Promesas sí, demagogia no más

Las propuestas electorales suelen abundar en lo bueno que los candidatos les prometen a los electores.

Promesas sí, demagogia no más
Promesas sí, demagogia no más

Aunque la fortaleza de una campaña electoral bien realizada implica convencer a los votantes de elegir un proyecto claramente explicitado, ello no excluye que se puedan hacer promesas acerca de las realizaciones posibles que el nuevo gobierno ha de encarar. O sea, en principio no está mal prometer, pero si eso se hace con la debida prudencia y los estudios suficientes para asegurarse que esos compromisos pueden ser cumplidos.

Algo que lamentablemente no suele ocurrir porque en las largas décadas transcurridas en democracia en la Argentina, la gran mayoría de las promesas han estado motivadas por lo que indican las encuestas, formen parte o no del proyecto de gobierno, sean posibles de concretarse o no. Desde la famosa revolución productiva y el salariazo que tanto contribuyeron al triunfo de Carlos Menem en un país decepcionado porque las promesas iniciales de la democracia no se habían cumplido en el plano económico, los políticos no han titubeado en decir casi siempre lo que los electores quieren escuchar. Y es por eso que una y otra vez han decepcionado a la sociedad y ésta se ha cansado de ellos repudiándolos con consignas comprensibles pero imposibles como el que se vayan todos, con furia hacia la política en general o con un nivel de despolitización e indiferencia hacia lo público que vuelve más formal que real a la democracia, sistema político que nutre su savia de la mayor participación popular en las decisiones.

En los tiempos que corren esa costumbre de prometer por demagogia y no por compromiso asumido con bases realistas, tiene representantes en todos los partidos, tanto que muchas veces los que critican las promesas de los gobiernos a los que quieren reemplazar, no dudan en prometer cosas aún más imposibles que sus probables antecesores.

Un ejemplo muy claro de expresar lo tenemos con la promesa formulada hace cuatro años por Mauricio Macri acerca de que apenas asumiera, con sus nuevas políticas, en muy pocos meses acabaría con lo más importante de ese flagelo que es la inflación. Lo que ocurrió después demuestra que estaba hablando más por lo que las encuestas le indicaban que querían escuchar sus probables votantes que por estudios ciertamente realizados y políticas bien definidas  para acabar con ese mal económico. Y ahora, en gran medida, el desprestigio acumulado por su gobierno se debe en enorme medida a esa crucial promesa que fue absolutamente incumplida.

No obstante, como dijimos recién, cuando ello ocurre, los opositores que critican a los actuales oficialismos, pretenden desalojarlos del poder con desmesuras similares o incluso peores que nuevamente ilusionan a los electores tan necesitados de tantas cosas, para casi con seguridad desilusionarlos por enésima vez.

Eso es lo que parecen indicar dos de las principales promesas formuladas por Alberto Fernández, el principal candidato opositor en estas elecciones nacionales: el de ponerle más plata en el bolsillo a las personas desde el primer día de su posible asunción y el de entregarle gratis los medicamentos a los jubilados. Sin acompañar junto a las propuestas los estudios realizados que indiquen la posibilidad de su concreción.

Quizá haya llegado la hora de que los candidatos se animen a plantear desde antes de asumir, con crudeza, lo que deberán hacer aunque eso no sea tan simpático a los oidos del elector. De ese modo, en el caso de ganar, se tendrá mucha mayor gobernabilidad y más paciencia popular.

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