Qué significa Cambiemos

La enorme mancha que vota por Cambiemos ocupa un espacio siempre mayor en el centro del país, desde Mendoza hasta Entre Ríos.

Qué significa Cambiemos
Qué significa Cambiemos

Mientras las elecciones se aproximan y las predicciones encuestológicas se apoderan del espacio informativo, acaso pueda hacerse un aporte a la confusión reinante tratando de responder tres preguntas cruciales: ¿Qué es Cambiemos? ¿Qué fuerzas representa en el espacio geográfico? ¿Qué antecedentes posee en el tiempo histórico?

Cambiemos es el instrumento de una rebelión anti-populista que recorre la Argentina. No es difícil enunciar en qué consiste: un número creciente de argentinos estamos hartos de que nos roben, hartos de que nos mientan, hartos de que nos traten de idiotas y -sobre todo- hartos de que lo hagan en nombre de los pobres mientras los gobernantes populistas se enriquecen y los pobres siguen defecando en pozos.

Ese hartazgo es lo que constituyó Cambiemos, organizado institucionalmente gracias a los aportes de Mauricio Macri y el Pro, Ernesto Sanz y la UCR, y Elisa Carrió y la CC. Con la contribución de muchos de nosotros, que tenemos ideas distintas con respecto al país que queremos -como sucede en toda alianza de gobierno pluralista- pero estamos seguros de a dónde no queremos volver.

El hito fundacional de la rebelión antipopulista que Cambiemos encarna fue puesto en 2008 por el campo, que estaba haciendo un enorme esfuerzo para sostener la carga impositiva que financiaba los planes sociales pero que se rebeló ante la confiscatoria resolución 125, cuyo objeto era acabar con el agro como sector productivo independiente.

El segundo hito fue puesto en 2012, con las marchas más masivas de la Historia nacional, que pusieron fin a la reforma constitucional y el plan Cristina Eterna y fijaron los principios que hoy guían la acción del Gobierno: República, respeto de las instituciones, independencia de los poderes y lucha contra la corrupción y el crimen organizado.

El tercer hito fue puesto en 2015 con la Marcha de los Paraguas que reclamó justicia para el fiscal Nisman, cobardemente asesinado por denunciar a la ex Presidente, el ex Canciller y el vergonzoso acuerdo de impunidad firmado con Irán.

El cuarto fue el 1A, con Cambiemos ya en el gobierno, después de un marzo de fuego en el que la CGT, los piqueteros y las organizaciones de derechos humanos convirtieron la ciudad de Buenos Aires en el escenario de la acción destituyente del Club del Helicóptero.

Cambiemos no es otra cosa que el instrumento político que la sociedad argentina se dio para sacarse de encima al populismo, y sus dirigentes lo saben. Pero Cambiemos es más: es la herramienta con la que las zonas desarrolladas y viables del país intentan frenar la conurbanización de la Argentina y lograr que sus conciudadanos pobres accedan a niveles de dignidad y bienestar acordes al siglo XXI. Basta observar los mapas electorales.

La enorme mancha que vota por Cambiemos ocupa un espacio siempre mayor en el centro del país, desde Mendoza hasta Entre Ríos. Es la mitad de las provincias, el 70 % de la población y el 80 % del PBI nacionales. Es la Argentina que se ha incorporado con relativo éxito al siglo XXI y a la sociedad global de la información y el conocimiento.

Sus adversarios políticos, en cambio, son la encarnación de los tres grandes fracasos históricos de Argentina, en los cuales el populismo ha establecido su hegemonía. El Norte, que nunca logró desarrollarse por factores climáticos y de infraestructura. La Patagonia, que era promesa de futuro y sigue siendo un desierto con menor densidad poblacional que Siberia.

Y el Conurbano, en el que me crié, núcleo propulsor de la Argentina industrial que cuando la industria perdió su lugar como principal fuente de creación de riqueza se transformó en lo que es hoy: el imperio de los barones del conurbano y de la droga, las policías bravas y la delincuencia organizada en connivencia con el poder político; en suma: la encarnación de todo lo que no queremos ver más en el país.

Esos tres sectores encontraron su representación política en el Partido Justicialista. El Norte feudal y atrasado tuvo diez años de presidencia con Menem; el Sur, doce años con los Kirchner (y 2015 era el turno de los dos candidatos del conurbano y del peronismo de la provincia de Buenos Aires: Daniel Scioli y Sergio Massa, felizmente derrotados).

Así fue que tuvimos doce años de conurbanización del país, en los cuales los Kirchner y el PJ extendieron lo peor del conurbano al resto del país. No solo desde el punto de vista económico, con el apogeo del modelo productivo manufacturero de La Salada, sino desde el punto de vista cultural, logrando que la relación entre los argentinos fueran dominadas por el barrabravismo, la prepoteada y la patota.

Cambiemos representa lo opuesto: un liderazgo político predominantemente establecido en las zonas avanzadas del país y en sus clases medias, que no acceden al poder con la ambición egoísta de la perpetuación de sus privilegios sino con la voluntad de extender sus niveles de vida hacia el Norte, el Sur y el Conurbano, territorios donde habitan las principales víctimas de un cuarto de siglo de populismo.

Cambiemos es el Metrobús en La Matanza, la tuneladora que avanza desde Dock Sud llevando agua y cloacas a cinco millones de habitantes del conurbano. Cambiemos es el Plan Belgrano, pensado para hacer competitivas las provincias del Norte. Cambiemos es el intento de que el conurbano acceda a los niveles de bienestar de la Capital Federal, de que la Patagonia por fin se desarrolle y de que el Norte acceda a los niveles de vida de la zona central del país. Pero Cambiemos se puede comprender también en términos históricos.

Un buen resultado electoral en octubre abrirá una posibilidad real y concreta de una Argentina que hace apenas dos años era imposible de imaginar.

No hablo, por cierto, de reelecciones sino de algo más simple e importante: en 2019, Macri será el primer presidente civil no peronista que completa el mandato después de las más de nueve décadas transcurridas desde que Alvear lo hiciera en 1928. Con lo cual no concluirá el peronismo sino la hegemonía peronista establecida en 1989 al son de las epopeyas destituyentes contra Alfonsín y De la Rúa y al grito de que, a este país, solo el peronismo lo puede gobernar. Hegemonía populista: game over.

De manera que los compañeros van a tener que enfrentar la difícil alternativa de cumplir lo que vienen prometiendo desde los Ochenta: convertirse en un partido republicano y democrático entre otros partidos, cualquiera de los cuales que gane las elecciones puede gobernar, o transformarse en una secta minoritaria sin capacidad de acceder al poder. Cualquiera de estas opciones es una buena noticia para la República.

Finalmente, un triunfo contundente de Cambiemos significará, probablemente, el fin de los Setenta; la peor década de la Historia nacional, la que acabó con la última Argentina razonable: la que gestó Frondizi, alumbró Illia y clausuró el golpe que dio Onganía con apoyo de Perón y el sindicalismo nac&pop. Así empezaron los Setenta; la década de las locuras delirantes y criminales de los Montoneros y la Triple A; la de las desapariciones y los exilios comenzados en 1975; la del primer gran shock económico socialmente regresivo de nuestra Historia, el Rodrigazo. La década de la mayor catástrofe nacional: el terrorismo de Estado y el genocidio de la Dictadura.

Lamentablemente, muchas categorías políticas de los Setenta siguen vigentes, como vemos hoy en el intento de dar legitimidad a la violencia política; desde la versión naive de los chicos tomadores de escuelas a la criminal de las molotovs contra las fuerzas de seguridad y los edificios públicos, las cartas-bomba y las insurrecciones en nombre de los pueblos originarios.

Este tibio revival de los Setenta al que asistimos, planteado según la idea de Hegel y Marx de la Historia como repetición de la tragedia en tono de farsa, merece una condena que las fuerzas opositoras no han ejercido. No digo ya entre quienes lo alientan, los miembros del Club del Helicóptero, sino el resto de las fuerzas opositoras que se dicen diferentes del kirchnerismo pero no están convencidos de la necesidad de dejar atrás a los Setenta para dejar atrás la mayor tragedia nacional.

Todo esto se vota en un par de semanas, en unas elecciones legislativas que pueden ser bisagra en la larga historia de la decadencia argentina. Para decirlo con las palabras que usó Roque Sáenz Peña en la inauguración del sufragio universal, secreto y obligatorio: Quiera el pueblo votar. Sepa el pueblo votar.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA