Un pueblo, 12 familias y un festejo patrio

A 70 km de Rivadavia y en medio de un yacimiento petrolero se ubica este poblado que alguna vez albergó a medio centenar de familias. Hoy queda sólo un puñado de ellas, que se debaten entre emigrar o aceptar un futuro próspero con una industria que podría

Un pueblo, 12 familias y un festejo patrio
Un pueblo, 12 familias y un festejo patrio

El cielo limpio y la vista amplia, entre las cerrilladas y hasta el horizonte. Allí, en el extremo suroeste de Rivadavia, está el paraje de Costa Anzorena: una escuela con 28 pibes, un centro de salud y doce familias repartidas en diez kilómetros de secano.

“¿Que cómo es vivir acá? Y... se hace difícil... porque uno está lejos de la comodidad. Pero después de 30 años, ya estoy acostumbrado a andar con lo mínimo”, dice Felipe Domingo Oviedo, que tiene 65 años y que como el resto de sus vecinos se arrima por la escuelita José Pérez, donde hay fiesta porque se celebra el 9 de Julio.

La Costa Anzorena está junto a los campos petroleros del yacimiento La Ventana y muy cerca del río Tunuyán, que lleva su caudal de aguas hasta El Carrizal. Eso es en el distrito de San Isidro y para llegar desde la ciudad de Rivadavia, primero hay que andar hacia el suroeste y después perderse por un camino, que ni nombre tiene y que son 50 kilómetros de puro ripio y tierra. Esa primera parte del camino pertenece a YPF y por eso, antes de llegar a la Costa, hay que identificarse con nombre y documento en un puesto de la petrolera.

Escuela con carencias

Este año, la comuna de Rivadavia decidió festejar el Día de la Independencia en la escuela de Costa Anzorena. Es jueves y casi de madrugada viaja hasta el lugar una caravana de vehículos y tres colectivos. Van el intendente Ricardo Mansur, algunos funcionarios, la banda de música Blas Blotta y también los alumnos abanderados de otras seis escuelas. Por primera vez en mucho tiempo, se junta gente en Costa Anzorena; hay discursos, música, baile y hasta un mago que asombra a los niños. Se reparte sopaipillas, chocolate y al mediodía, empanadas y gaseosas.

Carla Avecilla tiene 12 años, está en séptimo grado y es la abanderada de la escuelita Pérez. “Nos hacen falta útiles: cuadernos, lápices y libros”, dice sin vueltas la niña, que vive a 9 kilómetros del establecimiento. A Carla todos los días la lleva su papá a clases y quiere ser maestra jardinera.

A la escuela Pérez van 28 alumnos que tienen entre 3 y 17 años. Los más pequeños y hasta el tercer grado tienen clases, todos juntos, con Eliana Gil, una maestra que de lunes a viernes vive en la escuela; al resto y hasta el séptimo grado les enseña Rosa Puppato, que además de maestra es la directora. Rosa no vive en la escuela y todos los días hace 160 kilómetros, entre la ida y la vuelta. A veces, alguna tormenta lleva agua por el río seco que hay al norte y eso le corta el paso, pero se las ingenia para llegar. Tiene el auto medio fundido de tanto ir y venir por un camino intransitable.

“La comuna y don (Oscar) Yamín nos ayudan mucho, pero igual nos faltan cosas”, dice la directora. Yamín es el dueño de casi todas esas tierras, unas 42.000 hectáreas en total, y la mayoría de las familias de Costa Anzorena trabajan para él.

-¿Qué es lo que anda precisando la escuela?

-Y... acá faltan muchas cosas. Lo más urgente sería una salita para los niños del jardín y que creen el cargo, porque ahora los tenemos junto con los más grandes y eso no está bien. Lo otro sería tener un salón para darles talleres a las mamás de la zona.

Hay otras carencias, igual de penosas: a la escuela sigue yendo un alumno que egresó hace dos años y que ya debería estar en la secundaria de El Carrizal. Es un buen estudiante pero no tiene quién lo lleve hasta El Carrizal y por un solo alumno, la tráfic de la DGE que recorre la zona no llega hasta la Costa. Se han hecho reclamos al gobierno escolar pero no hubo respuesta.

Esperanza de futuro

La Costa Anzorena tuvo un pasado mejor, cuando más de 200 agricultores mantenían en producción los viñedos de Arturo Furlotti. Los campos cambiaron de dueño y desde los ‘70, Oscar Yamín adquirió las tierras y apostó a la plantación de álamos. En los años ‘90 habían 800 hectáreas de árboles y 27 perforaciones de riego, pero el negocio no funcionó y comenzó el éxodo de habitantes. Habían más de 50 familias y hoy quedan 12, que viven más que nada de la cría de animales.

Yamín quiere recuperar Costa Anzorena con una planta de tratamiento de residuos petroleros. El proyecto está en la comuna, que analiza la factibilidad de la idea, aunque algunos se oponen: una planta así, recibiendo residuos petroleros de toda la provincia, afectaría el medio ambiente de toda la región.

Luis Ortubia (43) es regador de una pequeña plantación de duraznos. Tiene su casa cerca de la escuela, donde también hay una docena de viviendas abandonadas. “Pasan los días y uno vive como puede. No me gusta quejarme”, dice Luis, que tiene cinco hijos; la más grande sale este año de séptimo y se irá a vivir a la casa de su abuela, en Tunuyán, para hacer allá la secundaria. “Habiendo tan poco, es difícil que los chicos se quieran quedar”, la justifica.

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