Cada año, las plagas que azotan sin piedad el campo mendocino bajo forma de larvas, hongos, polillas, hormigas, pulgones, son parte de los insectos no queridos y hasta temidos, capaces de diezmar a cero la producción local.
Testigo son las 130 mil hectáreas afectadas por Lobesia botrana, bien conocida como la polilla de la vid que en la provincia ya afectó los viñedos alcanzando un promedio del 30% sobre la producción potencial y en algunas fincas llegó al 70% de daño.
En el caso de la mosca del Mediterráneo la pérdida del status fitosanitario también complica a los cultivos. En el mundo orgánico, donde las plagas también están presentes, las formas de hacerles frente sabe de manejos diferentes que tiene un común denominador: respeto por la biodiversidad y el no uso de derivados químicos.
Tarea difícil si aún se suma que muchas de las fincas orgánicas tienen como vecinos tierras arrasadas por plagas y donde las curas cotidianas no son moneda corriente debido a los altos costos que implican.
"El año pasado fue desastroso en términos productivos. Mis vecinos no son orgánicos. Cuando tuve que utilizar la nube de feromona para atraer los machos y producir confusión sexual para no aparearse, tuvimos una invasión de polillas. En nuestro caso se nos triplicó la plaga de la lobesia botrana. Los nidos se alojaron en época de floración y fue desastroso para mis 30 hectáreas de uvas tintas orgánicas", detalló José Blanco, de Vitícola Andalhue. ¿Resultado final productivo? El año pasado lograron un rinde de 20 quintales por hectárea.
Peor aún, el tener vecinos que no realizan todas las curas y protecciones para las plagas pueden ocasionar daños como la pérdida total de lo producido. En pocas palabras y a modo de ejemplo, según el productor de durazno orgánico Gerardo Meli, las plagas pueden reproducirse en los paños de tierra más infectados y viajar a la finca orgánica para alimentarse.
La otra consecuencia negativa es que los insectos benéficos que utilizan desde la agricultura orgánica al trasladarse hacia fincas vecinas son muertos por los insecticidas de las propiedades colindantes.
“Siempre se nos complica con vecinos que no poseen manejos orgánicos en sus cultivos”, destacó Meli.
El aumentar las curas orgánicas también tiene una arista negativa a largo plazo. Es que aceleran el proceso de vejez en los frutales. “Por lo tanto debemos rotar más seguido a las plantas remplazándolas por nuevas con el costo que eso implica”, subrayó Meli.
Para los productores orgánicos la única forma posible para ser más inmune de los ataques de plagas de tierras vecinas se resume en una sola fórmula: incrementar el uso de feromonas y de insecticidas naturales.
"En nuestro caso, para combatir la lobesia botrana, colocamos más difusores de feromona por hectárea de viñedo y reforzamos todo el perímetro de la finca usando Spinosad, y Bacillus thuringiensis, una bacteria positiva que habita en el suelo, y que utilizamos como una alternativa biológica al plaguicida", detalla Gustavo Caligiore, de Bodegas Caligiore.
En el caso de las 15,5 hectáreas de uvas tintas orgánicas de vitícola Kaikén, son protegidas contra las plagas con un arsenal de prácticas, pero el peligro latente de verse invadido por insectos y hongos siempre está presente. En el caso de esas tierras tienen como vecino, separado apenas por 10 metros de los viñedos de bodega Arizu, los que curan sus viñedos utilizando pesticidas químicos convencionales.
"Las plagas están en todos lados. Nuestros vecinos como nosotros debemos combatirlas. Ya hemos colocado los difusores de feromonas para la lobesia. Y si las condiciones meteorológicas son húmedas pueden atacar los hongos como el oídio y la peronospora. En esos casos reforzamos el uso del azufre y el caldo bordelés que resulta de mezclar sulfato de cobre con cal", explicó Rogelio Rabino. El arsenal de productos químicos es cada vez más poderoso y la batalla del otro lado es más feroz, ya que las plagas son más resistentes.
El uso de sustancias biocidas, insecticidas, bactericidas, fungicidas, para reducir de manera drástica las poblaciones de organismos que se consideran nocivos, tiene como contraparte “seleccionar” a los individuos capaces de resistir al envenenamiento. Las plagas desarrollan resistencia porque tienen una presión selectiva para hacerlo.
Cómo combatirlas
La gran promesa de los agroinsumos ambientalmente amigables viene en general acompañada de baja productividad, mala calidad, y costos prohibitivos, si no en insumos, en mano de obra.
El productor Meli tiene tres plagas perfectamente identificadas para sus 45 hectáreas, ubicadas en Tupungato.
En su caso debe protegerse frente al pulgón que en carozos ataca brotes y hojas; las contraen y encrespan (encarrujadas).
La segunda plaga que debe controlar es la grapholita que, en estado larval, se alimenta de los brotes tiernos del duraznero dentro del cual forman cortas galerías descendentes. En una primera instancia los brotes se marchitan y más tarde mueren. En el fruto también excavan galerías en dirección al carozo.
La tercera plaga que puede aparecer en sus durazneros orgánicos, pero en menor medida, es el bicho del cesto o más conocido como bicho canasto, un insecto que hace su aparición en los meses de octubre y noviembre al abandonar el cesto; desde ese momento se dedica a fabricar su propio cesto el cual va trasladando a cuestas. En este estadío de oruga destruye hojas, ramitas, brotes, flores y frutos, produciendo los mayores daños.
Como modo de protección, Meli comienza con sus labores culturales en invierno donde coloca aceite vegetal en agosto; "se puede mezclar con cobre", aclaró el productor.
En setiembre pulveriza sobre las hojas feromonas para producir confusión sexual en los insectos machos e impedir que puedan encontrar a la hembra.
“Hay diferentes formas de esparcir la feromona: se pueden colocar difusores en árbol de por medio y tiene una duración de 200 días, o sea hay protección por toda la temporada. También hay difusores que cada tantas horas esparce feromonas. Este método es para combatir naturalmente a la grapholita”, explicó Meli.
En el caso del durazno orgánico a la hora de curar y hacer frente al oídio, una plaga que ataca ambas caras de la hojas, donde las deforman, endureciéndolas y haciéndolas más quebradizas y en frutos suelen producirse parches blancos irregulares, para esa plaga el productor frutícola usa azufre.
También utiliza azufre para combatir el torque que es una enfermedad ocasionada por hongos que producen bultos globosos algo rojizos sobre las hojas y en el revés aparece un polvo blanco, las esporas. Cuando el ataque es grave el frutal pierde la mayoría de sus hojas.
Feromonas presentes
El uso de feromona también es una práctica muy presente para el productor vitícola Facundo Bonamaizon.
En sus paños de tierra de uva orgánica que luego es procesada en la bodega Chakana, también utilizan defensas biológicas avalados por normas orgánicas y aprobados por el Senasa.
“Creamos un refugio con plantas nativas donde refugiamos arañas que luego comen hormigas. Las hormigas son una plaga de temer porque se comen todo. De esta forma creamos un sistema equilibrado”, detalló Bonamaizon.
También en la producción vitícola orgánica afirma que es un buen recurso para matar a los insectos el árbol del paraíso por ser un repelente natural frente a las hormigas.
En la bodega Vinecol, en La Paz, el especialista Luis Romero tiene tres plagas temidas: la primera es la peronospora un hongo que ataca racimos, hojas provocando disminución de actividad fotosintética, dificultad en maduración de racimos, y menores reservas futuras de energía para la brotación del año siguiente.
Los daños cualitativos, también indirectamente, disminuyen los rendimientos. La segunda plaga temida para Romero es el oídio, hongo parásito de la familia de las erisifáceas, que ataca las partes aéreas de las plantas y la tercera es la podredumbre que, por las condiciones climáticas de extremo calor y sequedad, es casi inexistente. Sus métodos de combate en el caso de la peronospora es el oxicloruro de cobre y el caldo bordelés, en tanto para el oídio es el azufre.
Para mantener controlada la Lobesia Botrana, Romero utiliza el Bacillus thuringiensis, una bacteria positiva que habita en el suelo.