El mundo sigue mostrando una fuerte irrupción de protestas en las calles que desafían al poder en todos los continentes, sin un origen común, pero con un efecto global.
En Asia, las que tienen lugar en Hong Kong, cuestionando al gobierno local pero también a Beijing, van a cumplir seis meses; en Pakistán, hay decenas de rutas cortadas por organizaciones islamitas que exigen la renuncia del primer ministro electo el año pasado, a quien acusan de fraude electoral. En Cercano y Medio Oriente, siguen en Líbano, pese a que semanas atrás cayó el gobierno; en Irak, se prolongan con epicentro en Bagdad, con decenas de muertos y centenares de heridos; en Irán, han irrumpido por la triplicación del precio del combustible, provocando más de una decena de muertos y más de mil detenidos.
En África, continúan todos los viernes en Argelia, donde ya provocaron la caída del gobierno anterior; en Etiopía han estallado provocando 70 muertos, en enfrentamientos étnicos; en Egipto, por ahora han sido sofocadas.
En Europa, continúan en Cataluña con cortes de rutas y autopistas; en Praga un cuarto de millón de personas reclaman la renuncia del primer ministro acusado de corrupción; en Francia, los chalecos amarillos conmemoraron un año, con una protesta en la que ha mermado la participación pero no la violencia.
En este marco, lo que sucede en América latina no es un fenómeno regional, sino más bien el capítulo local de uno global. Comenzaron el 1 de octubre en Ecuador, precipitadas por un fuerte aumento de combustibles, obligando al gobierno a anular la medida tras incidentes violentos en las calles con muertos, heridos y numerosos detenidos; siguieron en Chile a partir del 18 de octubre, detonadas por un modesto aumento de la tarifa de transporte, obligando al gobierno del presidente Piñera, a anular la medida, adoptar decisiones en el campo social y convocar la reforma de la Constitución, superando los muertos los 20 en un mes; siguieron con Bolivia, la manipulación del resultado electoral de la primera vuelta de la elección presidencial del 20 de octubre, precipitó protestas violentas de la oposición en las calles, que derivaron en la renuncia del presidente Evo Morales y el surgimiento de un gobierno Provisional, en el contexto de protestas que provocaron al menos 30 muertos. Esta situación impulsó a la oposición venezolana y nicaragüense a volver a salir a la calle en la segunda semana de noviembre, buscando emular el resultado de las protestas en Bolivia, que ahora realizan los partidarios de Evo contra el nuevo gobierno. Al mismo tiempo, en Colombia, se ha convocado el 21 de noviembre un paro con movilización de sindicatos, estudiantes e indígenas, contra el gobierno del presidente Duque.
En una primera interpretación político-ideológica, la gente sale a la calle contra gobiernos neoliberales, que vienen implementando políticas de esta orientación, aumentando la desigualdad. Es la dirección, que parecen tener las que han tenido lugar en Ecuador, las que aún continúan en Chile y las que se iniciarán en Colombia. Los tres países venían creciendo. El primero acaba de girar hacia el neoliberalismo con la ruptura del Presidente (Moreno) con su antecesor (Correa). El segundo, viene siendo considerado desde hace décadas el “modelo” latinoamericano que combina éxito económico con estabilidad y consenso político. El tercero, tiene gobiernos de centro-derecha desde hace décadas y en las últimas dos ha tenido progresos económicos importantes, siendo hoy la tercera económica de América Latina, tras la crisis que afectó a Argentina entre 2018 y 2019. Colombia ha bajado la pobreza, pero aumentó la desigualdad y otro tanto ha sucedido en Chile, caracterizado también por su baja movilidad social. El factor indígena jugó un rol relevante en la rebelión ecuatoriana. Hasta ahora, el gobierno de Moreno ha logrado contener la situación y el chileno parece comenzar a hacerlo aunque las protestas continúan con menor intensidad. En principio, la irrupción de la protesta colombiana no tendría condiciones para alterar la gobernabilidad, pero tiene lugar en momentos que el proceso de paz está en crisis y la violencia vuelve a escalar en zonas rurales que se creían pacificadas.
En una segunda interpretación, las protestas están poniendo en crisis o amenazando a los gobiernos populistas de la región. La caída de Evo Morales, tiene lugar en la economía que más creció -el ingreso per capita se multiplicó por tres en 13 años- entre los gobiernos populistas y parece estar motivada en razones políticas: la oposición de los sectores medios a su perpetuación en el poder -iba por el cuarto mandato consecutivo- al estilo del modelo chavista, ello la precipitó a las calles, generando una crisis, en la cual Evo terminó renunciando al perder el apoyo de la policía para reprimir y negarse las Fuerzas Armadas a asumir su rol. La afirmación de la Administración Trump, de que lo sucedido en Bolivia iba a impulsar procesos similares en Venezuela y Nicaragua llevó al líder opositor venezolano (Guaidó) a volver a convocar a sus partidarios a las calles, retomando la iniciativa. Por su parte el gobierno nicaragüense, adelantándose a eventuales acciones opositoras, reforzó la represión.
Los dos procesos tienen lugar al mismo tiempo: gobiernos de centro-derecha aliados de EE.UU. en la región, se ven amenazados por revueltas populares, pero lo mismo está sucediendo con gobiernos populistas cercanos al eje Cuba-Venezuela.
Mientras tanto en el corto plazo, si logra afianzarse el gobierno provisional boliviano y Lacalle Pou gana la segunda vuelta el 24 de noviembre en Uruguay, en América del Sur, sólo Argentina con Alberto Fernández que asume el 10 de diciembre, con una posición “progresista” y el chavisno que resiste en Venezuela, quedarían al margen de un amplio arco de centro-derecha, que se alinea con el eje Washington-Brasilia.
En conclusión: las protestas continúan y se extienden a nivel global, desafiando a los gobiernos, en Asia, Cercano y Medio Oriente, África, Europa y América Latina, en un fenómeno de efectos globales.
Puesto en estos términos, las protestas que desafían a gobiernos en Ecuador, Chile, Bolivia, Venezuela y eventualmente Colombia, antes que un fenómeno regional son el capítulo de uno global; las protestas que han hecho retroceder a los gobiernos de Chile y Ecuador y que ahora desafían al de Colombia, plantearían un cuestionamiento al modelo económico” neoliberal” y las que precipitaron la caída de Evo Morales y las que tienen lugar en Venezuela y Nicaragua marcan un cuestionamiento a los regímenes populistas de la región y ambos fenómenos se dan al mismo tiempo.