Por Maxi Salgado - Editor de Más Deportes - msalgado@losandes.com.ar
Ver que a un técnico se lo quiere echar porque hizo un cambio supuestamente erróneo, como si en el fútbol imperara la matemática, y que hasta se le cuestione -que todo tenía una doble intención- como ocurrió con el entrenador de Racing, Ricardo Zielinski; o que un equipo como Boca haga una movida de prensa para quejarse de que Lanús va a tener un día más de descanso para el choque entre ambos por la Copa Argentina, son sólo dos de los ejemplos que a uno lo alarman de la realidad del fútbol argentino.
Estamos inmersos en una locura que parece no tener vuelta atrás. Para dirigentes, jugadores, técnicos e hinchas el fútbol ha pasado a ser una “cuestión” de vida o muerte y eso nos lleva a que tengamos que parar la pelota.
Se ha entronizado el éxito de una manera casi escandalosa. “Hoy vale ganar como sea y por eso se ven partidos cerrados. Cada fecha es una final. Hay partidos peleados y no bien jugados”, dijo esta semana Diego Osella, técnico de Newell’s Old Boys.
Y eso se ve en casi todas las categorías. Como publicamos durante la semana, es increíble que en el Federal A, los equipos mendocinos (Gimnasia, Maipú y Gutiérrez) hayan convertido sólo un gol.
Justificamos entonces las declaraciones del uruguayo Luis Suárez que partió el pie a un rival con el pretexto de que el fútbol es un juego de hombres. Lo que, obviamente, le valió la crítica de las organizaciones feministas que ven en el balompié uno de los lugares en donde el movimiento ha ganado terreno en su lucha hacia la ansiada igualdad.
El fútbol es un juego. O eso nos inculcan desde chico, cuando nos regalan una pelota en las fechas en las que se debe dar juguetes a los niños para incentivar su carácter lúdico. ¿Quién no la usó para cubrir sus horas de ocio y fomentar una amistad con el grupo del barrio? Lo mismo que pasa con la gente de mediana edad que encuentra en el fútbol el momento ideal para distenderse del estrés laboral.
Con esa filosofía, uno no entiende por qué los gobiernos se ocupan y preocupan en que la actividad se mantenga viva y hasta se usa la televisación gratuita o no de los partidos como una plataforma de campaña. Evidentemente es porque hay un lado oculto que, más allá de que es por todos conocidos, subyace en las tinieblas.
¿No resulta extraño acaso que un multimillonario ruso compre un equipo español y lo convierta en un crisol de futbolistas con el sólo objetivo de ¿ganar? ¿Para qué? ¿Para alimentar su ego personal?
Yo creo que no. pero todas las opiniones son escuchables y discutibles.
Se ha perdido tanto la identidad de lo que nació como una actividad que entretenía a la gente el domingo, día de descanso, que ahora no sólo se juega todos los días y a horas diversas, sino que también los clubes se sienten con la autoridad de hacer un paro para exigir que el Estado salga a solucionar los problemas que ellos mismos crearon.
Como está pasando ahora con la Primera B Nacional. “Estamos cuidando a nuestros jugadores”, dicen los dirigentes casi al unísono y aseguran que deben darles lo que les corresponde. Y aquí surge una pregunta que se hace todo ciudadano. ¿Hay que subvencionar a los clubes? Pertenecer tiene sus privilegios, podrían decir los dirigentes lo que debería leerse como “estamos en un grupo selecto y eso nos da la posibilidad de facturar”.
Pero pertenecer también tiene sus obligaciones y eso tienen que ver ni más ni menos con ser ordenados sobre todo en las finanzas. Nadie obliga a los clubes a pagar sueldos exorbitantes, ni a contratar camionadas de jugadores en el inicio de cada temporada.
Argentinos Juniors debe casi 100 millones de pesos. Eso no se acumula porque la AFA no pagó en dos meses. Lo mismo pasa con Independiente Rivadavia que hoy tiene 14 millones según lo que dice la Asociación del Fútbol Argentino.
Tanto poder da esta actividad que dejó de ser deportiva para transformarse en espectáculo, que Armando Pérez (presidente de la Comisión reguladora de la AFA) ya olvidó para qué lo pusieron en el cargo que ocupa y se siente un presidente que toma decisiones con el único objetivo de eternizarse en el sillón de la calle Viamonte, casi lo mismo que hizo hace un tiempo un ferretero de Sarandí que terminó manejando los hilos de la FIFA, una de las multinacionales más importantes del planeta.
“En los países desarrollados, los modelos impuestos son potentes influencias comportamentales y la juventud los imita. En los países más pobres el modelo del futbolista se convierte en la única oportunidad de integración social para millones de niños y adolescentes”, decía hace un tiempo el escritor Ibn Asad, quien abona la idea de que el fútbol no es un juego.
Hoy se habla más de economía que de juego. Todos hemos hecho rápidamente un master en los últimos meses.
Tenemos que regresar a las bases. Si nuestros niños sólo ven al balón como una salvación económica y no como ese instrumento que les permitirá jugar, que no es otra cosa que “realizar una actividad o hacer una cosa, generalmente ejercitando alguna capacidad o destreza, con el fin de divertirse o entretenerse”, estaremos frustrando a algunas generaciones de ciudadanos.
Mientras tanto y como para dar sólo un ejemplo, en la provincia hay cinco afiliados a la Federación de Fútbol de Salón y esta multitud (hay que multiplicar cada afiliado por los miembros de su familia) demuestra todas las semanas que el deporte también se puede jugar con nivel, pero sin necesidad de dinero. Este deporte ha dado grandes alegrías a la provincia. De hecho Mendoza es campeón nacional en damas y mujeres y el Andes Talleres Sport Club está viajando ahora al Sudamericano, pero también al país ya que nuestro seleccionado es siempre protagonista en los certámenes ecuménicos de cada categoría. Eso llevó a que Argentina sea elegida sede del Mundial masculino de mayores que se disputará en Misiones en 2019.
El fútbol, el juego más hermoso del mundo como dice algún relator por allí, tiene que volver a ser un juego y seguir dibujando sonrisas en los niños en algún potrero o cuando Papá Noel o los Reyes lo traen como regalo.