Hasta el año 2007, la Argentina era un país que parecía normal. Aprovechando la fuerte devaluación de la moneda y la suba de los precios internacionales de las materias primas, se había generado un circuito de crecimiento con mayor empleo que, a su vez, generaba mayor consumo y dinámica en la actividad económica.
Digo que “parecíamos” porque la mayoría de las circunstancias que generaron el crecimiento no fueron una generación del Gobierno sino que eran el resultado de una crisis internacional que ya aparecía y, circunstancialmente nos beneficiaba.
Además, la liberación de fondos del “corralito” puso mucha plata en manos de personas que no querían volver a los bancos y alimentaron, entre otras cosas, un “boom” inmobiliario sin crédito.
Ya el Gobierno había puesto medidas restrictivas a las exportaciones de granos, carnes y leche, que habían comenzado a sentirse.
Caía el stock vacuno, desaparecían tambos y las viejas producciones de granos comenzaban a mutar hacia la soja, una estrella emergente por efecto de la demanda de China, convertida en una nueva e inesperada aspiradora de productos primarios.
Por eso digo que parecíamos normales ya que esas medidas no eran normales y muchos de los males que hoy estamos viviendo son una derivación de aquellas medidas arbitrarias.
Estas medias fueron completadas con retenciones a las exportaciones, que estallaron con la famosa resolución 125.
Desde ese año se comenzaron a acelerar las medidas de intervención en la economía, siempre acusando a los empresarios de ser responsables de las subas de precios, mientras el Gobierno se encargaba de inyectar grandes sumas dinero en el mercado, ya sea en forma directa o con subsidios.
Por otra parte, y como una excusa para no pagar rentas de los bonos ajustados por CER, el Gobierno comenzó a manipular el índice de Precios, mediante la intervención del Indec.
Este “dibujo” de los índices hizo que se obtuvieran tasas de crecimiento mucho más altas que las reales. Así, por efecto de estas tasas de crecimiento “truchas” el país debió pagar grandes sumas de dinero por el Cupón PBI, que rinde atado al crecimiento de la economía.
Desde 2002 hasta la fecha Argentina no ha sido un país normal y parece que todos nos hemos acostumbrado y hemos tomado las anormalidades como normales.
Mientras los empresarios ganaban plata y los trabajadores estaban ocupados y sus salarios crecían por encima de la inflación, todo parecía una fiesta virtuosa, pero en realidad era una fiesta viciosa.
Consecuencias de los errores
El Gobierno se envició en una fiesta cargada de anabólicos que hacían creer que teníamos un crecimiento descomunal mientras el mundo daba lástima.
Así, fue acumulando retraso cambiario, al usar al dólar como ancla para contener la inflación, pero todo le salió al revés, porque la inflación se aceleró, la perdida de mercados fue acentuándose por el atraso cambiario y los argentinos, expertos en estas tonteras, comenzaron a demandar cada vez más dólares.
Así, el Gobierno llegó a poner el cepo para la compra de dólares, a poner impuestos a las compras en el exterior y, cuando se le acabó el libreto, no tuvo más remedio que devaluar un 20% la moneda, en lo cual los funcionarios llaman a una “corrida contra el peso”, cuando no fue más que una pequeña corrección de una cadena distorsiones.
Desde enero a la fecha, se han seguido acumulando distorsiones, solo que el Gobierno consiguió paralizar la industria automotriz, complicar la producción industrial al impedir el pago de importaciones de componentes de productos fabriles y paralizar la economía al fijar tasas de interés cercanas al ritmo de la inflación.
Todo esto ya había paralizado la economía cuando comenzó el conflicto con el juez Griesa, pero al decidir del Gobierno, para no cumplir el fallo del citado magistrado, tuvieron que poner en marcha un plan alternativo que implica mayor emisión monetaria, tasas de interés negativas manteniendo el cierre de la economía, con la idea de incentivar el consumo interno.
Como es previsible, esto va a generar tensiones de precios, en algunos casos por causas reales y en otras, como siempre pasa, por las dudas. Y también se va generar mayor presión sobre el dólar paralelo.
Los nuevos enemigos
Por eso el Gobierno quiere resucitar la ley de abastecimiento, por eso la amenaza de aplicar la ley antiterrorista a los empresarios y muchas medidas represivas más que irán subiendo de tono a medida que las que vayan sacando demuestren su fracaso para, luego, aducir que hubo un golpe de mercado.
A partir de ahora se agudizarán los controles de precios, se pondrá acento en el abastecimiento, aunque el problema actual no es ese sino la falta de demanda.
También habrá efectos espectaculares con sanciones a empresas (que casi no tienen vía de apelar la medida), grandes multas y habrá equiparaciones de estos empresarios, a los que calificarán de “inescrupulosos” con los fondos buitres.
Por supuesto, habrá una caza de brujas acusando de especuladores a cualquiera y puede llegar a avanzar hasta el nivel que lo hace hoy Venezuela.
En este país se quiere combatir la especulación de los consumidores y, para que nadie compre más de lo que necesita, solo podrán ingresar al supermercado con su huella digital cargada en una base de datos biométrica.
Como se ve, todo sistema intervencionista solo puede avanzar con más intervención, y el problema básico, el que ha destruido toda la construcción del modelo kirchnerista, es la inflación, algo que los teóricos del gobierno niegan.
Ellos niegan que sus políticas monetarias expansivas sean las culpables de la inflación y se la asignan a los empresarios. Y cualquier argumento en contra es un resabio del neoliberalismo.
Nada nuevo. Nada que no se pueda prever. Nada que nos pueda sorprender, aunque todo era evitable para no hacerle pasar a los argentinos, otra vez, una cadena de penurias injustas.
Por Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes