La preparación del futuro: un Papa para tiempos de cambios

La preparación del futuro: un Papa para tiempos de cambios
La preparación del futuro: un Papa para tiempos de cambios

La renuncia del Papa conmovió al mundo, dejando perplejos a gobiernos, medios, y a más de mil millones de creyentes. Él manifestó, con plena libertad de conciencia y claridad, sus razones. Pero nosotros ¿las comprendimos en su profundidad? Podemos acordar en la grandeza, humildad y modernidad de la decisión, pero es muy distinto entenderla como un acontecimiento histórico o verla como germen de futuro, de extrema importancia para la vida de la Iglesia.

Una de las claves está en la globalización. El cristianismo, primera religión en devenir "universal", tras la conversión de Roma, signó al mundo conocido y al "nuevo" tras la "conquista de América". El Papa, reflexionando sobre los desafíos actuales, decía: "La sociedad global nos une pero no nos hace hermanos". Carente de verdad y de amor deviene en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente a discreción del relativismo ambiente".

Otra clave reside en el gobierno de la Iglesia que, a pesar de su tradicionalismo, tiene una estrecha dependencia con el "espíritu de los tiempos", no del tiempo cronológico sino de aquél que los clásicos denominaban kairos: el que nos toca vivir y determina cuáles son las exigencias de la actividad misionera eclesial en cada época, como lo señalara el propio Benedicto al anunciar su resignación:

"En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado".

El derecho canónico establece el oficio papal en el obispo de Roma, cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra. El obispo de la Iglesia Romana tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia.

Como supremo Pastor de la Iglesia, está siempre unido por la comunión con los demás obispos y con toda la Iglesia. No obstante, el derecho de determinar el modo, personal o colegial, de ejercer ese oficio según las necesidades de la Iglesia, es su personal competencia. En su ejercicio, los obispos están a su disposición cooperando de distintas maneras, entre ellas a través del Sínodo de los Obispos.

También es auxiliado por los padres cardenales y por otras personas y, según las necesidades de los tiempos, por diversas instituciones. Todas estas personas e instituciones cumplen, en nombre del Romano Pontífice y con su autoridad, la función que se les encomienda, para el bien de todas las iglesias.

El Pontífice romano también detenta la primacía de potestad ordinaria sobre todas las Iglesias particulares y sobre sus agrupaciones, encomendadas a su cuidado. También une a su ministerio pastoral universal el ejercicio soberano sobre el pequeño territorio del Estado del Vaticano, tarea compleja por la diversidad de instituciones que congrega y la burocracia formalista y desactualizada de la curia romana.

Debe reconocerse su clara visión en la restauración de la autoridad del Vaticano, tras la experiencia liberal del período post Concilio Vaticano II. Influyó en la doctrina, en las órdenes y miembros de la Iglesia en busca de una auténtica unidad. Esta reingeniería institucional engrosará sus méritos al tiempo de hacer un balance de su gestión, aun cuando minimizar en la jerarquía eclesiástica los referentes liberales y ecuménicos, podría agregar desacuerdos a los habidos con órdenes poderosas como la Jesuita, el Opus Dei y otras.

En su proyección secular, es claro que el mundo europeo y occidente han sufrido más el declinar de la conciencia católica en el mundo, donde se verifica el crecimiento del islamismo. En relación con éste, Benedicto XVI criticó la intolerancia y la supresión de la libertad de conciencia, con el propósito de ratificar que fe y razón no tienen por qué ser antagonistas. Criticó también la "guerra santa", afirmando que la violencia en nombre de la religión es contraria a la naturaleza de Dios y de la razón. En esta función ha tenido una singular influencia, la que en algunas oportunidades causó irritación en personalidades del protestantismo e islamismo.

Los temas más urgentes de nuestro tiempo: la crisis económica, el medio ambiente, la globalización, la solidaridad, el trabajo y el gobierno no estuvieron ausentes de su consideración, afirmando siempre el vínculo entre el amor y la verdad.

Por ello no vaciló en solicitar un perdón público a las víctimas de acciones pecaminosas de la Iglesia, reconociendo que la mayor persecución que sufría la Iglesia no radicaba en enemigos "externos" sino de sus "propios pecados" y prometió que los culpables responderán "ante Dios y la Justicia ordinaria". También criticó a las organizaciones políticas internacionales, que "deben cuestionar la eficacia real de sus estructuras burocráticas y administrativas, las que suelen ser demasiado caras", abogando por el uso razonable de los recursos naturales.

En otra de sus encíclicas, Benedicto XVI destacó la importancia de la esperanza cristiana en la sociedad actual. Frente a un mundo moderno materialista y aún ateo, la esperanza recuerda la fundación de la fe: la esperanza en el más allá. El Evangelio, no es sólo "una buena noticia", es el mensaje para que las cosas sucedan y para cambiar la vida porque Benedicto XVI quiere un futuro abierto para articular la doctrina social a una visión del hombre, ya que el problema del desarrollo está estrechamente ligado a nuestra concepción del alma humana, subrayando que esto no es un problema puramente técnico.

Benedicto afirmó que su resignación es una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia, lo que es indudable, dado que ejercerá gran influencia sobre la elección de su sucesor. Él intervino directamente en la elección del grueso del Colegio de Cardenales por lo que puede garantizar su legado conservador y elegir un futuro ortodoxo para la Iglesia.

Más que la composición del futuro Cónclave (117 cardenales electores: 61 europeos, 19 latinoamericanos, 14 norteamericanos, 11 africanos, 11 asiáticos y 1 de Oceanía), que una lectura superficial podría invitar a analizar, conviene fijar la atención en los requerimientos que tiempos de cambios acelerados establecen sobre cuáles han de ser las características espirituales, físicas, e intelectuales necesarias en el futuro Papa para transitarlos, manteniendo la unidad de la Iglesia. Estos atributos personales están en función de si se prevé un papado para un período corto o para un tiempo más extenso, o si será para tiempos tranquilos y estables, de transición, revolucionarios o de transformación.

Es indudable que estos son tiempos de crisis. Recordemos entonces que, para Benedicto XVI, la crisis debe ser "una oportunidad para el discernimiento" y para poner la capacidad del hombre al servicio de nuevos proyectos. Por ello su renuncia, más que un acontecimiento histórico, es la elección de un futuro, de un proyecto de vida para la Iglesia que el nuevo Papa ha de conducir.

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