Prevenir “cuerpo a cuerpo”

Prevenir “cuerpo a cuerpo”

La adolescencia es la etapa más sana de la existencia pero sabemos de los gigantescos problemas de salud que silenciosamente se “incuban”; también de las muertes y “nuevas patologías” que la hacen una edad vulnerable y necesitada de atención médica especializada.

Para evitar accidentes, causa fundamental de discapacidad y de pérdida de vidas jóvenes, se hacen campañas y simposios, se diseñan letreros impactantes, se controla la alcoholemia y se ponen multas.

Sin embargo, nos impactan las fotos de los autos destruidos junto a frases como: “Debieron sacar los cuerpos los bomberos” o “Encontraron botellas de distintos alcoholes”.

La obesidad es madre de varias enfermedades y va a causar que nuevas generaciones vivan menos años que las precedentes. La proporción de niños obesos y con sobrepeso crece paralelamente con la multiplicación de comidas chatarra o gaseosas “para refrescar”. Se celebran congresos, se legisla sobre quioscos escolares saludables, se constituyen equipos con docentes y psicólogos, medidas apoyadas por esfuerzos de todo tipo. Se acusa a las multinacionales de alimentos y bebidas y la pandemia sigue avanzando.

El embarazo adolescente significa una situación de alto riesgo, ya que lleva a mayor mortalidad y morbilidad perinatal, al abandono y muerte de niños, adolescentes que dejan la escuela y aumenta la población de chicas sin perspectivas de estudio y trabajo. Se hacen planes de educación sexual desde la primaria, se instruye a docentes, se reparten gratuitamente preservativos y otros métodos. Los datos epidemiológicos sin embargo no muestran que todo ese esfuerzo esté dando frutos para limitar este gravísimo flagelo para la salud pública.

De ningún modo se pretende afirmar que las acciones mencionadas sean en vano, pero son insuficientes por ser medidas fragmentadas y despegadas de la realidad que vive la mayoría de los adolescentes.

Surge entonces la pregunta: ¿No será que lo que realmente está faltando es elevarnos hacia la promoción de la vida, de la buena vida, a la que se accede con el conocimiento de la propia cultura y esmeros humanos, con la educación, con la práctica activa de la aceptación del otro y la vivencia de ser respetado? También con el cuidado de los vínculos que sostienen y con el compromiso de cuidar al desprotegido: por enfermo, por discriminado, por ser niño, adolescente o anciano. Esto no es otra cosa que practicar el amor al prójimo.

En su lúcido libro “El amor líquido”, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman afirma que ése es uno de los mandatos más difíciles de cumplir, pero que está en la base de una civilización humana digna de ese nombre.

Hoy parece que esa lingüística pertenece a la religión, está lejos de las prácticas profesionales y que pertenece a lo “subjetivo, lo opinable, lo que no hay que manifestar por respeto a la diversidad”, entre otras falacias.

Sin embargo, vuelvo a la propuesta de que habría que dar, a la vida bien vivida, una mejor prensa.

De los encuentros profesionales con miles de adolescentes he aprendido que el cuidado de uno mismo -decisión que más eficazmente previene del embarazo, los accidentes, las adicciones y los trastornos alimentarios- va de la mano de los siguientes datos de las historias clínicas:

La presencia de una madre, los abuelos, los padres, o un adulto significativo que lo hizo sentir siempre importante, esto es, que lo cuidó, se comprometió, puso límites adecuados o se jugó por su persona. Ante ese referente el chico o la chica en crecimiento siente que tiene alguien a quien dar cuenta de sus decisiones y conductas (y comienzo por las madres pues son las grandes transmisoras de la cultura y la protección de la vida).

El contar con un cuerpo íntegramente sano, que crezca normalmente y sin alteraciones notorias es una importante base de sustentación. También una cierta capacidad para adquirir conocimientos y destrezas o desarrollar habilidades. Sea en un deporte, al dominar un instrumento, participar de una competencia de matemáticas, lograr la redacción de un texto bien escrito o cantar en un coro o una banda.

Es que ser creativo y disponer de una aptitud para crear, algo que sirve, que gusta, que importa y que puede dejar huella, proyecta hacia nuevos planes para demostrar capacidades y verse en perspectiva de avance. Savater aconsejaría: “Elegir caminos que lleven a otros caminos y no a encrucijadas sin salida”.

Otro elemento común de los adolescentes que saben “cuidarse” es la posibilidad de crecer junto a pares, con amigos, en ámbitos que protegen y estimulan. La pertenencia a una escuela, equipo, facultad, club, parroquia o iglesia, instituciones con las que se identifica y se define como miembro, es otro factor que conduce al autocuidado.

Estos requisitos son llamados “factores protectores”. El asunto es cómo se pasa de la teoría a la realidad; cómo se promueven en lo cotidiano y en los lugares donde están los jóvenes.

Para lograrlo hay que “poner el cuerpo”. Creo que la sana maduración de los adolescentes se hace a expensas de las coronarias de sus padres y formadores. La presencia, conocer sus verdaderas necesidades, alentando y modelando día a día, atestiguando la paternidad o maternidad, es la clave. Esto los conduce a una emancipación saludable y a poder criticar y denunciar todo lo que hoy los esclaviza y enferma.

Con esa base firme es posible que el adolescente con sobrepeso decida una alimentación equilibrada que evite complicaciones; es factible que un chico pueda rechazar los tóxicos que se le ofrecen, que descubra y recorra su vida sexual con responsabilidad, o que no suba al auto de un amigo alcoholizado.

En conclusión, el afecto comprometido y atento es la medida de prevención indispensable para que los demás métodos sean efectivos, al menos entre los adolescentes y jóvenes.

La respuesta la tenemos los adultos.

* Decano – Facultad de Ciencias Médicas - UNCuyo

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