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Habla el abogado penalista Conrado: "Tuve un cliente que estuvo diez años prófugo. Estaba acusado de robo a mano armada y cuando lo fueron a buscar a su casa, se había ido. El día anterior pasó por mi estudio y me contó que prefería huir antes que caer preso, porque ya lo había estado. Le dije que lo mejor era que enfrentáramos el proceso. Que había posibilidades, pero no quiso.
Había conseguido un DNI de un primo hermano suyo -una persona limpia, sin antecedentes- y se fue a Mar del Plata con su esposa y su hijo, que por entonces era casi un bebé. En Mar del Plata comenzó lo que se dice una nueva vida, con el DNI de su primo consiguió un trabajo legal en el puerto.
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Hace tres días, a partir de una iniciativa de la Subsecretaría de Seguridad, se lanzó una suerte de "campaña de cacería de presos fugados" de las penitenciarías locales. La medida fue dada a conocer a los medios de prensa -con fotos y todo- con cinco presos evadidos por los que se ofrece una recompensa de 30 mil pesos por cada uno de ellos.
La tarea está a cargo de una brigada de "caza-presos", comandada por la comisaria Nidia Ríos, jefa de la División Especial Conjunta de Control y Búsqueda de Prófugos, división creada hace un año que tiene como única función buscar presidiarios condenados que huyeron de establecimientos carcelarios de la provincia.
"No nos dedicamos a buscados por la justicia que no tengan condena -aclara la comisaria Ríos- pero es obvio que si encontramos a un sujeto con pedido de captura lo detenemos igual".
La comisaria Ríos se muestra un poco reticente a la hora de explicar los pormenores de su trabajo: "No voy a decir qué tiene que hacer un buscado para que no lo atrapemos", indica suspicaz, "pero a nadie escapa que por donde se empieza a rastrear a un buscado es por su entorno; es muy raro que alguien pierda por completo sus vínculos sentimentales, familiares o de amistad y tarde o temprano es por allí por donde aparecen".
De todos modos, en la lista que entregó la Subsecretaría de Seguridad a los medios de prensa figura el asaltante Hugo Roberto Colman, un hombre de 50 años que el pasado 3 de noviembre cumplió diez años en calidad de prófugo.
"Una salvedad, en este caso, es que el hombre en cuestión es de la provincia de Santa Fe y fue condenado por un asalto con armas que cometió en Mendoza y que sólo había venido acá para ese golpe: es decir que el hombre no tenía sus afectos en esta provincia; lo más probable es que se encuentre en la suya", explica un abogado penalista con muchos clientes que fueron -y son- prófugos.
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Sigue el abogado Conrado: "Me contaba que estaba bien sobre todo los meses de temporada baja, cuando en Mar del Plata no hay mucha gente. Pero en verano, cuando los turistas llegan a la ciudad, se ponía paranoico. Para esa época -me decía- se teñía el pelo de distintos colores a cada rato hasta que se dio cuenta de que el hecho de teñirse tanto despertaría sospechas; me contaba que no podía dormir muchas noches cuando creía haber visto a alguien que lo había reconocido.
En más de una ocasión, cuando iba a cenar con su esposa e hijo y notaba que una persona lo miraba de manera extraña, se levantaba de la mesa del restaurante, pagaba la cuenta aun a veces sin haber comido, y se iba. 'Veía a los de la brigada" por todos lados, doctor', me contaba".
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Una vez que un reo se escapa de la cárcel o no vuelve después de una salida transitoria comienza una vida complicada, porque además de su condición de "buscado", a su condena le debe agregar la imputación de un nuevo delito: la evasión. "Algunos son más escurridizos que otros, más inteligentes a la hora de ser un fugado; por eso nuestro trabajo es como el del gato y el ratón", dice Ríos.
"Lo primero que hacen es cambiar su aspecto. Se tiñen el pelo o se dejan o sacan barba y al menos en los primeros días de fugados tratan de no aparecer por los sitios donde saben que los van a buscar. Por eso nuestro trabajo tiene que ser paciente, porque tarde o temprano cometen un error y caen".
Algo que no les ha jugado a favor a los fugitivos son las nuevas tecnologías. Hasta el preso más iletrado sabe que corre un gran riesgo de ser atrapado si llama a alguien por teléfono (fijo o celular), si manda un SMS, si manda un correo electrónico.
"Algo que no hace muchos años atrás no era tan sencillo. Todo el mundo está metido con la tecnología; y los presos también", acota Marcos, penalista consultado para esta nota.
Hace más de diez años, el entonces comisario Domingo Villegas, a cargo de este tipo de trabajo pero en el viejo esquema de la Policía de Mendoza, contaba un axioma al que había accedido a partir de su experiencia en la cacería de buscados: "El asesino trabaja. El ladrón, no. Es raro que a un estafador se lo encuentre en una villa. Y un abusador es raro que viva solo", dijo en una entrevista en 1998 a este diario.
Hoy, con algunas diferencias, la comisaria Ríos cree que también existen similitudes a la hora de esconderse si se tiene en cuenta el tipo de delincuente que se busca. "Casi todos los abusadores cometen sus hechos en el ámbito familiar, por lo que hay mucha gente que no sabe que vive al lado de un fugado por delitos sexuales. A otro tipo de delincuentes es muy factible que se los encuentre realizando un trabajo poco calificado y en negro, como es la albañilería".
En ese sentido, tanto la comisaria como los penalistas, coincidieron en que el hecho de tener dinero simplifica bastante el vivir en la clandestinidad. "Obviamente que el dinero ayuda a quien es buscado. Con plata se puede acceder a comprar un DNI falso, a viajar, o incluso -como ha ocurrido- a someterse a una cirugía facial y cambiar totalmente de aspecto. Pero los más de los presos que se escapan de las cárceles locales son pobres; lo otro sólo se ve en las películas", indicaron.
De todos modos, a partir de los números, algunos prófugos pueden dar cuenta de su éxito: en Mendoza se busca a alrededor de 100 presos en esa condición. "Igual es un número un tanto mentiroso porque se tienen en cuenta, según nuestro registros, los evadidos desde 1983 y en muchos casos, las condenas han prescripto", dice Nidia Ríos, quien no cuenta con demasiado recurso humano para su división "caza-presos".
"Se trata de una división conjunta: son tres efectivos penitenciarios y diez policías que se dedican sólo a eso", cuenta la mujer policía.
Para el penalista Marcos, un evadido de perfil bajo, que no sea conocido mediante la prensa y que no haya cometido delitos muy graves, puede vivir su escape eterno un poco más tranquilo, "pero se entregan a un destierro total de sus afectos; y por experiencia puedo decir que el (preso) más malo de todos, siempre quiere ver a sus seres queridos. Y es entonces cuando caen".
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Culmina el abogado Conrado: "Conforme pasaba el tiempo, en lugar de relajarse, se ponía más nervioso con la posibilidad de que lo atraparan. Le avergonzaba que su hijo, que ya no era un bebé, supiera en verdad quién era su padre. En una oportunidad que lo fui a ver a Mar del Plata, le pregunté cómo haríamos para vernos: 'no se haga problema, doctor, yo lo veo todo', me contestó. Así y todo, mi cliente cumplió diez años en Mar del Plata sin volver a Mendoza ni una vez".
"Sólo regresó cuando le dije que su acción ya estaba prescripta y que estábamos en condiciones de blanquear su situación, que ya podía usar su DNI propio, dejar de teñirse, ir a un restaurante y no estar pendiente de todas las miradas. Que podía dejar de lado la tortura psicológica que le producía la vida de prófugo. En mi estudio le pregunté cómo hizo para soportar aquella existencia tortuosa llena de sospechas de todo y de todos, todo el tiempo. Me dijo que sí, que era una vida tortuosa; 'pero es más tortuoso estar en la cárcel, doctor, se lo puedo asegurar'".