Los resultados de las pruebas PISA confirmaron que el 52% de los alumnos argentinos de 15 años no puede "identificar la idea principal en un texto de longitud moderada, encontrar información basada en criterios explícitos, ni pueden reflexionar sobre el propósito y la forma de los textos", mientras que un 25,7% apenas sí alcanzan esa comprensión básica.
A diferencia de otros operativos de evaluación, PISA no mide cuánto saben los alumnos sobre el contenido curricular ni sobre conocimientos generales, sino que busca conocer cuánto comprenden, resuelven y comunican resultados de situaciones "del mundo real".
Argentina registró un avance de seis puntos respecto a la última prueba de la que participó, en 2012, ya que en el 2015 si bien los alumnos rindieron las evaluaciones, la OCDE anuló la participación por deficiencias en el registro estadístico.
A nivel mundial en Lengua, los alumnos chinos obtuvieron el puntaje más alto de las pruebas con 555,2 puntos, mientras que la Argentina ocupó el lugar 63 solo por encima de Perú, Arabia Saudita. Tailandia, Macedonia, Azerbaiyán, Kazajstán, Georgia, Panamá, Indonesia, Marruecos, Líbano, Kosovo, República Dominicana y Filipinas.
A continuación, de acuerdo a lo publicado por Clarín, dos textos sobre los que se evaluó la comprensión lectora en la evaluación PISA 2018. Se trata de "Los amigos", un cuento breve de Julio Cortázar, y de una también breve biografía de ese escritor. También se publican algunas de las preguntas que les hicieron a los alumnos acerca de esos escritos. Las respuestas correctas están al final de la nota.
Los amigos
En ese juego todo tenía que andar rápido. Cuando el Número Uno decidió que había que liquidar a Romero y que el Número Tres se encargaría del trabajo, Beltrán recibió la información pocos minutos más tarde. Tranquilo pero sin perder un instante, salió del café de Corrientes y Libertad y se metió en un taxi. Mientras se bañaba en su departamento, escuchando el noticioso, se acordó de que había visto por última vez a Romero en San Isidro, un día de mala suerte en las carreras. En ese entonces Romero era un tal Romero, y él un tal Beltrán; buenos amigos antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonrió casi sin ganas, pensando en la cara que pondría Romero al encontrárselo de nuevo, pero la cara de Romero no tenía ninguna importancia y en cambio había que pensar despacio en la cuestión del café y del auto. Era curioso que al Número Uno se le hubiera ocurrido hacer matar a Romero en el café de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quizá, si había que creer en ciertas informaciones, el Número Uno ya estaba un poco viejo. De todos modos la torpeza de la orden le daba una ventaja: podía sacar el auto del garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo salía bien evitaría que Romero entrase en el café, y al mismo tiempo que los del café vieran o sospecharan su intervención. Era cosa de suerte y de cálculo, un simple gesto (que Romero no dejaría de ver, porque era un lince), y saber meterse en el tráfico y pegar la vuelta a toda máquina. Si los dos hacían las cosas como era debido –y Beltrán estaba tan seguro de Romero como de él mismo– todo quedaría despachado en un momento. Volvió a sonreír pensando en la cara del Número Uno cuando más tarde, bastante más tarde, lo llamara desde algún teléfono público para informarle de lo sucedido.
Vistiéndose despacio, acabó el atado de cigarrillos y se miró un momento al espejo. Después sacó otro atado del cajón, y antes de apagar las luces comprobó que todo estaba en orden.
Los gallegos del garaje le tenían el Ford como una seda. Bajó por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacionó a unos metros de la puerta del café, después de dar dos vueltas a la manzana esperando que un camión de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del café lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el acelerador para mantener el motor caliente; no quería fumar, pero sentía la boca seca y le daba rabia.
A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la vitrina del café, calculó lo que tardaría en cruzar la calle y llegar hasta ahí. Pero a Romero no podía pasarle nada a tanta distancia del café, era preferible dejarlo que cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrán puso el coche en marcha y sacó el brazo por la ventanilla. Tal como había previsto, Romero lo vio y se detuvo sorprendido. La primera bala le dio entre los ojos, después Beltrán tiró al montón que se derrumbaba. El Ford salió en diagonal, adelantándose limpio a un tranvía, y dio la vuelta por Tacuarí. Manejando sin apuro, el Número Tres pensó que la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán, un amigo del hipódromo en otros tiempos.
Julio Cortázar (1956) "Los amigos", en Final del juego. Buenos Aires, Alfaguara.
Cinco preguntas sobre el cuento
1. ¿En qué personaje pone el foco el narrador?
a) Romero.
b) Número Uno.
c) Número Dos.
d) Beltrán.
2. Según los detalles que ofrece el relato, ¿cómo describirías a Beltrán?
a) Pesimista.
b) Calculador.
c) Amistoso.
d) Curioso.
3. Según las informaciones que ofrece el relato, ¿cómo describirías a Romero?
a) Rutinario.
b) Nervioso.
c) Curioso.
d) Traidor.
4. ¿A qué se refiere el narrador con "juego" en la primera frase del relato?
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5. ¿Con cuál de estas temáticas podés vincular el cuento leído?
a) La ambición.
b) La traición.
c) La frustración.
d) La maldición.