Un trabajo dado a conocer por Confederaciones Rurales Argentinas no hace más que ratificar las permanentes denuncias que suelen efectuar los productores de frutas o verduras, cuando indican que constituyen el eslabón más débil de la cadena de comercialización y que el grueso del precio final queda en los intermediarios.
La investigación contempla distintos productos y, en algunos de ellos, las diferencias pueden tener algún tipo de razonamiento, porque se trata de frutas industrializadas, como es el caso del durazno enlatado o la botella de sidra, a los que hace alusión la investigación, en la que se señala que las diferencias alcanzan hasta un 900 por ciento, entre lo que recibe el productor y lo que debe abonar el consumidor.
Es prácticamente una situación similar a lo que sucede con el vino porque, según lo han denunciado los propios productores, el líquido (vino) constituye un insumo más porque el resto -para llegar al valor final- está comprendido por el vidrio, el corcho, las etiquetas y las cápsulas, entre otros aspectos, a lo que debe agregarse la cadena de distribución.
Pero lo que no puede entenderse es lo que sucede con algunos frutos, como la nuez pecan, que, según el estudio, es pagada a 2,7 pesos al productor los 100 gramos y termina vendiéndose a 26 pesos, lo que constituye un 860 por ciento de incremento. Y aquí no se puede hablar de gasto en frío para la conservación, o de elaboración ni de insumos "secos" como en el caso del vino.
Otro dato significativo de la investigación lo constituye el hecho de que el productor tiene cada vez menor participación en el precio final y año tras año esa brecha se va ampliando en forma permanente.
Muchos economistas suelen sostener, con cierta dosis de razonamiento, que el mercado responde a la oferta y a la demanda. Pero esa afirmación pierde consistencia cuando se advierte que mientras existe un abanico amplio de oferta por parte de los productores, la demanda suele estar concentrada en pocas personas.
Es lo que suele suceder en los mercados de concentración, tanto locales como en Buenos Aires, donde los "compradores" de determinados productos son muy pocos y son ellos -y no los productores- los que "fijan" el valor de compra y de venta de las mercaderías.
Años atrás, ante las permanentes denuncias de parte de los productores, desde el nivel oficial se impulsó la apertura de una nueva feria de distribución, ubicada en el Acceso Este, a los efectos de evitar la concentración de la demanda. Sin embargo, a los pocos meses el fenómeno se repitió también en ese lugar.
En los últimos años y con el objetivo de salvar esos inconvenientes, el INTA desarrolló un interesante programa para integrar a los productores en cooperativas, a los efectos de permitirles llegar directamente desde la finca, o la chacra, al consumidor.
La tarea dio excelentes resultados con productores de la zona de Fray Luis Beltrán, pero la tarea es ardua y dificultosa en razón de que resulta muy difícil lograr que ese trabajador de la tierra deba dejar de lado sus tareas para también dedicarse a la comercialización del producto. De todos modos, en el caso de la vitivinicultura, el cooperativismo ha dado muy buenos resultados.
Es una de las salidas, pero pueden haber otras, lo cierto es que es necesario encontrar algún tipo de solución al problema porque, tal como lo señaló otro estudio, "los productores no tienen nada que ver con el 25 por ciento de inflación anual, en razón de que sólo participan en un 16 por ciento del precio final de un producto… con brechas que alcanzan el 1.400 por ciento en lácteos, carnes, frutas y hortalizas", entre otros.
