El viejo Lobo quedará para otra vez. Cuando se recupere la confianza y los resultados positivos ayuden a darle otra fisonomía al equipo.
El tremendo golpe recibido en el Gargantini resultó letal. De nocaut. Y los días posteriores profundizaron la crisis con la salida de Toti Arias.
Las críticas contra los jugadores arreciaron desde todos los ángulos, transformando la semana en una de las peores de los últimos tiempos.
Con este panorama desolador... ¿Qué se podía esperar a la hora de recibir al sorprendente elenco de Gualeguaychú, con un técnico interino en el banco? Seguramente un elenco abatido mentalmente y expuesto al reproche de los hinchas si las cosas venían mal, y encima sin soldados importantes para conformar el once ideal.
Lo que todos se imaginaban se cristalizó en buena parte del encuentro, con un Mensana que deambuló por el campo de juego y nunca encontró los caminos.
Se notaba en el aire el alma de un equipo en pena con futbolistas que no podían levantar las piernas, y que en cada pelota perdida tenían encima la catarata de murmullos e insultos.
Hasta el más experimentado como Sergio Oga sintió la mochila sobre su espalda, y así sólo el recuerdo de su jerarquía estuvo a merced del Blanquinegro. Y sin Magia no se podía esperar mucho del resto, salvo alguna aparición de César Carranza como para romper con la mediocridad.
En el peor momento parecen que se van acumulando las piedras en el camino: un penal infantil en contra- convertido por el goleador Zampedri-, y una ocasión increíble desperdiciada por Taborda.
¡No se puede creer!. Era el grito en el tablón.
Pero el equipo tuvo un click. El mensaje desde el banco con el cambio táctico fue el empujón que los hombres del Parque necesitaban para reaccionar. No quedaba otra. Era salir a flote o derrumbarse.
Y Gimnasia se levantó. Aún sin brillar ni desparramar virtudes en su juego colectivo, fue y fue con amor propio y coraje.
El efecto contagio resultó y por eso Peinado y Espinoza entendieron que debían ir por las bandas. Villarino empujó desde el fondo y el “Chiqui” Carranza se puso a todos en los hombros.
Ese derechazo de Espinoza marcó un desahogo esperado. Un poco de aire en medio de tanta turbulencia y desesperación.
Por eso, al final de la historia, fue un punto anímico.