Entre la serie interminable de extravagancias que se permite el gobierno nacional, en particular la Presidenta, se cuenta el repetido elogio del fracaso. Del fracaso de sus funcionarios y de las políticas que ponen en práctica, a lo que ahora se le agrega considerar como un triunfo el estrepitoso fracaso electoral del domingo pasado.
Se puede comenzar mencionando el ejemplo emblemático del ministro Julio de Vido y el inocultable fracaso de la política energética.
Su mayor logro, en una década, es el de haber conseguido llevar al país de una situación de exportador neto de energía y combustibles, por miles de millones de dólares, a una situación que desangra el balance comercial externo, importando para tal fin más de 10.000 millones de dólares por año.
No hace falta recordar los imaginativos proyectos de trenes de alta velocidad, anunciados por el secretario de Transporte, Ricardo Jaime, hasta hace unos días prófugo de la Justicia.
La lista sigue con el canciller Timerman tomando por asalto un avión militar norteamericano (que arribó a la Argentina para participar de un operativo conjunto) y procediendo -alicate en mano- a abrir la caja con las claves de seguridad militar de la nave. En la lista del funcionario se debe agregar, entre muchos otros, el irracional acuerdo firmado con Irán por el atentado a la AMIA.
No falta en esta apología del fracaso el vicepresidente Amado Boudou, con el uso de los fondos públicos en la remodelación de su despacho en el Senado, el cobro de los viáticos para él y sus amigos en viajes (efectuados o no) y, claro, el caso Ciccone, del cual ya se dijo todo lo que había que decir, excepto la última palabra de la Justicia.
Ocupan también un lugar destacado el ministro de Economía, Hernán Lorenzino, y la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, por el fracaso de las políticas de contención de la inflación y preservación de las reservas del Banco Central, que han disminuido unos 15 mil millones de dólares en un año y medio. O la ex ministra Nilda Garré, que pasó por Defensa y Seguridad sin obtener el menor resultado positivo, pero que a cambio de no lograr nada es premiada con una embajada.
Pero sin duda alguna que la “medalla de oro” en el elogio del fracaso le corresponde con todo derecho al múltiple funcionario Guillermo Moreno, hombre que se ocupa de todo, aunque todo le salga mal. Sus inventos son tantos y tan llamativos que ya han merecido numerosos libros, comenzando por la colosal mentira del Indec.
El funcionario que se propuso cuidar de la mesa de los argentinos comenzó hace ya más de un lustro destruyendo el prestigioso organismo estadístico nacional -hasta entonces respetado por todos- y falsificando no sólo las estadísticas de inflación, sino también las relacionadas a ese indicador. No satisfecho con ese avasallamiento, denunció penalmente a los consultores privados que se atrevieron a dar datos más reales y les aplicó multas siderales, que ya han sido desestimadas por algún juez sensato.
La lista de desastres de Moreno ocuparía páginas, pero no se pueden omitir en este listado al menos dos de los más graves: su política respecto de la carne, cuyo resultado es la reducción en más de 10 millones de cabezas del stock ganadero y el precio de la carne en los niveles más altos conocidos. Similar resultado ha conseguido con la producción de trigo: la menor área sembrada en más de un siglo, el precio de la harina triplicándose en un año y el kilo de pan a tres dólares oficiales.
La Presidenta elogia constantemente a este funcionario y a los anteriores, mientras que, por cierto, tanto más se elogia a sí misma. Pocas veces se ha visto tanto elogio del fracaso.