Se nos llenan los ojos de puebladas, por estos días. No es la primera vez en América Latina y no será la última. Lo ocurrido en Venezuela, en Ecuador, en Chile y ahora en Bolivia habla, más allá de las motivaciones de cada caso, que el pueblo ha resuelto asumir su papel de pueblo y dejar las incomodidades cotidianas de lado para ir a incomodar a los que ostentan el poder.
Porque son ostentosos. Ostentar es exhibir con vanidad y presunción una cosa y esa cosa es el poder. Pero el poder es esquivo, suele volverse contra aquellos que lo ejercen y entonces pasan a no poder.
A no poder contener las manifestaciones populares que los malestares sociales suscitan. Uno se cansa, che, se cansa de soportar toneladas de injusticia que caen generalmente sobre aquellas personas que no pueden soportar el peso y en un momento determinado, que no figura en los manuales, dicen una simple pero contundente palabra: “Basta”
Ocurrió en Venezuela que ahora aparece como más calmada aunque la llamita de la bronca sigue ardiendo y es muy probable que en un futuro cercano se vuelvan a verse manifestaciones millonarias pisando el asfalto que a veces tienen que morder.
Ocurrió en Ecuador y también fue contundente. Y de pronto apareció Chile y todos nos asombramos. Porque muchos de nosotros lo teníamos como ejemplo de un país que funcionaba bien, funcionaban bien sus instituciones, tenía una economía controlada, crecía como pocos países. Y de prontó ¡Zas! Alguien encontró la llave del candado, se corrieron las cadenas y a la calle a gritar su descontento con voz multitudinaria.
Y ahí anda sucediendo todos los días. Chile renueva su sinsabor diariamente y no hay quien lo pare, por lo menos no hasta ahora. Es que el gobierno de Piñera, que no hace mucho asumió, no tiene con quien conversar para ponerse de acuerdo. Es jodido ponerse a conversar con millones de personas, no te alcanza el tiempo.
Mientras, el descontento gana cada esquina de las ciudades populosas del país hermano y flamean las banderas nacionales como queriendo levantar un viento de justicia.
Claro, no es chiste, las puebladas suelen terminar con vidas de aquellos que la conforman y entonces aparece el crimen como argumento de represión. Lamentable.
Las fuerzas de seguridad se transforman en fuerzas de inseguridad y todo es posible dentro del campo de la violencia.
Porque aparecen los violentos de siempre y entonces sólo hace falta una chispa para que se inicie el incendio. El pueblo chileno hoy queda en la calle, al parecer la mayoría estaba en la calle antes de salir a protestar, pero en la calle de la economía que no reparte bien, nunca ha repartido bien, pero el nunca se termina y aparece el ahora y entonces andá a parar a aquellos que sufren diariamente mientras otros se van de veraneo al Caribe.
Y ahora aparecieron los bolivianos. Bolivia vivía en el medio evo, hasta que encontró un Evo entero y al parecer los cambios producidos durante su gobierno han mejorado bastante las cosas en ese país. Pero, ¡Ay, la ambición! Metió las narices la ambición y el país estornudó. La ambición de perpetuarse en el poder, de pensar que sin él nada puede funcionar.
Golpe de estado de por medio se terminó con Evo y ahora mira a su país desde la latitud de México, bastante lejos como para tener injerencia.
Bolivia tiene que volver a los buenos carriles, esperemos que la senda esté marcada y la gente vuelva a ser sencillamente la gente y no una turba.
Cosas que pasan en nuestro continente y que reflejan una realidad que ya nadie puede soslayar: hay mucha injusticia, pero mucha, hay mucha desigualdad social y hay pocos de los que nos mandan que se den cuenta de que todo esto no es una entelequia, es una realidad. América parece despertar de un largo letargo, ojo con aquello que menospreciaron al pueblo. Escúchenlo, está gritando en las calles.