Que se vengan los vascos

Que se vengan  los vascos
Que se vengan los vascos

Para rastrear el origen de los vascos hay que remontarse a épocas distantes, muy distantes. Tiempos en los que no existían las religiones ni Tinelli, y la gente se divertía con actividades menos perjudiciales para el cerebro, como contemplar la naturaleza o darse de garrotazos en la masa encefálica. De ahí que, por ejemplo, muchos se refieran a este pueblo emblema del norte de España y del sur de Francia con el título de “Indígenas de Europa”. Incluso, algunos investigadores aseguran que los hijos de Euskadi tienen vínculos directos con el hombre de Cromañón, aquel homínido que fue antesala de la raza humana tal como la conocemos hoy, es decir, jodidísima.

Todo lo expuesto sirve para  explicar parte del interés que antropólogos y sociólogos depositan en los vascos. Una comunidad sumamente atractiva, por ser de las que mejor han conservado su cultura ancestral en Occidente, sin por ello renunciar a las Big Mac y a las películas de Stallone que pasan en los colectivos de larga distancia, sin palabras...

Entre las características del pueblo vascongado hay que destacar su ferviente amor por la tierra que los vio nacer, su espíritu conservador en lo referente a la defensa de las costumbres y la protección de los valores históricos (como el honor, el trabajo y la honestidad), y la práctica de longevas tradiciones (los deportes rurales, las danzas folclóricas, la mundialmente famosa gastronomía basada en pescados y otras delicias). Asimismo, cabe subrayar el uso del euskera, uno de los idiomas más antiguos del planeta, que habla aproximadamente el 25% de los habitantes y que es más difícil que hacer jueguito con una plancha.

Aquellas usanzas aún se mantienen con vida en los Centros Vascos, repartidos sobre todo en Argentina. Y es que en nuestro país radica la colectividad vasca más grande fuera de Europa. Prueba de ello son la cantidad de apellidos originarios de la zona del Cantábrico y los Pirineos que existen a lo largo y ancho del suelo gaucho, siendo Aguirre, Echeverría, Guevara, Ochoa o Zabala algunos de los más populares. De hecho los mismos Uriburu, Duhalde y Alsogaray, son apellidos vascos. “Este... bueno, no sé, eso igual habría que verificarlo, porque… en fin, uno nunca sabe”, dice al respecto un viejo patriota euskaldun, entre sudores y sonrojos.

¿Euskal qué?

A la hora de definir el territorio de los vascos, surgen asteriscos, igualitos a los de los engañosos folletos de supermercados del tipo “oferta sólo válida el miércoles pasado”. Ocurre que legalmente, el País Vasco es una comunidad autónoma de España, de la que forman parte las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Pero extraoficialmente, ocupa los tres distritos nombrados más una porción importante de Navarra y tres provincias del sur francés. A este conjunto se lo conoce como “Euskal Herria”, palabra que suena a cara de suegra recién levantada, y que en la lengua local significa algo parecido a “País del euskera”.

Se trata de una región mayormente montañosa y de altos índices pluviales, factor climático que justifica lo verde de los paisajes y la expresión de “cómo no nací del fin de los trópicos” de las ovejas. Un suelo plagado de bellezas, que no pudieron dominar ni los celtas, ni los romanos, ni los musulmanes, y ni siquiera Carlomagno. En un célebre suceso histórico, las tropas del Emperador de Occidente cayeron derrotadas en Roncesvalles (en lo que hoy es Navarra), a manos de una turba de vascos con boina. Apostados en las laderas, los dueños de casa vencieron al enemigo lanzándole proyectiles de todo tipo, al grito de  “Aguante el Athletic de Bilbao, hostias”.

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