Juan está enamorado de María. Desea casarse con ella y formar una gran familia. Ella lo rechaza porque el joven se ha equivocado muchas veces. Entonces Juan visita a don Ernesto, padre de María y le solicita que interceda ante su hija para que lo acepte. Don Ernesto rechaza el pedido y advierte que “respeta y respetará siempre la voluntad de su hija; sólo si ella acepta los avances de Juan, él estará de acuerdo”. Entonces Juan recurre a los vecinos del barrio donde reside, e incluso visita a los clubes del pueblo a los que asiste Don Ernesto para que lo presionen con el objeto de que a su vez presione a María.
Juan es Argentina, María los malvinenses, don Ernesto el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y los vecinos, los países latinoamericanos y tercermundistas. Los clubes son la ONU, la OEA, la Celac, etc.
Esta estrategia es la que Argentina viene sosteniendo desde que en 1965 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 2065 que exhortó a los ingleses y argentinos a resolver la disputa de soberanía por las islas Malvinas.
Han pasado casi 51 años y nada ha cambiado: los ingleses siguen siendo soberanos en las Islas y Argentina continúa reclamando negociaciones a las que los británicos se niegan. Nada ha cambiado y, lo que es peor, nada indica que las cosas cambiarán.
Albert Einstein solía decir que “locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes”.
Estados Unidos y Cuba tuvieron la grandeza de modificar sus estrategias de relacionamiento mutuo al comprobar, luego de cinco décadas y media, que el bloqueo estadounidense y las acusaciones verbales virulentas mutuas nada mejoraban. No fue fácil para los norteamericanos pero tampoco para los cubanos revisar y modificar sus estrategias de política exterior, en el caso cubano con una herida, abierta aún, que se llama Guantánamo.
¿No habrá llegado la hora de que nosotros, los argentinos, modifiquemos radicalmente nuestra estrategia para resolver algún día la disputa?
Nuestro actual embajador ante el Vaticano, Rogelio Pfirter, quien fuera nuestro máximo representante en Londres entre 1995 y 2000 afirmó, en una muy interesante conferencia, que sobre Malvinas dictó el 14 de mayo de 2015 en el Centro Universitario de Estudios Superiores, que “desde que se produjo la guerra de Malvinas en 1982, los gobiernos británicos sean éstos conservadores o laboristas carecen del más mínimo espacio para tomar decisiones vinculadas con la soberanía de las islas Malvinas contra la voluntad de los isleños”. Esto es así porque la opinión pública británica apoya casi unánimemente a los malvinenses. Ignorar esta realidad es perder en las urnas.
La Argentina siempre desconoció y ninguneó a los isleños y por eso nunca admitió el principio de autodeterminación. Incluso durante el gobierno anterior se los atacó verbalmente desde las más altas investiduras, incluyendo a la jefa de Estado y al ex canciller Timerman.
Vale entonces la pena la siguiente reflexión: ¿No habrá llegado la hora de modificar la ineficaz estrategia aplicada por nuestro país desde hace 51 años? La única vez que se abandonó la estéril estrategia de intentar forzar a los ingleses a negociar fue aplicando la fuerza bruta con la guerra del Atlántico Sur de 1982. El intento del canciller Guido Di Tella de implantar en la década del ’90 una “política de seducción” hacia los isleños fracasó desde el principio por ser pésimamente diseñada y peor aún denominada.
Así nos fue.
Estoy convencido de que es posible un acercamiento privado a los isleños a través de instituciones privadas prestigiosas.
Hay numerosos campos (educativo, salud, científico, deportivo, artístico y cultural) en los que se pueden explorar nuevas alternativas para lograr un acercamiento y mejor entendimiento con nuevos actores como lo serían los representantes de instituciones filantrópicas reconocidas por su prestigio y trayectoria.
Lo que sí debemos asumir desde ahora es que cualquier solución que se logre implicará largos plazos de ejecución, seguramente décadas para que futuras generaciones de malvinenses, argentinos e ingleses, puedan disfrutar de acuerdos estables, realistas y permanentes. Ocurrió en numerosos casos pero podemos citar a Hong Kong y el del Canal de Panamá.