Purmamarca, mucho más que siete colores

Purmamarca, mucho más que siete colores
Purmamarca, mucho más que siete colores

Siempre quise conocer el Norte: especialmente Salta y Jujuy y en 2011 partí hasta allá 15 días y con una mochila al hombro.

Primero hice dedo a un camionero que me llevó desde  el departamento de San Martín a Salta. Llegué a las 7 de la mañana de un 9 de julio golpeando varias veces las puertas de un hostel que más o menos tenía fichado.

La ciudad entera estaba adornada por guirnaldas y banderas argentinas y mientras iba transcurriendo el día, las calles se fueron animando por los festejos.

En el alojamiento me hice amiga de una turista alemana que hablaba perfectamente español y con ella recorrimos la capital salteña durante los cuatro días que estuve allí. La alemana llevaba ocho meses moviéndose por América Latina sólo con 4 mil euros en la billetera.

Contrariamente a lo que la gente piensa, julio es caluroso en Salta, o al menos a mí me tocó un invierno muy cálido. Yo había llevado abrigo y realmente lo abandoné pronto. Hasta me tuve que comprar ojotas y pantalones cortos.

Con respecto a los circuitos citadinos, me dio risa cómo los operadores turísticos te venden las dos telesillas al famoso Mirador. Te advierten que el gratuito es peligroso para alguien que viaja solo y que el pago es más "seguro". Nunca lo entendí bien.

Luego me tomé un colectivo a Purmamarca. El plan fue quedarme sólo un día pero me gustó mucho el lugar y lo estiré a cinco. Nunca me voy a olvidar de esas noches, de aquel silencio extremo y la oscuridad de un lugar sin luz eléctrica. Hay una sensación de soledad profunda...

Es que Purmamarca fue amor a primera vista. En un momento me dije: "Me quiero quedar a vivir acá". Pensé en poner un negocio, dar clases, no sé, inventarme algún laburo para alquilar algo e instalarme.

Conocí a una chica que era maestra y que quería hacer lo mismo que yo, y tuvo suerte porque consiguió trabajo como docente ahí.

En la pequeña localidad paré en hostel muy rústico, con techito de cañas y adobe, y allí intercambié anécdotas con dos pibes franceses.

Me resultó muy placentero perderme en las caminatas, escalar laderas, llevarme sólo la cámara, el mate y un anotador y entregarme a la contemplación del paisaje. Fue el momento más pleno que experimenté en todos los viajes que hice hasta el momento.

Al "Cerro de los Siete Colores" lo escalé al mediodía, pero siempre se recomienda una hora menos calurosa. Luego continué hacia Tilcara y en mi caso, me resultó bastante decepcionante, por lo que estaba demasiado tranquilo, quieto.

Y eso era hasta ese día lo que me habían vendido como el gran atractivo de la Quebrada; me dejó al final un gusto a poco. Me dio algo de impresión comer la carne de llama, pero las empanadas son realmente exquisitas, imperdibles y si bien hay muy buenos restaurantes, me quedo mil veces con las cantinas de los pueblos, donde hasta hay serenatas y borrachines simpáticos.

A todo esto, mi familia estaba con los nervios de punta, porque mi viaje había coincidido por un lado con la desaparición de María Cash, el 8 de julio y con los asesinatos de las turistas francesas en la Quebrada de San Lorenzo, en Salta. Como me había prometido desconectarme totalmente de los medios, me rescaté muy tarde de esas preocupaciones.

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