Atrapado en la inconsistencia de un "Modelo" agotado y en la quiebra de un "Relato" mentiroso, el gobierno revela, en el final de su gestión, un serio problema de identidad: pretender ser, incluso hacia el mundo, aquello que no es. O, peor aún, aquello que no somos.
Me explico. En una reciente visita de "Lula" da Silva, quien vino a apoyar la candidatura presidencial de Daniel Scioli, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) pidió al ex presidente brasileño por la incorporación de la Argentina al BRICS, grupo compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
El BRICS es el primer bloque económico y político de la historia surgido de la cabeza de un banquero de inversión: fue en 2001 que el economista inglés Jim O'Neill, de Goldman Sachs, acronimizó a sus cuatro primeros integrantes (no incluyó a Sudáfrica) para destacar en una frase ganchera (brick, en inglés, quiere decir ladrillo) su protagonismo en el crecimiento mundial.
La presidenta ya mostró antes su ansiedad por el BRICS, seguramente pensando que integrar ese club le daría estatura internacional.
Lo hizo, primero, cuando promocionó una invitación a asistir a una tenida lateral a una Cumbre BRICS en Brasil como un carnet de admisión que no era: la invitación había sido a todos los miembros del Mercosur. Era un gesto diplomático de anfitrión, miembro de ambos bloques, para exhibir ante sus socios del BRICS su liderazgo regional.
Otro intento fue cuando, en una visita a Moscú, CFK encargó al canciller Héctor Timerman que gestionara una invitación rusa a la Cumbre del BRICS que tuvo lugar en julio pasado en Ufa, Rusia. Timerman no lo logró.
Ahora CFK insistió con el pedido a Lula, un líder con problemas en su propio país, donde el escándalo de corrupción del "Petrolao" abarca no sólo a Petrobras sino a las grandes constructoras brasileñas, a varios dirigentes del PT y a la alianza de gobierno, que corre el riesgo de desintegrarse.
La verdad es que los socios del BRICS son países de características diferentes a la Argentina: son potencias regionales con poblaciones y PBIs muy superiores (salvo, en alguna medida, Sudáfrica) y grandes reservas internacionales, a las que ahora están recurriendo para amortiguar la crisis.
El problema de identidad de CFK, que endosa al país todo, se refleja en que la Argentina es el único país del G-20 que no pertenece al G-8 (economías avanzadas, más Rusia), ni al BRICS, ni a una agrupación de países de poder mediano conocido como MITCA, por las iniciales de sus socios: México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia.
Los problemas de identidad de CFK no terminan ahí. Hace poco, festejó un fallo de la OMC que impuso a los EEUU la admisión de carne fresca argentina. Está bien el festejo: fue una victoria comercial relevante. Pero es raro proviniendo del mismo gobierno que prohibió la exportación de carne, incluso al punto de bajar cargamentos de los barcos, en supuesta defensa de "la mesa de los argentinos". El resultado fue que la Argentina pasó del Top-3 de exportadores mundiales de carne vacuna a no figurar ni en el Top-10. Cerraron más de cien frigoríficos, perdieron su empleo más de 10.000 personas, el rodeo vacuno se redujo en diez millones de cabezas y la carne, tras un par de años, volvió a encarecerse, consecuencia lógica de tanto desatino. Hubiera sido mejor que no nos defendieran tanto.
Por otra parte, si el gobierno festejó ese fallo, antes debió lamentar otro en el que, ante una demanda de treinta países (México, Ecuador, Turquía, EE.UU, Japón, la UE como bloque), la OMC impuso a la Argentina eliminar el arbitrario sistema de DJAIs (Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación) pergeñado por Guillermo Moreno y aplicado por Kicillof para ocultar, junto con el cepo cambiario, la falta de divisas. Pero he aquí que el fallo de la OMC fue ocultado por el gobierno, mientras negoció la eliminación de las DJAIs para el 1 de enero de 2016. Es decir, tres semanas después de terminada su gestión. Otro regalito.
Más recientemente, el gobierno festejó como gran éxito diplomático el voto a favor de 136 países en la ONU (contra 41 abstenciones y 6 votos negativos) a la propuesta argentina de "principios básicos" para la reestructuración de deudas soberanas.
"Es un paso fundamental para que consigamos un mundo libre de buitres", dijo, desde Nueva York, donde hizo de movilero en una cadena nacional de CFK, el ministro de Economía, Axel Kicillof.
Dejando de lado el hecho de que la resolución no es vinculante ni retroactiva (y por ende irrelevante para los fallos en contra que acumuló el gobierno), la "gesta antibuitre" oculta el hecho de que la Argentina es casi el único país del mundo afectado por esos horribles carroñeros.
Un estudio de Juan José Cruces, profesor de Economía y Finanzas de la Universidad di Tella, precisa que, hacia 2010, de 43 litigios internacionales de fondos buitre o acreedores "holdout" contra soberanos, 40 (es decir, 93% del total) eran contra la Argentina. Y que 96 % de los fondos litigados era deuda argentina. Grecia, que incurrió en un default mucho más grande que la Argentina, tuvo una sola demanda de los buitres y la ganó.
Por más detestables que sean, los fondos buitre son actores marginales del sistema financiero internacional. Su aparente ensañamiento con la Argentina no refleja otra cosa que la brutal incompetencia de un gobierno que, en vez de resolver el problema, lo dejó crecer y se "ganó" finalmente los fallos en contra del juez neoyorquino Thomas Griesa.
Es paradójico, además, que Kicillof sea el vocero antibuitre: en 2.000 él mismo exigió el remate de la casa de una pareja de jubilados a la que junto a una socia, Susana Kantor, habían prestado 6.300 dólares, y todavía en 2002 exigía el pago en dólares y planteaba su "reserva" respecto de la ley de pesificación sancionada ese mismo año (para la historia completa, ver el sitio "Eliminando Variables").
Tal vez luego del 10 de diciembre, CFK, Kicillof y tantos otros puedan encarar, sin las prerrogativas pero también sin las presiones del poder, sus problemas de identidad. En todo caso, ya no estarán endosándoselos a la Argentina.