Primaveras árabes latinoamericanas - Por Carlos Salvador La Rosa

Primaveras árabes latinoamericanas - Por Carlos Salvador La Rosa
Primaveras árabes latinoamericanas - Por Carlos Salvador La Rosa

Un verdadero terremoto sociocultural hace temblar las estructuras políticas de América Latina. Tremendos temblores ante los cuales fallaron todos los instrumentos sismográficos de detección, lo cual obliga a pensar en otros nuevos para entender lo que pasa.

No obstante, ante cataclismos sociales de esta magnitud, los políticos y los intelectuales en principio tratan de ver de qué modo las nuevas realidades fortalecen sus viejas creencias en vez de desecharlas o renovarlas. O sea, responden al futuro con el pasado, negándose a ver qué tienen en común los estallidos populares, calificándolos de buenos o malos según sus ideologías.

Son los que creen, por ejemplo, que está bien lo que hicieron a Evo Morales porque el pueblo se enojó de sus constantes violaciones a la Constitución y su creciente autoritarismo.... pero a la vez creen que está muy mal lo de Chile porque se trata de una conspiración de la izquierda que introdujo la violencia en ese país, suponiendo que unos pocos fanáticos pueden conducir a millones de movilizados como si se tratara de marionetas.

Del otro lado, con igual lógica perversa pero de ideología opuesta, se pide, a la vez, que se restituya a Evo en Bolivia y que se eche a Piñera en Chile, ambos pedidos en nombre de un supuesto pueblo al que esos iluminados dicen representar. Pero no sólo no está bien sino que nada entenderán quienes se aferren a sus arcaicas concepciones por temor a que se las cuestionen las nuevas realidades.

Así, el que cree que lo de Evo es un golpe pero niega enfáticamente que lo que ocurre en Venezuela sea una dictadura, cae inevitablemente en la hipocresía. Así hace el chileno Marco Enríquez Ominami quien cree que Maduro es una especie de víctima que conduce heroicamente una democracia asediada por malvados.

Técnicamente, desde la teoría política, es razonable opinar que hubo un golpe de nuevo tipo en Bolivia pero la falsedad consiste en echar la culpa de lo ocurrido sólo a los enemigos de Evo, cuando él mismo contribuyó cuando menos de igual forma en el arribo del “putsch” con sus vejaciones al orden constitucional por él mismo creado, primero a través del desconocimiento de la Carta Magna y luego lisa y llanamente a través del fraude.

Quien más brillantemente entiende esto es el pensador búlgaro francés Tzvetan Todorov, al sostener que las actuales democracias no son alteradas desde afuera del sistema (por imperios o por militares) con golpes externos sino que se pudren desde adentro por sus propias fallas, que generan golpes internos.

Podría decirse, entonces, que toda la élite boliviana, de un modo u otro, ha fallado en defender la Constitución y cada parte la ha  herido un poco. Excepto el pueblo boliviano que, como el chileno, salió a las calles para reclamar por sus derechos conculcados. Los bolivianos de abajo son las víctimas, no Evo, como pretende instalar una ideología que en vez de tratar de entender los nuevos golpes de Estado, los incluye en viejos relatos donde hay una oligarquía criminal versus  un “padrecito” bueno que en todo caso cometió algún error, alguno que otro fraude para defender al pueblo de sus enemigos. Tonterías.

De lo que se trata es de entender la nueva realidad con nuevos conceptos: de leer lo nuevo que arrastran consigo los pueblos sublevados en vez de ver qué parte de la élite tiene razón por sobre la otra. Porque ninguna la tiene, por complicidad o por incomprensión.

Es cierto que estas grandes rebeliones empiezan siempre por causas económicas, pero en cada país tienen efectos institucionalmente diferentes.

Así, en Chile, el combate es contra la desigualdad, pero en Bolivia es contra el autoritarismo. Cada nuevo ajuste de cuentas de los representados por sobre los representantes que no los representan, que vaya ocurriendo en cada país, partirá del mismo origen económico pero luego exigirá reivindicaciones institucionales diferentes.

Porque la gente no es tonta y sabe mejor que nadie -puesto que lo sufre en carne propia- dónde le aprieta el zapato. No es que el pueblo tenga la solución pero sí indica con sus movimientos que algo no va más, y que ese algo es una cuestión de fondo.

De algún modo, lo que hoy ocurre en América Latina (pero no sólo en América Latina) es la versión local de las primaveras árabes de 2010-2013  cuando las incipientes clases medias de países con estructuras arcaicas conducidos por élites autoritarias, iniciaron las primeras revoluciones del siglo XXI derribando gobiernos con su sola movilización popular que, a su modo, tenían  el espíritu de las viejas revoluciones de siglos anteriores.

Vale decir, la exigencia de los nuevos sectores sociales en alza por adaptar las viejas instituciones a los requerimientos indispensables para seguir creciendo. La convicción de que son las viejas estructuras las que hay que demoler para gestar nuevas sociedades.

Ese primer intento, con todos sus magníficos logros, no  pudo imponerse y los viejos poderes, simulando ceder algunos privilegios, volvieron a las etapas anteriores. Pero la semilla de las modernas revoluciones ya había sido sembrada porque cuando se introduce el virus de la modernidad a través de las incipientes nuevas clases en las sociedades tradicionales, la contradicción entre los dos mundos tarde o temprano estalla.

Es lo que ocurrió en América Latina con la alta valoración de sus materias primas que abrieron las puertas a una clase media que rompió la vieja división latinoamericana entre élites enriquecidas y masas empobrecidas. Pero al avanzar, la naciente clase se encontró con un problema: que sus países no eran de clase media y que sus límites para seguir creciendo eran monumentales, tanto a nivel económico, institucional como estructural. Y contra esos límites se sublevan ahora.

La clase media, con sus aspiraciones universales, quiere hacer países que se le parezcan. Las élites se resisten o no lo comprenden, incluso cuando ellas provengan también desde abajo, porque son tentadas apenas suben, por las formas corruptas y oligárquicas del poder. Dejan entonces de representar a los que los eligieron, para  representarse a sí mismas esperando que, mientras ellas se enriquecen como nunca, los de abajo o los del medio, se conformen con los derrames del crecimiento o con las migas del asistencialismo. Pero no se conforman  en los países “neoliberales” ni en los “bolivarianos”. Y al que quiera enfrentarse a la dirección del viento popular, el viento lo llevará.

Es que a veces parece que los recursos extra forjaron, en nuestra América, países más parecidos a los emiratos árabes que a los de primer mundo. De izquierda o de derecha.

La Argentina tampoco es ajena a ese tema. Nuestros vecinos son países “con” clase media pero aún no son países “de” clase media institucionalmente hablando. La Argentina, en cambio, es un país “de” clase media que hace más de treinta años está  destrozando las condiciones para seguir desarrollando su clase media.

Y es a este diagnóstico al que hay que prestar atención para ver qué puede ocurrir con nuestro pueblo, tan enojado como todos los demás.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA