Apenas 50 son los kilómetros que separan a Pretoria de Johannesburgo, pero al viajero le parecen eternidades. El sentimiento empieza a fluir en la misma llegada a la capital sudafricana.
Atrás quedaron el gris, la incertidumbre, el smog, la sórdida y descomunal silueta de la mayor metrópoli del país. Adelante, los paseos relajados, la exquisita arquitectura, el carácter amable, la historia seductora y los violetas en flor que brotan de los árboles, y que bien le justifican el mote a la “Ciudad Jacarandá”.
A aquello, la también conocida como Tshwane añade lo vital de su caleidoscopio racial, conformado principalmente por negros tswanas, sotho y zulúes, y blancos afrikáners (o bóers) e ingleses; cada grupo aportando a la pintura su cultura, su encanto y sus dilemas. Todo junto, todo lo expuesto, hace de Pretoria una de las urbes más atractivas de África.
Pluralidad étnica y arquitectónica
En el medio de la elegante y británica Church Square (Plaza de la Iglesia), unas señoras regordetas cocinan en delantal la carne y el clásico pap (especie de puré hecho con harina de maíz), a la sombra de toldos instalados por sus propios sudores. Los que salen de la oficina, forman fila para llevarse el almuerzo, que muchos comerán a mano suelta en algún banquito.
Camisas y cinturón, zapatos relucientes y dedos engrasados sirven de circunstancia al griterío en lenguas indescifrables y carcajadas sonoras. El contraste con la formalidad arquitectónica es glorioso. A mitad de la postal pasa una parejita de blancos, fugaces, igual de sudafricanos que los otros, aunque aparenten venir de un planeta distinto.
Ahí, en esa pluralidad étnica, ya se dijo, radica un imán de la cabecera administrativa de la “Nación del Arco Iris” (el rótulo no podía sentarle mejor). Más cuando el cuadro agrega inmuebles así de bonitos, los que rodean a la misma Church Square.
Al respecto, destacan el antiguo Parlamento de la ex provincia de Transvaal, el Teatro Estatal y los edificios de correos y de los bancos First National y Nederlandsche, todos híbridos de los estilos neoclásico y victoriano. También le cabe el traje al Palacio de Justicia, donde en 1963 el Proceso de Rivonia condenó a grilletes a un tal Nelson Mandela.
Pero si de Mandela y de historia se trata, nada como visitar los Unión Buildings (Edificios de la Unión). Ícono máximo de la ciudad, el complejo descansa sobre una tenue colina a pocas cuadras del centro, y le inyecta emoción a quién de insignes proezas gusta: de espaldas a la preciosa obra, el héroe popular pronunció un famoso discurso en 1994, el primero de un presidente negro en un país hasta entonces dominado por los blancos (el 15% del padrón).
Al frente y a los costados, jardines, arboledas y una inmensa alfombra de césped cortado al ras, sirven de pulmón a Tshwane, que de cualquier forma brinda otros muchos testimonios en materia de verdes y aire puro. Los parques Springbook, Burguers y Freedom (o de la libertad) y los jardines botánicos, por ejemplo, dan cuenta de ello.
Marcas del pasado
Mabhuti, que cuida los autos a cambio de migajas, pregunta si aparte hace falta una lavadita. Incluso cuando la respuesta es negativa, se aleja danzando, literalmente. Baila, sin más, porque así la vida se pasa mejor en este continente despiadado y fascinante, pobre pero honrado. A los pies los mueve con un ritmo envidiable, y uno le contempla las necesidades y piensa cómo hace para estar tan contento.
Igual que él, la mayoría de la población de color jamás entró al Vortreker Museum. Ubicado en las afueras de la urbe, el célebre museo evoca la gesta de los pioneros bóers (originarios de Holanda), en su arribo al sur de África (mediados del siglo XVII). Dueño de pomposos monumentos y ornamentaciones, el lugar repasa la hoja de ruta de quienes dieron vida a la raza afrikáner, llevaron a cabo la Gran Marcha (con la que conquistaron buena parte del territorio nacional) y fundaron Pretoria (una de las ciudades con mayor proporción de afrikáners en Sudáfrica).
Lo que falta en sus salas repletas de información y documentación histórica, es un mea culpa por haber creado y mantenido el Apartheid durante más de 45 años (1948-1994).
Ya de regreso en el centro, el viajero vuelve a caminar las calles y avenidas con rasgos de Europa y sabor a África, y a disfrutar del paisaje que ofrendan cantidad de universidades y embajadas (Tshwane es la virtual capital política del continente y, después de Washington, la metrópoli con más delegaciones diplomáticas del mundo).
En nuevo impulso, respira las bondades del asfalto, las hermosas construcciones que quedaron en el tintero (el Ayuntamiento, Melrose House, la Estación de Trenes…), el paso cómodo y despreocupado de 700 mil habitantes, los perfumes aromáticos y visuales del jacarandá.
Pegados a las agencias de turismo, insisten los vendedores con safaris por alguno de los muchos cotos de caza y reservas naturales de la zona, y la excursión al cráter Tswaing, herencia de un meteorito gigante. Todo a su tiempo muchachos. Al momento, el corazón está feliz en Pretoria.
Fútbol, rugby y paranoia
“¿Seguro que vas a estar bien solo? Acá tenés mi número de teléfono por las dudas”, “Cualquier problema que te surja, no dudes en gritar y llamar a la policía al instante”, “Cuidado con quién está a tu alrededor, hay muchos canallas dando vueltas hijo”. Frases como estas son materia cotidiana en Sudáfrica, uno de los países con mayor tasa de criminalidad en el mundo.
La sensación de inseguridad domina a la gente a niveles tales, que incluso genera paranoia. Y también discriminación, aunque sea de forma soterrada “Yo uso camisetas de fútbol porque me ayuda a sentirme más segura. Para mí así creo más “empatía” con el delincuente, si es que eso se puede lograr”, cuenta Mónica, una estudiante domiciliada en Johannesburgo. Múltiples análisis esconde la frase: en la nación africana, el fútbol es el deporte favorito de los negros, mientras que el rugby es el preferido por los blancos.
Con todo, Pretoria dista a años luz de la situación de Johannesburgo, y en la capital el visitante camina a gusto sin estar pendiente de las persecuciones mentales. Las precauciones a tomar son las mismas que en cualquier otra ciudad de este bendito planeta: preguntar a los que saben antes de entrar en rincones de apariencia poco amigables, y no ostentar bienes que puedan ser apetecibles para los maleantes.