiscal. En el año 1958 asume Frondizi la presidencia fortalecido por negociar el voto peronista, cuya proscripción no le quitaba una presencia importante. La implementación de su modelo desarrollista se desdibujó por no haber adoptado a tiempo los ajustes macroeconómicos necesarios para controlar la inflación, y culminó con la falta de determinación para continuar con el ajuste hacia equilibrios fiscales tardíamente iniciados, al ceder a los reclamos sindicales que obligaron retomar la monetización del déficit. La inflación no bajó del 20% anual, con pico de 120% en 1959.

Las debilidades de las cuentas fiscales, siempre bajo presión por la inestabilidad política y los cuellos de botellas que impone el sector externo, fueron traducidas al resto de la economía en los años 60-70, dando lugar a un crecimiento inestable, y convergiendo a una inflación de 444% en 1976. Tanto el gobierno de la dictadura militar de los años 70 como la vuelta a la democracia en los 80 continuaron afrontando deterioros fiscales que indujeron a su monetización por parte del BCRA. Vulnerables a eventos externos, como la crisis de endeudamiento latinoamericana, y la persistente inestabilidad política interna, convergimos a la ronda de hiperinflación entre 1989-1990, culminando así un periodo de 20 años en los que el PBI per cápita se redujo un 20%.

Durante la Convertibilidad de los ’90 nos olvidamos por 10 años de la inflación. Pero a pesar de la reforma del estado, el deterioro fiscal no estuvo al margen. El impulso de los primeros años se fue disipando a lo largo de los años, y la pérdida de competitividad y creciente déficit fiscal, dejó abierta la puerta a nuevas vulnerabilidades ante shocks externos, para cerrar así la década con una impactante crisis de deuda.

Estos eventos son unas de las tantas anécdotas sobre inflación que un adulto de 74 años les puede contar a sus descendientes. En su historial acumula largos dígitos de inflación y 24 años en recesión. Si bien su ingreso promedio, medido como PBI per cápita, creció un 100%, el de sus vecinos de América Latina lo hizo en un 208%.

Lo concreto es que deberá ser sumamente objetivo y cuidadoso para contar su historia, ya que su hijo de 41 y su nieto de 10 años llevan vivido el 39% y 50% de sus vidas, respectivamente, en recesión.

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