El triunfo electoral de Putin en Rusia con el 76,7% de los votos, consolida su liderazgo nacional. Tiene 63 puntos de ventaja sobre quien le sigue, una figura paradojal, un millonario comunista. Pero en un análisis ideológico, el 90% de los votantes han optado por opciones nacionalistas, dado que los ex comunistas hoy también lo son.
La concurrencia a votar superó el 60% y fue cuatro puntos menos que en la elección anterior, algo que puede explicarse porque se trató de un resultado sin incertidumbre alguna. Simpatizantes del oficialismo pueden no haber votado al percibir que su voto no era necesario y opositores por pensar que era inútil.
Un analista político ruso sostuvo que "cuando Rusia se ve amenazada se une", explicando que la escalada de tensiones con Occidente que tuvo lugar en los días previos a la elección y que Putin supo explotar, jugaron a su favor electoralmente. De esta manera va a gobernar un cuarto de siglo: de 2000 a 2024, con un período intermedio de Medvedev, una figura bajo su control.
El autoritarismo de Putin se entronca con la cultura rusa e incluso con la figura del zar. A lo largo de su historia, Rusia sólo ha tenido democracia real en la última década del siglo XX, cuando gobernó Yeltsin, tras la disolución de la URSS, un período que la mayoría de los rusos juzgan fue negativo para su país. Contra lo que muchos observadores occidentales prefieren ver, la juventud es el segmento que más votó por Putin.
Pero este resultado también incide sobre el rol global de Rusia como potencia y de Putin como líder global. Pese a que la caída de los precios del petróleo y gas -de los cuales depende la economía rusa- fue importante en los últimos años y a las sanciones impuestas por EEUU y UE por la anexión de Crimea y la secesión de Ucrania agravaron sus efectos, la economía se recupera, aunque lentamente.
Ello no impide que Rusia sea la segunda potencia militar del mundo, aunque gaste un décimo de lo que gasta EEUU y menos de la mitad de lo que destina China en defensa.
La presentación de nuevos sistemas de armas realizada por Putin el 1 de marzo, que podrían llegar a todo el territorio de EEUU vulnerando sus sistemas antimisiles, fue una demostración de fuerza que también habría contribuido a su contundente triunfo electoral.
El enfrentamiento con Occidente es una política que refuerza al líder ruso en términos de popularidad. Si bien Putin al día siguiente de ganar la elección se mostró conciliador con EEUU y Europa, gana más con la confrontación que moderando su actitud.
El escenario más probable es que Putin siga desafiando a Washington como potencia global y a Europa en el ámbito regional.
Pero Trump, en uno más de sus giros sorprendentes, 48 horas después de la elección rusa abrió la puerta a un encuentro con Putin. Evitar que la OTAN se extienda a las ex repúblicas soviéticas como ha sucedido con los Países Bálticos, reconstruir la URSS y consolidarse como la potencia de "Eurasia", son los objetivos de Moscú. En este marco, repoblar el oriente de Rusia, en la frontera con China, es una de las políticas que se están intensificando.
La participación militar fuera de las fronteras, en el caso de Ucrania le ha dado réditos en su opinión pública y en Siria no le ha generado costos.
Hay dos lecciones que Putin parece haber aprendido de la URSS: no embarcarse en una carrera armamentista con EEUU que consuma su economía y no comprometerse en guerras regionales que deterioren su prestigio interno y externo, como sucedió en los años ochenta en Afganistán.
La primera enseñanza la planteó al presentar los nuevos armamentos el 1 de marzo, advirtiendo que no pondría en riesgo la economía por los armamentos, como había sucedido con la URSS.
La intervención en Ucrania le ha dejado importantes réditos. Por esta razón, dejó para el último día de campaña su gira triunfal por Crimea, donde obtuvo casi 99% de los votos. La secesión del Este de Ucrania también le ha dejado beneficios políticos. En cuanto a Siria es diferente, ya que no exalta el nacionalismo ruso, como en los casos anteriores. Pero Putin se ha encargado de evitar que la intervención en este país se asemeje a lo que sucedió en Afganistán en los años ochenta. Por esta razón, está buscando una alternativa de salida que le evite seguir empeñado sin plazo, como sucedió con Rusia en dicho país y como está sucediendo hoy con EEUU.
Pero el contundente triunfo de Putin también es expresión de la tendencia global a la consolidación de líderes globales fuertes con inclinación nacionalista. El mismo Trump lo es y también el presidente chino (Xi), quien en su discurso de clausura de la asamblea nacional, el 20 de marzo, hizo una exaltación del nacionalismo y la disposición de su país a librar guerras, aunque éstas sean sangrientas. Aunque apoyan la apertura económica, el primer ministro de Japón (Abe) es un nacionalista que reivindica parcialmente el rol de su país en la Segunda Guerra Mundial y el de India (Modi) es un nacionalista hindú. En segunda línea, es un líder nacionalista Erdogan en Turquía, el general Sissi en Egipto y el príncipe heredero en Arabia Saudita. En Europa, asume una postura nacionalista el Reino Unido con el Brexit, Italia con el rol electoral de la Liga Lombarda, los países de Europa Central (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), el nuevo gobierno de Austria y partidos minoritarios en otros países, comenzando por Alemania. A su manera, Macron también es un líder nacionalista francés, empeñado en extender el idioma francés dentro y fuera del país.
El nacionalismo no siempre coincide con el autoritarismo, como son los casos de Xi, Putin, Erdogan, Sissi, el príncipe heredero de Arabia Saudita y los gobiernos de Polonia y Hungría en Europa. La combinación de nacionalismo con autoritarismo resulta más general que la de nacionalismo con liberalismo, aunque ella se da en los casos de los primeros ministros de Japón e India.
En conclusión: el triunfo de Putin con el 76,7% de los votos consolida su liderazgo nacional, que ejercerá durante un cuarto de siglo como mínimo; este resultado refuerza el rol de Rusia como potencia global y de Putin como líder mundial y regional; la participación militar fuera de las fronteras le ha dado réditos políticos con la anexión de Crimea y la secesión de Ucrania y en Siria no le ha generado costos hasta ahora, y globalmente, el triunfo de Putin refuerza la tendencia a líderes nacionalistas fuertes, que a veces -pero no siempre- se combina con modelos autoritarios.