La oleada cada año durante los meses del verano boreal de inmigrantes clandestinos a la isla italiana de Lampedusa la convirtió en un pequeño cruce de caminos del Mediterráneo y en la puerta de entrada a Europa.
Pese a que los cerca de 6.000 residentes de Lampedusa han resistido en estos años con sobriedad a la emergencia humanitaria creada por la llegada de miles de inmigrantes provenientes de Africa, Medio Oriente y Asia, la situación económica de la isla no es fácil.
Frente a la crisis de la tradicional industria de la pesca en los últimos años, la isla, de 20 kilómetros cuadrados, decidió invertir en el turismo, por lo que espera que el problema de los inmigrantes sea resuelto y partan lo más pronto posible.
La isla, en el archipiélago de las Pelagias en el mar Mediterráneo, ubicada a 205 km de la isla de Sicilia y a 113 km de Túnez, estuvo a lo largo de los siglos bajo el dominio de los griegos, los romanos y los árabes, para pasar luego a franceses y malteses antes de convertirse en el territorio italiano más al sur.
Un simple y sugestivo monumento sobre el mar, llamado la “Puerta de Europa”, con objetos tridimensionales que recuerdan lo que se carga y pierde en esa dramática travesía, rinde homenaje a todos los inmigrantes que han perdido la vida intentando entrar al viejo continente.
Cerca de unos 25.000 en los últimos 20 años, según algunos cálculos.
El éxodo de inmigrantes se ha agudizado tras las protestas en 2011 en el mundo árabe, por lo que la alcaldesa, Giusi Nicolini, pidió oficialmente ayuda a la Unión Europea.
El párroco de Lampedusa, Stefano Nastasi, escribió al papa argentino Francisco, hijo de inmigrantes italianos, cuando fue elegido en marzo pasado pontífice, para que conociera de cerca el drama.
“Que Lampedusa sea faro del mundo, para que tenga el coraje de recibir a los que buscan una vida mejor”, pidió este lunes el Papa durante su visita de pocas horas tras agradecer a los isleños por su "ternura" y solidaridad con los inmigrantes.