Por Diana Chiani
Coach Ontológico Profesional Avalado
triademendoza@gmail.com
Conectar con lo que realmente se desea y poder asumir la responsabilidad para ir tras ello es una manera de que los propósitos para 2018 no pasen sin pena ni gloria.
Entre vacaciones de última hora, preparativos para la escuela y feriados de carnaval; febrero suele acortarse tanto como se estira enero. Mates de materias pendientes y picaditas de fin de verano contribuyen a esta sensación mientras los fuegos artificiales y los deseos de año nuevo parecen formar parte de otro tiempo.
En este sentido, un chiste que se circulaba en las fiestas se burlaba de los propósitos que muchos dibujan para el nuevo período diciendo -de un modo gracioso que aquí no logra reproducirse ni por contexto ni por talento- que en marzo ya nadie se acordaba de lo planteado en diciembre "porque cuando el futuro llega siempre está el presente lleno de problemas".
“Olvidar” -luego del relax de enero- las metas que se trazaron dos meses antes es algo que le pasa a muchos (no por nada la época de balances suele venir con palos y lamentos). El ritmo que comienzan a imponer algunas de las actividades a las que en algún momento nos subimos sin tener claro para qué es uno de los motivos. El presente parece estar tan plagado de “cosas” que no queda tiempo para nada más. ¿O sí?
A veces, inmersos en una rueda que no para, hacer lugar para escucharse a uno mismo parece tarea inútil. Una clave, para no caer en los propósitos de compromiso con el afuera, es conectar con el deseo genuino e individual de cada uno. Lograrlo -escribiendo, dejándose volar, conversando con un amigo- es una suerte de primer gran paso.
En general -para quienes tienen las necesidades básicas y secundarias resueltas hacerse cargo de lo que se desea es nada menos- que eso: asumir la responsabilidad, que nada tiene que ver con la culpa, e ir por ello. Lo que no quiere decir que sea fácil, de un día para el otro o no haya que pagar algún precio (y no es que no existan costos por llevar adelante situaciones que no se eligen).
Establecer metas posibles, reales y hasta mínimas son maneras de comenzar a abordar lo que se quiere. ¿Qué es lo que se desea seguir sosteniendo y qué no? ¿Qué consecuencias se está dispuesto a asumir? ¿A qué le tengo miedo? De poco sirve decirse que se desea recorrer el mundo si no se tiene el dinero para ello. Tal vez, un comienzo posible sea pensar cómo conseguir esos fondos y accionar -siempre accionar para no caer en pensamientos rumiantes y fútiles- en ese sentido. Fijar un punto de partida concreto podría ser un segundo paso para un camino que comienza a tomar forma.
Las metas de principio de año nos llevan a conectar con los deseos más profundos. Recordar en febrero lo que se imaginó entonces puede llevar -de a poco y cada uno a su modo- a convertirse en protagonista en lugar de ser un observador de la propia vida. No importa cuánto logremos de una vez o que los intentos sean muchos sino de conectar con el propio poder sustentado en los anhelos. Recordarlos cada mañana y hasta escribir recordatorios al respecto en lugares visibles podría ser un tercer paso para lograr terminar 2018 con nuestros propósitos de inicio concretados o muy bien encaminados.
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