Luego de que la ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Chrystia Freeland, expresó en un tuit su preocupación acerca del encarcelamiento en Arabia Saudita de una activista de los derechos de la mujer, el príncipe heredero de ese territorio aparentemente se volvió loco.
Arabia Saudita anunció que expulsaría al embajador de Canadá, que detendría todos los vuelos a Canadá, frenaría la compra de trigo canadiense, retiraría a los estudiantes de intercambio en Canadá y vendería sus activos canadienses. ¿Acaso Estados Unidos o algún otro país occidental defendió a su viejo amigo y aliado, Canadá?
Para nada
“Estados Unidos no tiene por qué involucrarse”, declaró ante los reporteros Heather Nauert, la entonces vocera del Departamento de Estado.
Sin embargo, Canadá se aferró a sus principios. Cuando una joven saudita, Rahaf Mohammed Alqunun, huyó a Bangkok el mes pasado y advirtió que su familia la mataría si la obligaban a regresar, Canadá de nuevo hizo frente a la furia saudita y la aceptó en su país.
Freeland estuvo en el aeropuerto para darle la bienvenida a Alqunun como una “nueva canadiense muy valiente”. Además, el primer ministro Justin Trudeau no se anduvo con rodeos y declaró: “Defenderemos los derechos humanos y los derechos de las mujeres en todo el mundo”.
Puede que Canadá sea uno de los países más aburridos del mundo, es tan emocionante como un par de zapatos cómodos —¡despierta, lector!, ¡sé que te estás quedando dormido!—, pero también está emergiendo como un líder moral del mundo libre.
Nadie más puede hacerlo. Estados Unidos bajo el mandato de Trump está pasando por una ruptura nacionalista. Los líderes británicos parecen determinados a arrastrar a su pueblo hacia el precipicio del bréxit. Francia está ocupada con las protestas. Alemania se prepara para la sucesión del poder.
Por lo tanto, Canadá está asumiendo el cargo.
Durante la peor etapa de la crisis de refugiados de Siria, el presidente Barack Obama aceptó sólo a 12.000 sirios y provocó una reacción furiosa, la cual incluyó la prohibición de Trump a la entrada de musulmanes. Canadá acogió a 40.000 sirios, y Trudeau se presentó en el aeropuerto para repartir abrigos de invierno a los nuevos canadienses.
En todo el mundo, les cerraban las puertas a los refugiados. No obstante, los canadienses estaban tan ansiosos por apoyar a los sirios que las organizaciones suplicaban que llegaran más. Los políticos canadienses son recompensados principalmente por ser compasivos.
Trump aparece en los encabezados con sus amenazas periódicas de invadir Venezuela para derrocar al presidente Nicolás Maduro, pero Canadá ha estado trabajando en silencio desde 2017 para ayudar a establecer el Grupo de Lima, conformado por catorce naciones que abogan por la democracia en Venezuela. Cuando Canadá reconoció al líder de la oposición Juan Guaidó como presidente interino, este ganó credibilidad porque nadie considera a Ottawa como un conspirador imperialista.
Canadá ha alzado la voz acerca de las detenciones masivas de casi un millón de musulmanes en la región de Sinkiang en China, incluso cuando la mayoría de los países musulmanes se han quedado callados. Además, arrestó a una ejecutiva china a petición del gobierno estadounidense. China tomó represalias arrestando a canadienses en su territorio y sentenciando a uno a muerte, pero Canadá se mantiene firme, a pesar de que Trump lo ha socavado al sugerir que el caso en contra de la ejecutiva quizá se descarte por motivos políticos.
En cuanto a los programas de ayuda para países en vías de desarrollo, por lo general, los países intentan financiar proyectos grandes y glamorosos que puedan atraer mucha atención. En cambio, en Canadá se apoyan programas con una excelente relación costobeneficio, pero tan insoportablemente aburridos que nunca se hablará de ellos en televisión: iniciativas como yodar la sal para prevenir la deficiencia mental.
¡Lector! ¡Despierta!
Aun así, los canadienses pueden ser engañosos. Hace un par de años solicité una entrevista con Trudeau para un artículo sobre los logros de Canadá, y el primer ministro la postergó varias veces. Sus asesores me explicaron que elogios de un estadounidense podrían afectar sus relaciones con Trump. Creo que esa fue la primera vez que vi a un líder rechazar una cobertura laudatoria.
Siempre que digo algo bueno acerca de Canadá, recibo correos electrónicos de amigos canadienses indignados que señalan los defectos del país (que son reales). Por fortuna, al parecer los canadienses no son capaces de escribir correos electrónicos mezquinos. Ni siquiera pueden escribir tuits altisonantes. Un estudio reveló que los tuits delos estadounidenses están cargados de groserías y palabras como “odio”: los tuits de los canadienses están aderezados con palabras como “maravilloso”, “increíble” y “genial”.
(Nota: todas las suposiciones sobre la amabilidad de los canadienses no aplican cuando juegan hockey. En el hielo son brutales).
Afuera del hielo, los canadienses impulsan políticas que son sensatas de manera preternatural. Regulan las armas, supervisan el sector bancario para evitar colapsos financieros y fomentan el crecimiento empresarial y económico sin crear desigualdades inmensas.
Por lo general, la mayoría de los canadienses usan el transporte público, y el país cuenta con las mejores leyes de seguridad vial, así que la tasa de mortalidad por choques automovilísticos es la mitad de la de Estados Unidos. Si tuviéramos el índice de muertes por accidentes de tránsito que tiene Canadá, salvaríamos más de 20.000 vidas estadounidenses al año.
Hoy en día, existe un vacío de liderazgo constructivo a nivel global. Quizá Canadá no es capaz de escribir un tuit mezquino, pero es rudo cuando es necesario, y tal vez sea el líder que el mundo necesita.