La transparencia de los precios es una antigua y elemental práctica de protección del consumidor que en los últimos años había desaparecido casi totalmente. Por ello es conveniente reflexionar sobre el título del programa y preguntarnos ¿por qué hay que establecer por una norma especial que los precios sean “transparentes? ¿Es que los precios hasta ahora no eran transparentes? Y si no lo eran, cuáles son las causas y cuáles son los efectos, tanto sobre los consumidores como sobre los productores de bienes.
La primera causa del problema de la falta de transparencia de los precios es el mal endémico de la economía argentina, la inflación. Largas décadas de alta y persistente inflación han producido enormes distorsiones en las cadenas de precios, en los relativos y especialmente en la “memoria de precios de los consumidores”. En un país donde la moneda debió ser cambiada varias veces, donde la original perdió decenas de ceros en medio siglo, cualquier persona adulta no puede recordar precios no de años atrás, sino de meses o semanas. La inflación opera “borrando” periódicamente el disco rígido que registra precios, por eso nos asombra cuando alguna persona recuerda precios de cosas de hace algún tiempo pasado. La inflación obliga a los consumidores a vivir un eterno presente, el pasado se borró y del futuro nada sabemos, excepto que habrá inflación.
A ello se agregó en los últimos años una política alentada por el gobierno, y acogida con beneplácito por el comercio en general: pago en “cuotas sin interés”, sin deferencia alguna entre ese precio y el de contado. Consecuencia de ellos es que en buena parte de las compras lo que interesaba era la capacidad de pagar la cuota. A este enredo se sumó una política de los supermercados de “ofertas”, del tipo lleve 3 pague 2, o similares, más descuentos especiales según la tarjeta de crédito con que se abonaba la compra. Cuál era el precio real del producto sólo lo saben los directivos y profesionales de las cadenas de venta.
Otro factor muy importante de este engendro de “precios oscuros” es la economía cerrada, con altísimos aranceles o prohibiciones de importar bienes, economía cerrada que, con pocas excepciones, tiene vigencia desde hace décadas. Ahora el resto del país, no los mendocinos, se asombran y aprovechan el jubileo de compras en Chile a precios que son la mitad o menos que los de aquí. ¿Por qué ocurre esto?, porque Chile tiene una economía abierta y competitiva, la nuestra lo opuesto. Argentina no sólo no tiene una economía abierta, sino que la protección de décadas ha gestado sectores económicos oligopólicos, con capacidad de establecer precios.
En una economía cerrada, con escasa competencia interna y externa, las cadenas de comercialización se alargan, la mentada intermediación crece y crecen los márgenes de comercialización. Perjuicio a dos puntas, la diferencia en los productos primarios entre lo que recibe el productor y paga el consumidor suelen ser abismales. Agréguese a estos factores el sistema impositivo y de tasas por servicios, con impuestos como Ingresos Brutos que causan estragos en ciertas actividades. Los municipios de todo el país han establecido variadas tasas que son verdaderos impuestos. Ni hablar de las “diferencias” que hacen quienes pueden comprar y/o vender eludiendo, parcial o totalmente, esa enorme carga impositiva.
No puede dejarse de señalar que muchos consumidores, que prefieren consumir ahora y pagar después, o cuando “no haya más remedio”, han consentido la falacia de que comprar a plazo o al contado sea lo mismo o creído que la tasa de interés no existe.