Vivaz como un duende, de nariz respingona y rizos de oro, Shirley Temple, fallecida ayer a los 85 años, fue la primera niña prodigio de Hollywood, capaz de hacer soñar a un país -y a un mundo- devastado por la Gran Depresión económica de la década de 1930.
Con sus vestidos de organdí o de terciopelo con encaje y sus zapatos acordonados, la pequeña parecía una muñeca que en cualquier momento podía cerrar los ojos y decir tiernamente "mamá". Shirley Temple tenía esa extraordinaria capacidad de hacer creer, durante 90 minutos, que en el mundo no había problemas.
En un Hollywood lleno de madres decididas a que sus hijos alcanzaran el éxito, Shirley fue la más afortunada y la más fuerte, alzándose, de 1935 a 1938, a la cabeza de la taquilla en los Estados Unidos, superando incluso a íconos como Clark Gable o Gary Cooper.
Tenía otras cualidades además de su carita angelical: una alegría natural e incluso una gran profesionalidad. Su madre le leía sus textos en la tarde y al día siguiente ya se sabía de memoria sus líneas. Sus compañeros adultos decían que era una "máquina" y la crítica llegó a considerarla un "dulce monstruo". Y tenía otra ventaja: nunca lloraba en el set de rodaje, a diferencia de otros niños.
Su juventud fue un cuento de hadas. Sobreprotegida, tenía una mansión con su propio bowling y una fuente de limonada. Menos divertido, pero lo suficientemente soportable como para que nunca se rebelara, siempre iba acompañada de guardaespaldas y detectives, por temor a los secuestros.
Pero los medios y el público querían saberlo todo sobre esta niña prodigio -dónde había pasado sus vacaciones, qué le gustaba comer, el número exacto de bucles que tenía, que según la leyenda serían unos 54- y de alguna forma su infancia le fue robada.
Dejar el mundo del cine no fue un drama y Temple, aunque envejecida antes de tiempo, mantuvo siempre los pies en la tierra. “Tuve una infancia mágica, pero no puedo vivir en el pasado”, dijo, negándose a que su primogénita estuviera bajo contrato de un productor de cine. Sus últimas películas datan de 1949.
Una vida “extraordinaria”
Nacida el 23 de abril de 1928 en Santa Mónica, California, Shirley Temple tomó a los tres años clases de baile y canto en Los Ángeles, donde se inició en los "baby burlesques", cortometrajes que satirizaban el cine y la política y donde los personajes eran interpretados por niños.
Con Fox, con quien hizo la mayor parte de sus películas, cantó, bailó y protagonizó muchos éxitos. Con apenas seis años se convirtió en la estrella más joven en ganar el Premio Juvenil de la Academia, una especie de Oscar para actores menores de 18 años que se entregó de manera intermitente entre 1934 y 1960.
Sus personajes, a menudo pobres, como en “La pequeña coronela” (“The Little Colonel”, 1935), “La simpática huerfanita" (“Curly Top”) o “Heidi” (, la convirtieron en favorita de las niñas en todo el mundo. Todo tipo de productos se inspiraron en su imagen. Durante la guerra hubo bombarderos que se llamaron "Shirley".
Perdió el que podría haber sido el papel de su vida en 1939, cuando la Twentieth Century Fox se negó a que rodara "El mago de Oz" con la Metro Goldwyn Mayer, que finalmente le ofreció el papel de Dorothy a Judy Garland.
Y tras los primeros fracasos de taquilla, en los años 40, después de filmar más de 40 películas, abandonó el cine.
Casada primero con el actor John Agard, padre de su primera hija, Susan, se divorció y conoció más tarde a su segundo marido, Charlie Black, un hombre de negocios con quien permaneció hasta la muerte de éste en 2005 y con quien tuvo sus otros dos hijos: Charlie y Lori.
A fines de los años 1960, Shirley Temple Black, sonriente y regordeta, incursionó en la política. Fue elegida congresista por el Partido Republicano en 1967, y más tarde nombrada
embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas (1969-1970), luego en Ghana (1974-1976) y en Checoslovaquia (1989-92). "Cuando se envejece, uno debe saber mantenerse activo", señaló.
Paralelamente, integró el comité ejecutivo de Walt Disney en 1974 y 1975, un período marcado por su lucha contra el cáncer de mama, una batalla de la cual sería una de sus primeras portavoces.
En 2006, al otorgarle el prestigioso premio a la trayectoria del Sindicato de Actores de los Estados Unidos (SAG), su presidenta, Melissa Gilbert, dijo: "Ella ha vivido la vida más extraordinaria, como la brillante intérprete que el mundo llegó a conocer cuando sólo era una niña, a la dedicada servidora pública que ha trabajado por su país tanto en casa como fuera de ella durante 30 años”.