Instrumento doble propósito, falta de buenas noticias económicas, el Gobierno ha hecho una apuesta fuerte a las exportaciones en este 2019. Primero, con la idea de apuntalar la actividad o de amortiguar su caída, durante otro año que no viene fácil. Y al mismo tiempo, pensando en las divisas de las llamadas genuinas que pueden aportarles a un país que anda muy escaso de divisas.
Vale recordar: “Crecimiento 2019 liderado por las exportaciones”, se lee en un programa financiero del Ministerio de Hacienda. Ahí está previsto que aumenten 16,3%, con lo cual escalarían a U$S 71.700 millones, el mayor registro de los últimos cinco años aunque todavía lejos del récord de U$S 83.000 millones alcanzado en 2011. O sea, hace ocho años o el tiempo cuando, a 500 dólares la tonelada, todavía relucía el súper precio de la soja. Hoy ronda los U$S 340, que no es una mala cotización pero está un 32% abajo. Divisas de nuevo: contra importaciones que retrocederían a U$S 63.670 millones, las ventas al exterior empujarían un superávit comercial próximo a U$S 8.000 millones. Y así se redondearía una diferencia de U$S 11.800 millones a favor, agregándole a la cuenta el déficit del año pasado.
Lo del “crecimiento liderado por las exportaciones” es en realidad crecimiento cero, según señala uno de los cuadros que acompañan a la leyenda. Aún modesto, luce a pronóstico demasiado ambicioso para buena parte de los consultores. El informe adjudica una baja del 0,9% al consumo privado, la segunda anual consecutiva de una variable que representa alrededor del 70% del PBI. Algunas consultoras han calculado 1,4% negativo, después de un primer y un segundo trimestres decididamente pobres o de un nuevo repliegue del salario real.
Otro dato del programa oficial canta caída nada menos que del 10,5% en la inversión. Será más de lo mismo y a gran escala, justo por donde pasa el desarrollo sustentable de los países: el último número del INDEC anotó un bajón del 11% durante el tercer trimestre de 2018. Sobre llovido mojado. La tanda de retrocesos sigue con las obras públicas, muy golpeadas por el ajuste fiscal, y con las importaciones, muy golpeadas por la recesión. Final de este tramo: el Ministerio de Hacienda ve crecimiento cero y la mayor parte de los analistas, caídas del 1 al 1,4% y por lo tanto otro año recesivo.
Está claro que las exportaciones ayudarán a un lado y al otro, pero sólo fogoneadas por el tipo de cambio alto y competitivo. O competitivo a medias. Hay por delante un montón de obstáculos que descolocan actividades e iniciativas, como son los costos de producción, el enorme déficit de infraestructura ahora sacudido por el ajuste, la falta de inversión privada y el fatigado corto plazo. De cosa semejantes habla la caída de las ventas argentinas al Mercosur: 39% entre 2013 y 2017, en apenas cuatro años. Y también de que la lista se extienda a Colombia, Chile, Perú y Bolivia.
Esto quiere decir que el país está perdiendo frente a otros competidores en lugares en los que no debiera perder: en mercados cercanos, accesibles y siempre útiles para que las pymes ensayen sus primeras experiencias. Otra: la cantidad de empresas argentinas exportadoras se ha reducido estos años a unas 5.700, la cifra más baja desde 2004. En México operan 30.000 y 20.000 en Brasil y, según puede advertirse, no se trata únicamente de dimensiones de las economías.