Posverdad, mentiras verdaderas

Posverdad, mentiras verdaderas

Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar

Confieso que nunca terminé de entender muy bien esa frase de una canción de Divididos: “cuando la mentira es la verdad”, canta Ricardo Mollo en “¿Qué ves?”, del disco “La era de la boludez” (1993). ¿Qué quiere decir que “la mentira es la verdad”? Si es mentira nunca podrá ser verdad, pensaba. ¿Acaso una mentira puede transformarse en verdad? Más aún, una verdad aceptada por todos como verdad, ¿puede ser en realidad una mentira?

Después de mucho tiempo, quizás, la respuesta haya llegado de manera inesperada. Eso sí, con altura académica. El Diccionario de Oxford ha designado como palabra del año un neologismo con el que se trata de explicar desde la decisión británica de dejar la Unión Europea (el Brexit) hasta la victoria de Donald Trump en la elecciones de los Estados Unidos. La palabreja en cuestión es post-truth lo que en español puede traducirse como “posverdad”. No es que quiera complicarlos pero, al parecer, ya nada es cierto o falso, mentira o verdad, ahora también puede ser posverdad.

Para entendernos debería comenzar diciendo qué sería la “posverdad”, según Oxford: “Denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. El concepto intenta reflejar la diferencia que existe entre lo que sería la verdad revelada de lo que es la verdad sentida. Una editorial de The Economics lo explica como la “confianza en afirmaciones que se sienten verdad pero no se apoyan en la realidad”.

Cruzando a los eruditos de Oxford con Divididos y a su frase en el particular estilo compositivo de la banda, la posverdad puede ser tanto una mentira que se asume como una verdad como una mentira que se sabe que es mentira pero que la sociedad ha transformado en una creencia tan fuerte que se convierte en una “ verdad” ya que es compartida por el conjunto social.

Lo concreto, según expertos, es que para hacer política se está utilizando la mentira de manera cada vez más intensa y con más poder de influencia que nunca. Es una táctica, una manera de relacionarse con la sociedad. Se niegan los hechos, se desprecian los datos y las pruebas o evidencias. Cualquier parecido con la Argentina reciente no es pura coincidencia.

El éxito de esta forma de relación se debería a lo que David Roberts describió en la revista norteamericana Grist como un cambio en la manera en que la gente define su voto: Se elige tribu, se adoptan los principios de esa tribu y por último se seleccionan los datos que sostienen esas posiciones y se descarta el resto.

La posverdad circula por las redes sociales casi sin filtro, tanto que ha puesto en cuestión el rol que, sobre todo, Facebook ha tenido en la difusión de noticias falsas. No hablamos de puntos de vista diferentes sobre una situación sino de hechos falsos que se presentan como verdaderos. Un dato cierra el círculo: más de la mitad del tráfico de las plataformas digitales de los medios llega desde las redes sociales.

Así, Facebook se ha transformado en el multimedios más grande e influyente del mundo sin más director periodístico ni línea editorial que la que fija un algoritmo.

¿Quién genera esas noticias falsas? Sin duda que gobiernos, personas o grupos con intereses económicos y/o políticos en juego. En la campaña de los Estados Unidos se lo atribuyeron a la llamada alt-right (derecha alternativa), en nuestro país hay centenares de “trolls” que infectan las redes con noticias falsas que se viralizan y hasta arrastran a los medios profesionales.

Pero quizás el caso más relevante sea el de Rusia. Un artículo de Peter Pomerantsev publicado por el diario inglés The Guardian describe que el gobierno de Vladimir Putin ha llevado la metodología de difundir noticias e imágenes falsas con ejércitos de trolls a la escala de una guerra de información. Incluso existe un manual titulado “Operaciones de guerra psicológica y de información: breve enciclopedia y guía de referencia” que sirve de base para que los servicios de inteligencia y el ejército ruso desarrollen acciones de guerra no física. De ese modo han actuado en la crisis con Ucrania por Crimea (2014) y en Estonia, para provocar uno de los mayores ciberataques del que se tenga evidencia (2007).

Según los estrategas rusos, ya es posible derrotar al enemigo mediante una combinación de campaña política, económica, tecnológica, ecológica y de información. Las guerras del futuro, creen, no se librarán en el campo de batalla sino en la mente de las personas. Y desarrollan un concepto táctico central: el control reflexivo. Es decir “comunicarle a un adversario información preparada especialmente para inclinar su voluntad a tomar la decisión predeterminada que desea quien puso en marcha la acción”.

El asunto se plantea en las más importantes conferencias sobre seguridad internacional donde se propone que el mundo sea visto como “un sistema de relatos dentro de un paisaje discursivo”. Pomerantsev lo sintetiza señalando que “la nueva desinformación es barata, crasa e instantánea: se genera en segundos y se vuelca a internet. El objetivo parece ser menos el de establecer verdades alternativas que el de sembrar confusión sobre el estatus de la verdad”.

Estamos en la era de la posverdad, una era guiada por la convicción de que imponer un relato ganador es más importante que los hechos.

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