“Mi padre era un hombre de negocios de mucho éxito. Empezó de cero. Ningún empresario triunfa en los negocios yendo con una flor en la mano. Usa sus contactos, sella alianzas secretas, paga sobornos, financia ilegalmente a partidos y personajes políticos. Es el camino al éxito... (pero) cuando alguien intentaba hablar con él de negocios, cambiaba de tema y soltaba sus batallitas antifascistas de la clandestinidad. Para él, su viejo activismo político era como una esponja que limpiaba todo lo demás”.
Así dice el hijo de un rico empresario griego, beneficiario de grandes contratos de las Olimpíadas de Atenas 2004 (en las que Grecia gastó, sólo en obras directas para el evento, como estadios y villas olímpicas, unos 12.000 millones de dólares). Es una confesión ficcional, de la saga del griego Petros Markaris y su personaje, Kostas Jaritos, un policía honesto en un país devastado, que devela crímenes mientras cuenta la “tragedia griega” de los últimos años.
Una de esas novelas, “Pan, Educación, Libertad”, escrita en 2012, comienza el 31 de diciembre de 2013 a la noche. El 1 de enero de 2014, Grecia deja el euro y vuelve a su vieja moneda, el dracma. En los días siguientes Jaritos deberá resolver una serie de crímenes (como el del constructor malquerido por su hijo) circulando entre manifestaciones y pordioseros y viendo cómo se esfuma su sueldo apenas se lo depositan, cuando tiene la suerte de que se lo depositen.
El referéndum por el que, el domingo, 61% de los votantes griegos dijo "No" al enésimo plan de ajuste propuesto por la "troika" (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI) para seguir proveyendo de euros a Grecia, puso a ésta más cerca de la ficción de Markaris.
Está por verse si los gobiernos de la Unión Europea, en particular Alemania, ceden a la apuesta desesperada de Syriza (Coalición de Izquierda Radical, que asumió el gobierno en enero pasado) para salir de una espiral de ajuste y achicamiento que ya lleva más de cinco años.
En ese período, el gasto público griego se achicó 33%, pero también lo hizo su PBI, nada menos que 25%. En el último siglo y medio, ningún país del mundo -salvo en tiempos de guerra (Primera y Segunda guerras mundiales, Guerra Civil española) o durante la Gran Depresión- se empobreció tanto. La deuda griega, equivalente al 180% del PBI, sigue y seguirá siendo impagable.
Puestos a elegir, entre la prolongada asfixia del ajuste y el abismo de la eventual salida del euro, los griegos eligieron saltar. Ahora están en el aire y no saben dónde está el piso.
Las comparaciones del caso griego con la crisis argentina de 2001/02 abundaron estos días. Por cierto, la secuencia default-abandono del régimen monetario (la convertibilidad peso-dólar aquí, el euro allá) invitan a la analogía pero el caso griego es mucho peor.
No sólo por el achicamiento que ya sufrió o lo impagable de su deuda, sino también porque, a diferencia de la Argentina, que siempre mantuvo el peso, Grecia debería crear de cero una nueva moneda, que tendría bajísimo poder adquisitivo respecto de sus vecinos y significaría un brutal empobrecimiento adicional.
Hay once provincias argentinas más grandes que Grecia, cuya base productiva es misérrima: un cuarto del PBI depende del turismo y ayudas de la Unión Europea. Más de 80% consiste en servicios y su base agrícola-alimentaria no llega a 4%. Su principal industria es la naviera, dependiente de los vínculos con Europa y el resto del mundo.
¿A colación de qué, entonces, traigo el caso griego y a Markaris/Jaritos? A esa “confesión” del inicio. A ese relajamiento de los principios, a esa supuesta virtud usada como “esponja que limpia todo lo demás”.
¿Qué diferencia de fondo hay entre los grandes contratistas, proveedores y financistas de los gobiernos griegos de los últimos 14 años cuando, a partir de la vigencia del euro y el abaratamiento del crédito, se inició un festín de gastos (las Olimpíadas 2004 son apenas un botón de muestra) que los hizo multimillonarios a fuerza de prebendas y de inflar astronómicamente los valores de aquello que vendían al Estado?
¿Cómo se explica, si no, que un ex empleado bancario como Lázaro Báez se haya convertido en gran constructor de obra pública? ¿Que Cristóbal López haya ganado concesiones petroleras a lo pavote y expandido como nunca sus casinos o que los muchachos de Electroingeniería hayan multiplicado varias veces sus contratos con el Estado? Las explicaciones son sencillas: Lázaro era “chirolita” de Néstor Kirchner. Cristóbal se entendía bien con Néstor y Cristina. Gerardo Ferreyra (uno de los dueños de Electroingeniería) compartió algunos años de cárcel con el “Chino” Zannini, el “garante” de Cristina en la fórmula presidencial de Scioli.
La economía que dejará Cristina Fernández está lejos de la pesadilla griega pero merece atención. Reservas dibujadas, dólar e inflación prendidos con alfileres, déficit fiscal y emisión monetaria galopantes, no son una herencia atractiva para el próximo gobierno, que heredará además una situación social no mucho mejor que la que habían dejado los ’90. La pobreza bordea 28%, la informalidad laboral llega a 33%, la inseguridad campea, la educación y la salud siguieron deteriorándose.
“Mis padres querían legarme los privilegios que su generación había adquirido por su lucha contra la dictadura. Yo no quería”, dice Lukía, otra hija de un luchador de la resistencia a la dictadura griega de los coroneles, que se corrompe en democracia cuando factura su pasado.
En eso sí el caso argentino es peor a las novelas en las que Markaris refleja la putrefacción de la clase dirigente helena. Aquí la “lucha” y la “resistencia” de gente como los Kirchner no es siquiera una pasable ficción sino una lisa y llana mentira.
Por cierto, muchos hijos de la “juventud maravillosa” sufrieron pérdidas reales e irreparables. Pero muchos otros buscan medrar políticamente con un relato falso. A Mariano Recalde le fue mal el domingo pasado. Veremos cómo le irá a Máximo. En todo caso, la verdadera rebeldía empieza contra las mentiras de los padres.