"Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también". Así comienza uno de los tangos más conocidos y populares que tenemos el placer de escuchar y que es un patrimonio de nuestra cultura nacional, y a la vez una crónica del pasado y del presente que vivimos todos los argentinos.
"Cambalache", de Enrique Santos Discépolo, es un tema de 1934 dónde su autor busca denunciar los males de la sociedad, lo que hace que este tema sea aplicable en cualquier país o lugar del mundo. Cambalache hace referencia a un lugar de compra y venta de usados, y con Cambalache, Discépolo busca hacer referencia a cómo lo inmoral y lo moral se ha teñido en la cultura de la sociedad, donde lo bueno se corrompe, se confunde libertad con libertinaje, donde la corrupción es una práctica común, e "igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclado la vida, y herida por un sable sin remache ves llorar la Biblia junto a un calefón".
Hoy y desde hace tiempo se escucha el "que se vayan todos", frase y clamor de una sociedad devastada por la corrupción política y a la vez por los vicios de una sociedad que se encuentra turbada, desmemoriada y ajena a la verdad. Una sociedad que le cuesta reconocer que mucho de los males que hoy le suceden son producto de un conjunto de malas decisiones que generación a generación fuimos tomando, producto de la indiferencia, la negligencia y la ignorancia. Una sociedad desmemoriada de los que ayer se robaron todo, y hoy buscan restituirlo para volvérselo a robar, y terminar de afanarse lo que no pudieron.
Una sociedad turbada, que no puede discernir el rumbo correcto a seguir para abandonar y dejar atrás este actual y viejo estado de precariedad social e institucional en el que se encuentra. Puede ser que "el que se vayan todos", sea producto del "roba, pero hacen", es decir, la corrupción política, la pobreza estructural, la decadencia educativa, la invasión del narcotráfico, la delincuencia juvenil, la falta de ética, etc., todos productos del drama cultural y social que hoy y ayer hemos contribuido a acrecentar y a dejar como herencia a las futuras generaciones.
"Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao". Es así de simple, el bronce de los próceres, el de San Martín o Belgrano, ciertos sectores de la sociedad se los da o reconoce a cualquier líder político que, siendo acusado de manera evidente por amplios crímenes de corrupción política, es perdonado en su impunidad sin pena alguna. Hoy el ciudadano que no se hace cargo de la alta presión fiscal es posiblemente un desestabilizador al Estado, y un corrupto, que usó de la plata de la gente y abusó del Estado, es inocente e impune, aunque sea imposible demostrar lo contrario.
"Pero que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseados".
La sociedad además de sufrir una crisis de dirigencia y corrupción política, tiene también la desgracia de estar condenando a un amplio sector de la ciudadanía a la más cruel y triste pobreza (32% de pobreza). Una pobreza que no es solo falta de dinero, sino que también es abundante en desnutrición, drogadicción, desempleo, delincuencia, falta de saneamiento, mala educación, insuficiente instrucción escolar e imposibilidad de acceder a un buen servicio de salud. Allí existe un gran quebranto del tejido social, la mayoría de los niños son pobres, y la mayor cantidad de pobres son niños.
Dónde casos tristes como el del "Polaquito" sobran, donde la falta de sanidad y salud es evidente y por eso abundan las enfermedades. El hambre y la desnutrición es un dolor estructural que quema la niñez y la familia; y a la vez incendia el futuro de todos los argentinos. No hay buena educación en virtudes y valores desde las familias, porque casi ya no hay familias, ese núcleo social básico donde se forman los verdaderos hombres de la patria está siendo pisoteado por colonizaciones ideológicas y por malas políticas sociales que contribuyen a su quebranto. La instrucción escolar es una de las peores de América, casi el 70% de los chicos no se exime en concepto básicos y necesarios para poder enfrentar el mundo que los rodea. Y en esta crueldad, la realidad que se vive es un gatillo exponencial para el crimen, la delincuencia y las drogas.
¿Y en el siglo XXI? La realidad allá descripta en 1934 por Discépolo, aún sigue presente. Es que el hombre, en su corazón y en la sociedad, sigue contaminado y contaminando. "Ver llorar la Biblia junta al calefón", puede ser la respuesta simple y a la vez concreta para explicar tan compleja realidad. La sociedad en conjunto ha perdido su norte, su rumbo. Dios no es importante, y lo tenemos ahí en un rinconcito y en penitencia al lado del calefón. Después de eso cualquier desorden es posible.
Así la corrupción política es una praxis común de supervivencia y coexistencia. La desintegración social y familiar es una moda social de los hombres de hoy. El hambre, la injusticia y la miseria son un anexo de la indiferencia y del individualismo, donde a costa de tener todo, muchos no llegan y quedan afuera.
No es el capitalismo o el estatismo, no es la derecha o la izquierda, no es el peronismo o el radicalismo, ni la K o la M. La solución está en el corazón de cada persona y en el corazón del país. Es la Biblia o el calefón, y ya hemos probado y reprobado el calefón, y los efectos están a la vista. Creo que es hora de probar la Biblia, para ver si el Cambalache pasa de moda.