Vladimir Putin, fue un agente de la temible policía secreta de la ex URSS formado, en consecuencia, con la dureza necesaria para infiltrarse como espía en otros países. Preparado para matar, sin dejar huellas. Asesinar, robar, infiltrarse en los organismos de seguridad extranjeros, desinformar. En suma ustedes deben haber visto alguna película de espías o leyeron alguna novela, que muestra la sangre fría con la que matan o si es necesario se autoeliminan, para evitar divulgar secretos, en una sesión de tortura.
Claro que en el cine o en el relato, le ponen algún ingrediente que cree suspenso o que exagere un poco la labor del agente secreto. Pero de todos modos hay detalles insoslayables en la preparación de estas máquinas de matar o morir. Saben que cuando están cumpliendo una labor de espionaje, en terreno enemigo, están absolutamente solos y hasta es probable que su propio país lo desconozca. Entonces deben ser hombres o mujeres duras, sin escrúpulos éticos o religiosos, dispuestos a todo con tal de cumplir exitosamente su misión.
Esta introducción tiene como objetivo presentar las características que Putin, como cualquier otro miembro de la KGB, debe haber aprendido, máxime cuando en el caso de él ascendió rápidamente en la escala, hasta alcanzar una jerarquía destacada en la agencia de espionaje rusa, émulo de la CIA norteamericana.
¿Qué ocurre cuando un hombre formado para matar o morir, con tal de cumplir la misión que le impusieron, llega a ocupar los más altos cargos del gobierno de un país, como Rusia y se auto impone la “misión” de reconstruir el ex imperio soviético?
Claro que él mismo pontifica que quien no añora aquel inmenso espacio territorial que constituía la ex Unión Soviética, no es un patriota, pero quien pretenda reconstituirlo es un loco.
No sé si en su caso debemos adjudicarle el epíteto que él mismo utilizó, pero creo que no constituye un secreto que su principal objetivo, su pasión casi diría, es la reconstrucción de la Rusia soviética.
En 1999 comienza su meteórica carrera política. En ese entonces era prácticamente un desconocido, tanto en la Duma, Parlamento ruso, (que tiene la función de elegir al primer ministro), y por supuesto menos se lo conocía en el ámbito político, fuera de un estrecho círculo y mucho menos, en el exterior. El presidente, en los aciagos días que vivía Rusia, era Boris Yeltsin. El candidato que acababan de elegir ese l6 de agosto, era el sexto que se animaba a ocupar el cargo de primer ministro.
Rusia estaba al borde del derrumbe, se hallaba en cesación de pagos de su deuda, desde hacía un año, los salarios y las jubilaciones impagas. Un capitalismo mafioso y prebendario manejaba a su antojo el país. La situación no podía ser más caótica y alarmante.
Los chechenos habían derrotado al otrora poderoso ejército ruso. El Pacto de Varsovia también se desintegraba y, como ocurre en estos casos, habían pegado el salto hacia lo seguro, la OTAN. De esta manera los límites de aquella organización se extendieron hasta las propias fronteras del maltrecho ex imperio.
Recién mencionamos al presidente de aquel tambaleante, país-continente, que se movía como un gigantón borracho, precisamente quien estaba al frente, el gigantón borracho, era el alcohólico Boris Yeltsin, aquejado por enfermedades, además del vodka.
Había que tener coraje para asumir en tales condiciones y a Putin, destacado miembro de la agencia de inteligencia rusa, le sobraba coraje, pero en tal coyuntura no era sólo cuestión de valor: había que adoptar un conjunto de medidas acertadas y urgentes, que evitara el derrumbe final. Y Putin tenía un plan.
Volviendo sobre la biografía de ese hombre desconocido que se animaba a tomar la posta en semejante situación de quiebre de las instituciones, diremos que nació en Leningrado, en 1952, cuando una serie de circunstancias habían impulsado a la Unión Soviética a una posición de excelencia, tanto en lo interno como en el campo internacional.
Hacía pocos años que había terminado la Segunda Guerra Mundial y la URSS estaba entre los tres grandes que, en Yalta, se repartieron el mundo. A ello se agregan una serie de triunfos en los campos espaciales y bélicos, que la terminaron de encumbrar. El primer satélite espacial, la perrita Laika, heroína del cosmos a pesar suyo, otro héroe pero éste plenamente consciente de la gran aventura que protagonizó, el famoso Yuri Gagarin. La bomba de Hidrógeno. En lo bélico el aplastamiento inmisericorde de las revueltas en procura de libertad de Hungría y Checoslovaquia, en 1958 y 1968.
En lo interno había paz, paz de los cementerios, pero para un pueblo que tuvo una dura lucha contra la insensata invasión de Alemania, que había pasado hambre, muerte y desolación, esa paz, aunque menguada por la falta de libertad y persecución a los opositores, era bien recibida. (Recordar el Archipiélago Gulag del premio Nobel de la Paz, Solzhenitsyn).
Pero en l999 la situación era muy distinta a los dorados años de la infancia y juventud, de quien hablaba ante la Duma, para obtener el cargo de primer ministro.
En ese discurso expuso su plan de gobierno para revertir el grado de postración en que había caído su patria.
Nadie lo escuchó ni lo tomó en serio. Si lo hubieran hecho, ninguna de sus medidas los hubiera tomado por sorpresa. Los dos pilares fundamentales en los que apoyaba su plan de reconversión eran restaurar la estabilidad, poner fin a lo que él llamó las “revoluciones” que habían hundido al país, esto en lo interno. En lo externo, recuperar el lugar de Rusia en los asuntos mundiales.
Esta introducción al tema luego se puede seguir en una excelente nota del diario La Nación, de Buenos Aires, del 30 de marzo de 2014, en la que el escritor Oliver Bullough, nos cuenta cómo el líder ruso, con empecinamiento y carencia de escrúpulos, trata de reconstruir el país de su niñez. Luego, en una nota de “Cuba Debate” del 15 de diciembre de 2011, critica acerbamente a Mijail Gorbachov por haber permitido en l991 la desintegración formal de la ex URSS.
Leyendo estas notas podemos advertir, además, que hay muchos puntos de contacto entre nuestra presidenta y el presidente de Rusia; de allí sus buenas relaciones que, como dijo en oportunidad de la visita de aquél a nuestro país, éstas eran de un carácter estratégico especial.
Este nuevo Hitler de la política internacional, está imbuido también de un ultranacionalismo que, al igual que aquél, supo aprovechar el resentimiento y la humillación de un pueblo empobrecido y dolorido, por ver su grandiosa “madrecita Rusia”, empequeñecida y carente de reconocimiento internacional.
Temo que la semejanza con el líder de la Alemania nazi, alcance mayores consecuencias. Por lo pronto, su empecinamiento por reconstruir la Unión Soviética, de su dorada niñez, le ha convertido en un peligroso desestabilizador de una región geopolíticamente trascendente en el damero de la política internacional.
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.