Carlos Salvador La Rosa / clarosa@losandes.com
Una opinión tan polémica como interesante publicó por estos días el escritor y periodista Martín Rodríguez en el portal LPO. Dice así: "El antimacrismo es anterior al macrismo, es la asociación de socorros mutuos de una sociedad alérgica al liberalismo, llena de sindicatos, organizaciones sociales y políticas".
Rodríguez usa esta idea para explicar por qué la “Marcha de la resistencia” convocada por Máximo Kirchner y Hebe de Bonafini no movilizó a nadie, mientras que una semana después -con consignas similares- la “Marcha federal” convocada por la CTA fue multitudinaria.
Según esta opinión, la apelación al kirchnerismo cada día mueve menos la aguja, pero las ideas antiliberales pueden movilizar aún hoy a un sector enorme de la Argentina.
Es valioso analizar la evolución política del país partiendo de esta caracterización porque, en efecto, el kirchnerismo fue una etapa del peronismo profundamente antiliberal y aunque los inmensos escándalos de corrupción y su cada día mayor impresentabilidad estén atentando contra su perdurabilidad, la ideología que promovió está lejos de desaparecer, aunque hoy no conduzca el gobierno.
Y este debate, aunque aún no aparezca directamente, está en el corazón del planteo que hoy hace el PJ para intentar recomponerse de la derrota, proponiendo una segunda renovación, que -aunque muy superficialmente- dice estar inspirada en la de los 80.
Es que la primera renovación fue progresista pero profundamente liberal en el sentido político y filosófico del término (republicana y antipopulista) provocando un terremoto dentro del PJ, aunque éste lo soportó porque los tiempos marchaban hacia ese lado, lo que no implica que se sintiera demasiado conforme con esa orientación, como se vería después.
El alfonsinismo empezó primero, ya que en vez de levantar la “causa” (radical) contra el “régimen” (liberal), la gran bandera del movimiento yrigoyenista de los años 20, lo que hizo fue proponerse como la expresión actualizada de un texto al que le dio casi características de sagrado: la Constitución liberal de 1853.
El peronismo, por su lado, desde sus orígenes fue manifiestamente antiliberal. El principal enemigo conceptual contra el que decía combatir, tanto en sus dos primeros gobiernos como en la etapa de la resistencia previa al retorno de Perón, era llamado “demoliberalismo”. Vale decir, contra la democracia liberal, a la cual quería cambiar por cualquier otra, corporativa, sindical, comunidad organizada, socialista en los 70, o como se la quiera llamar mientras fuera antiliberal. Incluso el último Perón, el del abrazo con Balbín, quizá el menos antiliberal de todos, aun así hablaba de “democracias integradas” a la europea, que seguían siendo opciones mejores que el demoliberalismo, al cual identificaba con EEUU.
De allí la importancia histórica de la renovación peronista de los 80, pese a su fugacidad política. Ella fue la primera expresión importante del peronismo que no se sintió la antípoda del liberalismo y que propuso aplicar las prácticas republicanas que antes el PJ rechazaba, y luego seguiría rechazando. Lamentablemente, al poco tiempo, el peronismo se sentiría más cómodo con el “neoliberalismo”, la versión conservadora, ultraderechista y fundamentalista del liberalismo fundacional. Y luego, más cómodo aún con el “progre-populismo”, que bajo la excusa de la lucha contra el neoliberalismo, arrasó con todas las prácticas e ideas liberales que la renovación de los 80, introdujo en el PJ. Y no contento con eso, también beatificó las versiones antiliberales del progresismo de izquierdas, con las que el kirchnerismo se sintió tan afín.
La renovación de los 80, algo que quizá no tenga en cuenta esta frívola y por ahora meramente oportunista segunda renovación, fue algo así como lo fueron las reformas promovidas por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II dentro de la Iglesia, que sin hacer liberal al cristianismo, lo introdujo en la modernidad y acabó con el antiliberalismo que hasta ese entonces inspiraba tal religión.
En esa iglesia laica que es el peronismo ocurrió algo similar, lástima que duró poco porque parece que no estaba en su naturaleza, o no tuvo los líderes que lo hicieran durar. Pero sin embargo quedó en la historia, y por eso aún hoy es rescatada, como el movimiento de cambio más grande que produjo ideológicamente el PJ al cuestionar su antiliberalismo que hasta ese momento era elevado casi a la naturaleza de dogma.
Así como el menemismo convirtió al liberalismo en su caricatura, en un anticipo de su versión “trumpista”, el kirchnerismo tuvo la habilidad de convocar a las expresiones antiliberales de todos los partidos políticos, organizaciones sociales e ideologías argentinas para hacerlos sentir parte de un mismo movimiento antiliberal, incluso con mayor amplitud que el primer peronismo.
Hoy, con un partido de centro derecha hegemonizando la alianza gobernante, la polémica se reaviva, aunque el liberalismo sea mucho más que el macrismo, del cual casi todo aún está por verse. Es cierto que la Marcha Federal bien podría ser considerada como una aglomeración del antiliberalismo argentino que el kirchnerismo despertó con fuerzas. Pero también es cierto que en todas las expresiones políticas de la Argentina, la tendencia contraria lucha por imponerse como lo logró con creces en los 80 cuando los dos grandes partidos mayoritarios se identificaban con la socialdemocracia o el socialcristianismo, donde el liberalismo y la justicia social no sólo se conciliaban sino que se potenciaban. Y el populismo era mal mirado.
La alianza de centro izquierda llamada “Progresistas” que hoy promueve Margarita Stolbizer es un intento de separar las ideas progresistas del kirchnerismo, pero también del antiliberalismo. El acercamiento a Sergio Massa, así como Lilita Carrió lo hizo con Mauricio Macri, identifica a dos mujeres políticas que quieren recuperar el republicanismo liberal y progresista para los partidos políticos argentinos, el que ellas expresan en su accionar político, particularmente en su lucha contra la corrupción, gracias a la cual lograron un importante reconocimiento social.
En síntesis, así como en los inicios de la democracia, en los años 80, el liberalismo republicano en sus versiones más progresistas fue la ideología que se impuso claramente en todos los partidos sobre los autoritarismos y populismos previos, de derecha y de izquierda, al entrar en el siglo XXI la Argentina volvió con fuerzas impensadas a una hegemonía antiliberal y populista que parecía superada, pero que demostró estar vivita y coleando, contando con buen apoyo popular.
Hoy las vientos nuevamente giran pero eso no implica que hayamos vuelto a los 80. En estos momentos las dos grandes tendencias -liberalismo y antiliberalismo, republicanismo y populismo- están en plena competencia más allá de los partidos o más bien en todos los partidos, y nada está escrito acerca de quién terminará por imponerse.