La "vida fácil" sedujo a David Guzmán. De muy joven empezó a consumir drogas, a robar, a perderse en un mundo "nefasto". Pero tras cinco años entre rejas, este mexicano parece en paz y tatúa concentrado una pieza de cuero que pronto será un bolso de lujo.
Guzmán recondujo su camino gracias al arte. Desde que supo de su larga condena por homicidio sólo se consolaba pintando.
Por eso, cuando se enteró de que en algunas cárceles de México había presos que recibían un salario por plasmar dibujos en accesorios de moda para un programa de rehabilitación llamado Prison Art batalló hasta llevarlo a su cárcel de Tulancingo, Hidalgo, en el centro del país.
“Mi necedad fue a través de la necesidad”, explica este hombre menudo de 34 años mientras, sentado junto a una decena de hombres y mujeres en la modesta biblioteca del penal, da los últimos retoques a la calavera que tatúa con su rudimentaria “máquina hechiza”.
Aunque normalmente trabajan las piezas de cuero en sus literas, dentro de dormitorios de hasta 100 personas o sentados en botes de plástico en los espacios comunes, hoy los presos tatúan cómodamente, en esta sala, pájaros, mariposas, tigres pero sobre todo ‘calacas’, esqueletos de todo tipo.
Estas piezas serán luego el motivo central de elegantes bolsos de diseño, que se venden por unos 400 dólares en tiendas exclusivas de todo México.
Jorge Cueto: el cerebro detrás de Prision Art, presidente de la fundación y creador de la idea que se ha instalado con fuerza en los lugares más exclusivos de México. Ahora, se viene la expansión hacia el circuito internacional.
Antes de eso, en la cárcel, presos que rozan los 50, junto a jóvenes sentenciados a penas de décadas, se esfuerzan en colorear sus creaciones.
Dan un nuevo uso a las “máquinas hechizas” -elaboradas con un bolígrafo, una aguja y un motor impulsado por un cargador de celular- que los reclusos usan comúnmente para tatuarse unos a otros, generando graves problemas de salud.
"Con esto, el día se hace un poco más corto. No veo ni la hora que es. Desayuno, como y el resto del día estoy casi metido en esto", asegura Ezequiel Pérez, alto, de musculosos brazos tatuados y que a sus 24 años está acusado de doble homicidio.
En Prison Art no importa el delito cometido, el sexo, ni la edad: las únicas condiciones para entrar a este proyecto ideado por una fundación privada son mantener el cuerpo limpio de drogas, asistir a terapia de desintoxicación y dar la mitad del sueldo a la familia.
Es una oportunidad de oro para los presos, la mayoría con vidas descarriladas por las adicciones y la pobreza.
Y la alegría que se respira entre los 18 seleccionados es evidente en esta cárcel mixta construida en los '70, que es la quinta peor de México por su hacinamiento y su insalubridad, según un informe del Ombudsman.
Aunque la mayoría de los 550 internos de Tulancingo elaboran objetos en los talleres de carpintería y artesanías del penal, sufren para malvenderlos a través de familiares y amigos sin llegar a reunir nunca el dinero que necesitan para comprar jabón, pasta de dientes o papel higiénico para su estancia allí; y mucho menos para ayudar económicamente a sus familias.
"La familia muchas veces no tiene para darme. Esto es una fuente de trabajo", dice con un español parco Leonor Reyes, una bordadora indígena de 48 años, madre de seis hijos y acusada de robo de joyas.
Una de las claves del éxito de Prison Art es que mantiene motivados a los reos con una paga que puede llegar a 400 dólares mensuales y los afilia a un proyecto de reinserción que espera contratarlos en sus talleres una vez que salgan del penal.
"No es que las cárceles en México sean universidades del crimen sino que la misma sociedad está obligando a que los mismos chavos que salen no tengan oportunidades, que vuelvan a delinquir o que los grupos del crimen organizado dentro de la cárcel los recluten muy fácilmente", asegura Jorge Cueto, el cerebro detrás de Prison Art.
Este mexicano de origen español habla con conocimiento de causa. En 2012 estuvo detenido 11 meses por un fraude del que acabó saliendo inocente en la cárcel de Puente Grande.
Y ahora presume de que, con dos años y medio de vida, el programa ya funciona en seis cárceles de México y ha dado empleo a 240 presos y expresos.
Pero el éxito no sólo se ha dado dentro de los penales.
Los bolsos, cinturones, monederos y otros accesorios de Prison Art, piezas únicas firmadas por cada preso, son diseños de moda hechos con cuero de alta calidad que se venden en barrios exclusivos como el de Polanco en la Ciudad de México, o en elegantes tiendas en las turísticas San Miguel de Allende o Playa del Carmen, y también en internet (Etsy es uno de los sitios que los ofrece).
“Es una opción para la sociedad si quiere ayudar. Y la idea es manejar un producto de tal calidad y gusto que la gente lo desee”, dice Cueto, que espera abrir pronto tiendas en Estados Unidos, Londres e Ibiza.
Mientras, en la biblioteca de Tulancingo, Pedro Eulalio Vera, un señor robusto acusado de secuestro, firma su última pieza y sueña en voz alta: "Si a la gente le gusta, quizás digan: 'Yo quiero que él me haga algo especial' y para mí, eso sería algo muy bueno, ¿no?".
Detalles vintage y sustentables: otra de las características de los accesorios de Prision Art es su carácter ecológico. Aquí un bolso vintage con cajitas de cigarrillos.
Cool México: los diseños y formas de los bolsos de Prision Art son la clave de este proyecto: belleza exótica y a la vez elegante.
Calacas: aunque hay diseños de todo tipo, y típicamente mexicanos, las calaveras y 'calacas' son el sello distintivo de Prision Art.