Ante el líder, en su casa, el Lobo se plantó de igual a igual, tuvo sus chances de marcar y traerse algo más que un punto, pero terminó perdiendo por la mínima diferencia y masticando bronca.
De arranque, se vio que Gimnasia gastaba gran parte de sus recursos en ponerle palos en la rueda a la gestación de juego de los locales, que es muy rica y que se realiza con futbolista de gran talento como Viturro, Garro y Moreira Aldana. Siete futbolistas abocados casi exclusivamente a la contención puede sonar como un exceso pero era lo justo y necesario. Oga Pereyra y Farías eran una isla, allá adelante.
Corvalán aferrado a Garro, si bien no fue importante de mitad hacia adelante, fue clave para defender las corridas del Negro Garro. En la única que el volante izquierdo le ganó al carrilero derecho del Lobo, terminó siendo la más clara del local y que desaprovechó Moreira Aldana cabeceando desviado.
Ese tridente ofensivo solitario se las ingenió para generar situaciones de gol, pero el asistente dos, Cristian Ramonda, se encargó de neutralizarlas muy bien. Farías la punteó para Oga, quien de frente al arco buscó el segundo palo y Brasca se higo gigante para evitar el tanto.
Gimnasia dejaba la sensación de tener todo controlado, pero la pregunta era hasta cuándo lo podía aguantar sabiendo que tenía la ofensiva clausurada. Y lo soportó el Lobo con entereza, intacto.
Pero alguna fisura iba a haber, el Lobo jugaba al límite del error y éste llegó nomás. Fue madurando hasta que cayó por su propio peso. Pifian en el fondo en un despeje, con tanta mala fortuna que el rebote le quedó servida en bandeja a Moreira Aldana, quien no la dejó pasar. El plan para ir al Coliseo sufría el golpe que no debía sufrir.
Y la puñalada letal se le dio uno de sus propios soldados, una puñalada trapera. Taborda, que tenía minutos en cancha, se hacía expulsar de la forma más absurda. Gimnasia había luchado con todo lo que tiene, hasta el final, como se debe. No merecía morir de esta manera, por un golpe traicionero.