Entrevistar a Quentin Tarantino siempre es atractivo. Es un tipo tan absorbente como fascinante, habla a mil palabras por minuto, nunca deja una pregunta sin respuesta, es incisivo, inteligente, y cinéfilo, por lo que cuando abre la boca -enorme- hay un fuerte posibilidad de que lo que diga esté emparentado con algún filme o un cineasta.
Tarantino dialoga como uno imagina que filma.
Tal vez tenga el cabello teñido, o no. No viste lo que se dice con elegancia. Al margen, sus zapatillas Converse dicen Tarantino en el borde.
Ya nos dirá que no, no es como antes, que veía dos o tres películas por día. Ahora, en el Hotel Carlton, de Cannes, tiene una de qué hablar. Y de la que habla todo el mundo:
"Había una vez... en Hollywood", ambientada en Los Angeles de 1969, con un actor y su doble (Leonardo DiCaprio y Brad Pitt), con el primero siendo vecino en las colinas de Sharon Tate. Sí, la mujer de Roman Polanski que fue masacrada junto a otros amigos el 9 de agosto… en su casa.
La entrevista tiene lugar pocas horas después de la première mundial de la película, que se estrena hoy en la Argentina, cuando su pedido porque no se espoileara nada a la prensa acreditada en el Festival era uno de los leitmotivs por la Croisette.
Ansioso, sus risas y carcajadas, estentóreas, pueden responder a su nerviosismo exacerbado, pero no a un estado de intranquilidad.
-Dijiste que esta película es tu carta de amor al Hollywood de tu infancia. ¿Por qué sentiste que necesitabas hacerlo?
-La gente cuando dice Hollywood lo hace en referencia a la industria del cine, y, OK, eso es parte de toda la película. Mis recuerdos van más allá, tienen que ver con Hollywood, la ciudad, con Los Angeles. Lo que traté fue de recrear esa época, que conocí en mi infancia, porque yo vivía en Los Angeles por 1969 (tenía 6 años), y procuré verla con mis ojos de niño, y retratar esos tiempos lo más fiel que me fue posible.
-Pero hay una simbiosis, una amalgama entre los personajes que creaste y los de la vida real. No sólo Sharon Tate: Steve McQueen, Bruce Lee. ¿Cuál es la diferencia entre ser estrellas del cine hoy con el mundo de la selfies, con respecto a lo que eran las estrellas en el '69?
-No podías imaginártelo por entonces, que había tanta distancia entre las estrellas y el público. No estoy en las redes sociales, no tengo Facebook, nunca tuve Twitter, ni Snapchat, ni ninguna de esas basuras. No me fijo qué dicen las noticias acerca de mí, así que, si en algún país en el que no sé hablar su lengua, dicen algo de mí, no me entero.
Puedo escuchar lo que dicen que dicen de mí, pero no va a afectar mi día. “Dicen esto de vos”. ¿So, what? -enfatiza él ¿Y qué?- ¿Gossips, chismes? No me molesta.
-¿Cuándo ves que la historia que está en tu cabeza está lista para ser hecha?
-Raramente me ha sucedido en los últimos veinte años que una idea me explota y me digo: “Hey, ¡una nueva idea!, quiero sentarme y ponerme a escribirla”. Me ha pasado un par de veces, sí. Pero la mayoría de las veces es más como que las ideas vienen hacia mí y escribo algo para ver hacia dónde me lleva, y las debo poner en una incubadora. Y están ahí, y el bebé puede morir, o ponerse más fuerte, y puede que me enfrasque en el proceso de otra película, y puede que me sirva para la próxima, lo chequeo, y si no estoy ocupado, trabajo un poco alrededor de ella, y tal vez pueda perder interés o acrecentarlo, pero si no es el momento de escribirla en una hoja... Siempre me resulta sorprendente cuando me digo después de dar vueltas, “Estoy listo ahora”. Con esta idea de la película estuve trabajando en mi cabeza y más por espacio de seis años, y entre proyectos. Así me pasó con los últimos proyectos, me digo “Oh, mierda, ¡ voy a hacer esto, voy a terminarla, así que hacia allá vamos! Jajajajajajaja.
-En la actualidad se habla mucho sobre cómo se representa a la mujer en el cine. En tu proceso de elaboración del guión y en los ensayos, ¿cómo navegás estas discusiones?
-Yo trabajo muy, muy fuerte, muy duro. Y ninguna crítica social afecta mi trabajo. No es mi trabajo, lo repito, preocuparme por la crítica social, o ese juzgamiento, hago lo que hago, pueden decirme que soy ridículo, o decirme lo que quieran, pero lo que es, es. Lo que no pienso es cambiar mi obra para adecuarme a la actual corrección política. Y no es por esta película sino por todas, todas las veces. Ojalá tu trabajo pueda verse de diferentes maneras en veinte años, me digo.
-¿Creés que Scorsese puede verse distinto desde hace 25 años a hoy?
-El tiempo ahora es muy diferente de los ’90.
-¿En qué manera?
-Vos ya sabés. Jajajajajajajajaja.
- Hay una historia ficcional e historia real, personajes auténticos y otros creados por vos. ¿Cómo coexistían en tus primeros bocetos?
-En verdad, en cierto punto todo se unió, se amalgamó. Pero debo decirte, la génesis de la película cronológicamente arrancó nueve años atrás, cundo estaba haciendo una película, con otra estrella, y él tenía un stunt, un doble de riesgo que había trabajado durante mucho tiempo con él. No teníamos en realidad nada para ofrecerle a este tipo, nada para que hiciera en nuestra película, pero el actor insistía, con buena onda, “podría hacerlo, tengo este tipo”. El diálogo era “No es apropiado”, “Pero él puede hacer algo”, “Seguro”, le dije. Bueno, el doble vino y había una muy interesante dinámica. Primero podés decir que se veían exactamente uno como el otro. Quiero decirte, podrías hacer un close up de los dos y estaba bien, no los diferenciarías. En mi película, no, Brad y Leo no son tan parecidos. Como sea, lo otro interesante era que este doble trabajó por un día en el set, pero no estaba trabajando para mí… Era obvio, estaba trabajando para el actor. Ese era su jefe, no era yo, ni por la película, “¿Estás feliz?”. “Si Blablá está feliz, soy feliz”, me dijo. Yo estaba sentado en la silla del director hablando con ambos y me dije, ésta es una interesante relación… Imaginate a estos dos tipos, ésta es una relación fascinante a lo largo de los años, quizá podría hacer una película sobre Hollywood, y quizá ésa sería una manera de aproximarme a él. En esa historia, así surgió, esa fue la chispa para que naciera “Erase una vez… en Hollywood”.
-¿Y qué fue lo primero que escribiste?
-Estaba en un cuarto de hotel, en Austin, y empecé a escribir como si se tratara de una novela. Pero me centré, durante años, en estos personajes, más que en una historia. Al principio, mi idea era que todo fuera más melodramático. Y terminé contando unos cuantos días en las vidas de estos personajes. Igual, creo que éste es el fin de mi trilogía de la calamidad. Jajajajaja. Jajajajaja.
-Hay una escena en particular, cuando Sharon va al cine a ver su película. Vos, ¿cómo ves tus películas?
-Yo trabajo muy duro en mis películas y con todo lo referido a ellas, me interesa saber las reacciones del público cuando la ven, eso es la paga, ese es el premio más importante de todos los que hay en el mundo. Cuando estaba editando “Había una vez…” me preguntaba si la película afectaría al público, si es eficaz con la gente, ¡aunque a mí me guste! Entonces, cuando escucho al público en el cine reaccionar y, sí, si bien las primeras proyecciones pueden ser fantásticas y las premières realmente muy divertidas, no hay nada que pueda derrotar, compararse, con ir a ver esa película en un cine lleno de gente, que dejó de hacer lo que tenía que hacer para ir a ver lo que hiciste.
Decidieron que ese día, a esa hora, iban a ver tu película, tomaron su dinero, con todo lo que les puede costar reunir esa plata, para comprar una entrada e ir a ver tu película.
-Tus películas son más europeas que americanas, de hecho tenés más fans en Europa. ¿A qué se debe? ¿A tus influencias?
-No creo que sea importante eso. Quiero decir, en una película americana todo tiene más show que lo que es. De todas mis películas, en especial “Jackie Brown” es la más europea. A mí me gustan las películas en las que tenés más avenidas que explorar.
Quentin remarca que le queda sólo una película más. Y es, como siempre, rotundo y concluyente.
“Es cierto que dije que me retiraría tras rodar mi décima película, y lo mantengo. Siento que he hecho el trabajo que quería hacer”.
Y no hay carcajadas.
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