Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Mientras el más impresionante cambio tecnológico jamás producido por la humanidad nos arrastra irremediablemente hacia el futuro, la política -que es quien debería conducirlo- atrasa cada vez más. Porque a las tradicionales élites del poder adheridas al statu quo (puesto que son ellas quienes más lo disfrutan), la única resistencia que hoy se les enfrenta es la de otras élites aún peores, quienes en vez de intentar hacer avanzar el presente hacia el futuro, lo quieren hacer retroceder al pasado. A eso llamamos regresismo, del cual su expresión política más acabada es el populismo, en sus versiones de izquierda o de derecha.
El regresismo tiene cuatro grandes características que lo identifican:
Primero, siempre propone volver atrás en busca de las esencias perdidas debido a que ve al progreso como algo negativo en relación a los viejos buenos tiempos.
Segundo, lo pequeño es lo hermoso, mientras que lo grande generalmente suele ser lo que destroza a las comunidades.
Tercero, ante un mundo en disolución mejor es encerrarse, aislarse de él y fortalecerse en esas esencias reencontradas.
Cuarto, recrear una fuerte identidad propia basada en el rechazo de otras identidades.
Vale decir, el regresismo propone volver atrás y reducir los tamaños en vez de ir hacia adelante integrando su sociedad al mundo cada vez más. Todo se hace en contra de una clase política decadente ante la cual el pueblo reacciona. De allí que el regresismo se apoya en el populismo, en el pueblo indignado contra sus élites, que a la vez cae preso de otras élites que le prometen el regreso a un viejo tiempo cubierto de supuesta grandeza, al menos en relación con el presente decadente y un futuro que más que ilusionar, atemoriza.
Además de achicarse y volver atrás, hay que encerrarse apelando al nacionalismo, el proteccionismo, el aislacionismo. Y fortalecer para ello el valor de la identidad hasta la xenofobia porque la mejor forma de poner a prueba una identidad regresiva es enfrentarla a algún enemigo real o inventado. Si el regresista es de derecha, su enemigo será el inmigrante, si es de izquierda lo será la globalización. Pero las diferencias son sólo adjetivas, en el fondo, en lo sustancial, piensan igual.
Como para el regresismo la utopía, la tierra prometida, está en el pasado, lo que propone hacer con el presente es resistir, reaccionar contra él. En vez de gestar una alternativa superadora e ir a la búsqueda de un glorioso porvenir, como propusieron en su edad de oro tanto el liberalismo como el socialismo, hoy muchos de los que se dicen sus herederos van a la búsqueda de un nostalgioso pasado, donde se supone existió la dicha que se ha perdido.
Y mientras libran su lucha un mal presente contra un peor pasado, nadie se atreve a representar el futuro, porque el pensamiento humano corre más lento que las invenciones tecnológicas que ese mismo pensamiento ha producido. La globalización política está retrasadísima y cuando se la intenta profundizar son los mismos pueblos los que la rechazan, porque no creen en los que se la proponen.
Nos faltan los Locke, los Montesquieu, los Voltaire, los Rousseau, los Marx, los que propusieron nuevas formas de organización social no para hacer frente o resistir los cambios tecnológicos sino para conducirlos y de ese modo apostar a un futuro mejor. No más chico sino más integrado, no más cerrado sino más abierto. De lo nacional a lo continental, y de lo continental a lo universal, como proponía un viejo General argentino cuyos discípulos se han enamorado de los vicios del regresismo.
Uno de ellos, Ricardo Forster, quien fuera designado por Cristina Kirchner como secretario custodio de las esencias sagradas del pensamiento nacional, lo dice muy claramente: “El neoliberalismo se propone cambiar al hombre mismo.... (sobre todo) a partir de una mutación en el vínculo con los demás que ya no puede responder como antiguamente a valores de solidaridad, participación y desprendimiento.”
Antes, Forster y los progres que piensan como él suponían que el hombre nuevo era el que proponía el Che Guevara, pero como no lo lograron crear, ahora critican al neoliberalismo porque es el que quiere cambiar al hombre. Pero lo peor es que, como un monje de la Edad Media en el Renacimiento, Forster se queja de que el mundo moderno rechace los valores solidarios que existían “antiguamente”. Habría que preguntarle a qué antigüedad se refiere porque el pasado no parece haber sido mucho más solidario en casi ningún caso, salvo que confunda el autoritarismo del socialismo real con la solidaridad. Pero en un caso u otro, no cabe duda que para Forster y los que piensan como él, el pasado fue hermoso mientras que el presente, y el futuro que promete este presente, son de temer. Por eso el regresismo.
Las revoluciones liberales de hace dos y tres siglos abrieron una puerta fabulosa al futuro arrasando con todos los retrasos. El marxismo original validó esas revoluciones, sólo que se propuso superarlas por un sistema aun más grande, más integrado, menos cerrado y más universal que el liberal. Aunque no lo lograra, esa fue su intención.
La primera Rusia soviética aún sostenía que primero había que desarrollar el capitalismo a pleno para de allí pasar a la fase socialista. Esa URSS de Lenin reivindicaba históricamente a Napoleón porque les había llevado a los rusos las ideas liberales. Sin embargo, Stalin decidió declarar enemigo a Napoleón comparando su invasión con la nazi. Pero no se le puso en contra desde el futuro o la libertad, sino proponiendo recuperar la identidad de Iván el Terrible y de todo el patrioterismo autoritario del pasado histórico ruso.
Es lo que hoy propone Putin, por lo cual es tan admirado por su alter ego Trump, quien quiere lo mismo para los Estados Unidos. Uno volver a la Gran Rusia, otro volver al tiempo cuando Estados Unidos era el imperio indiscutido. Dos imposibles que sin embargo muchos de sus compatriotas parecen creer. Eso también es el Brexit, eso es Colombia, eso es Le Pen, eso es Berlusconi, eso es Chávez, eso es Forster y los K que piensan como él. Por derecha o por izquierda, disfrazado de liberal o socialista, conservador o progresista, el regresismo se está imponiendo en un mundo que no podrá evitar que el futuro llegue igual, pero que en vez de esperarlo con ilusión y esperanza como lo hicieron sus antepasados liberales y socialistas, ha decidido intentar detenerlo apoyando a demagogos aún peores que aquellos a los que vienen a reemplazar, quienes están pudriendo la democracia desde adentro e impidiendo de ese modo que surjan las nuevas ideas y los nuevos líderes que habrán de abrirnos las puertas de un futuro mejor para la humanidad.
Cerremos citando al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien en mi opinión elaboró esta semana la mejor columna sobre el voto colombiano, donde parece decir que el pueblo a veces se equivoca, o algo parecido, cuando expresa: "El populismo, la demagogia vulgar ha arrasado en todo el mundo. Berlusconi fue el prólogo porque en Italia se inventa todo antes. Vinieron Chávez, Putin, Uribe, Ortega. ¿Vendrán Trump y Le Pen? Quizá. Todos son demagogos perfectos, cleptócratas que denuncian a la vieja cleptocracia. El pueblo prefiere votar por ellos con tal de cambiar. ¿Un salto al vacío? Sí... Mejor cambiarlos por otros aunque sean locos. Es una especie de borrachera, de viaje de drogas, de danza dionisíaca".
Habrá que esperar entonces a que se acabe la borrachera, para que el progresismo (en serio) derrote al regresismo.