Quedó atrás el año del desánimo

Quedó atrás el año del desánimo

El año que acabamos de despedir fue el del gran desánimo. Del desafío y la ruptura del orden internacional y de las fronteras, de miles de muertes, de grandes oleadas de emigrantes y de ataques terroristas contra algunos de los más venerados símbolos de la civilización, tanto occidental como musulmana.

Palmira y París (dos veces), Alepo, Homs, Kobani e incluso San Bernardino, en Estados Unidos. La guerra siria continúa su marcha, con la mitad de la población desplazada o exiliada mientras el Estado Islámico llena el vacío dejado por las luchas sectarias y el hartazgo de Occidente.

El conflicto suscitó una oleada de emigrantes que chapoteaban en las costas de la Europa burguesa, un millón o más de almas buscando refugio, apiñados en pequeños botes, amontonados en camiones sin ventilación, explotados por los traficantes, miles de ellos muertos en la dura jornada, provocando tanta compasión como reacciones en contra.

Las iniquidades de Boko Haram y de las milicias Al Shabab en África. El maltrato sufrido por la minoría rohingya en Birmania. La guerra en Ucrania y el resurgimiento de los talibanes en Afganistán. Nuevas tensiones en los cielos a causa de las repúblicas bálticas y un avión ruso derribado por un país miembro de la OTAN por primera vez en muchos años.

Gaza sigue estando en ruinas, un año después de una guerra brutal pero inconclusa, e Israel sigue agazapado en la región tras haber perdido la brújula. Incluso el enérgico secretario de Estado John Kerry se dio por vencido en las negociaciones por la paz en el Oriente Medio.

Tanta incertidumbre, tanta ansiedad y anomia, tantas víctimas civiles. Un piloto alemán desquiciado fue a estrellar su avión en los Alpes franceses; un avión ruso fue destruido en el Sinaí por lo que parece haber sido una bomba; hombres armados con armas automáticas mataron a 130 personas en restaurantes, un estadio y una sala de conciertos en París.

La Tierra misma parece un poco fuera de sus cabales: el hielo de las capas polares se está derritiendo, unas ovejas atascadas en el esmog de Pekín, enormes tormentas de nieve e inundaciones, un severo terremoto en Nepal, uno de los países más pobres del mundo.

Y en Estados Unidos fue un año de rabia y protestas contra la brutalidad policíaca, con disturbios raciales que desgarraron las ciudades de Baltimore y de Ferguson, Missouri. Una masacre de fieles negros en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur. Sequía y terrorismo en California: golpes al mito del paraíso.

Las campañas políticas por la presidencia adquirieron una atmósfera de carnaval en la temporada previa a las elecciones primarias, con un impresionante elenco de aspirantes a suceder al canoso y enfurruñado presidente Barack Obama. Bernie Sanders, la especie de socialista de Vermont vía Brooklyn, le estuvo dando a Hillary Clinton un buen susto pese a todo su dinero de campaña.

Donald Trump ha emocionado, divertido y horrorizado, dependiendo del punto de vista de cada quien, con sus fulminantes populismos, su narcisismo y, sobre todo, su peinado.

Pero no todos los eventos memorables del año que despedimos fueron de pérdidas, violencia y terrorismo.

El cambio climático produjo un acuerdo histórico, aunque relativamente ineficaz, para reducir las emisiones de carbono y ayudar a los países pobres a lidiar con esto.

La masacre de Charleston hizo que el congreso del Estado de Carolina de Sur decidiera retirar la bandera de la Confederación que había frente a la sede legislativa. La Suprema Corte decidió que los matrimonios de parejas del mismo sexo fueran legales en todo el país.

Estados Unidos y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas finalmente llegaron a un acuerdo para ponerle coto a las ambiciones nucleares de Irán, prometiendo aliviar algunas sanciones y abriendo un camino, todavía incierto, para llegar a un arreglo en Siria.

Para cerrar una llaga diplomática que estaba abierta desde hacía muchos años, Estados Unidos decidió reconocer a Cuba. Y el gobierno militar de Birmania por fin pareció dispuesto a reconocer la victoria política de Aung San Suu Kyi, activista que se mantuvo fiel a sus principios durante todos los años que estuvo bajo arresto domiciliario.

Mientras tanto, el caballo American Pharoah ganó la Triple Corona, Serena Williams casi gana el Grand Slam y los Mets de Nueva York por poco (bueno, no tan poco) ganan una Serie Mundial.

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