Stop. Paremos con la efervescencia desenfrenada que suelen otorgar los triunfos bajo presión y juguemos la pelota a ras de piso (justamente, lo que le está faltando a Godoy Cruz). Que el árbol no tape el bosque.
Fue victoria y punto. Nada más. Seguramente, los fundamentalistas del resultado refunfuñarán por este análisis, explicarán que había que “ganar como sea” y bla, bla, bla.
Entonces, serán argumentos que no sólo atentan contra la naturaleza de este juego sino también con el crecimiento de un equipo que necesita encontrar su verdadera identidad.
¿Cuál es el verdadero Godoy Cruz? ¿El del entusiasta primer tiempo ante Huracán o el que retrocedió en el complemento y dejó crecer al Globo? ¿Es el que cayó 0-2 ante Independiente por errores forzados del rival o el de la reacción enérgica ante Boca? ¿El que cayó desplomado en Bahía Blanca o el que sacó una eficaz ventaja por los golpes a la mandíbula de cristal de un rival que después lo puso contra su arco?
Por ahora, es todas y cada una de esas versiones. Por momentos, luce equilibrado y convincente. Por otros, padece lapsus que lo llevan a la confusión y al desconcierto total.
El viernes por la noche, Unión de Santa Fe hizo sobrados méritos para alcanzar el empate. Y esa es una sentencia irrefutable que nadie, en su sano juicio, podrá objetar.
Está claro. El Tomba ya no es aquél. Y hasta parece lógico que así sea porque existen aristas que influyen directamente en la cuestión.
La ausencia de intérpretes clave (Danilo Ortiz, Fernando Godoy, Fernando Zuqui) y el bajón en el rendimiento de otros que se quedaron para mantener la estructura (“Pol” Fernández y Facundo Silva son los casos más evidentes) hacen que el funcionamiento del equipo difiera de ese otro que se fue configurando de menor a mayor en el campeonato pasado.
Sebastián Méndez trabaja todos los días para intentar retomar el mecanismo aceitado de ese conjunto que hasta finales de mayo peleó el título hasta la última fecha y se ganó en buena ley la ansiada clasificación a la Copa Libertadores 2017.
La falencias más notorias aparecen en puestos clave que le dan solidez, equilibrio y juego al equipo. Diego Viera todavía no encuentra su socio ideal en la zaga central. Ni Alvarado ni Galeano han logrado hacer olvidar a Danilo Ortiz, con quien se entendían a la perfección no sólo en el idioma guaraní que utilizaban para despistar a los rivales.
Tampoco Marcelo Benítez todavía no suplió al confiable Lucas Ceballos. Aunque donde más se advierten los problemas del elenco es en el centro del campo. Allí, donde Fernando Godoy era un relojito suizo para recuperar y jugar, es donde el Gallego tiene las mayores dudas: comenzó Juan Andrada, el viernes le dio la chance a Maxi Correa y luego se vio obligado a suplirlo nuevamente con el puntano porque el ex Instituto jugaba condicionado por la tarjeta que recibió a los 20’ del primer tiempo.
En la concepción de juego extraña horrores a Fernando Zuqui. El ex capitán no sólo le daba juego sino que también llegaba seguido a posiciones de gol. Ángel Gonzáles es otro tipo de jugador, más veloz, más extremo por afuera. Y claro está que ‘Pol’ y Silva no se parecen en nada a los futbolistas del torneo pasado.
Lo que no decayó es el inestimable poder de fuego de sus atacantes de jerarquía internacional. En ellos (Santiago García y Jaime Ayoví) se gestó y sustentó un triunfo tan justo como necesario, sí. Pero que el árbol no tape el bosque.