Por Leonardo Rearte - Editor de Suplemento Cultura y sección Estilo
El pequeño llora apretando los párpados con fuerza. Su mamá lo alienta con una media sonrisa, unos segundos antes de despedirse. La misión del niño de 4 años es ir con su hermanita de 3, agarraditos de las manos, a comprar a una despensa situada a varias cuadras de casa. Unos bifes, algunas papas y fruta. El mocoso sigue caminando, llora, mira para atrás (su mami ya no está), pero sigue. Tanto lagrimea el nene que a los pocos metros se agacha y busca en su mochilita un pañuelo, para sonarse los mocos. Mientras, la bebé, ajena a todo, ríe. Nuevamente de pie, nuestro héroe se rearma; él tendrá que rebuscársela para enfrentar por primera vez a... su propia ciudad. Casualmente, una de las más populosas y complejas del mundo: Tokio.
Sí, esto sucedió y sucede a 17 mil kilómetros de Mendoza, es decir a 19 horas y 40 minutos en avión, en una capital de 13 millones de personas. Estamos en Japón, donde se estrenó la temporada 26 de “Mi primer mandado”, un programa con cámaras ocultas que es un clásico de la televisión nipona. Un docu-reality con ribetes cómicos. La gracia reside en ver qué hacen los japonesitos cuando no los ven los padres y cómo se las arreglan para llegar a buen puerto y cumplir este tradicional recado primal (una costumbre que no se ha perdido en años). Esto de niños poblando a su suerte las calles del centro puede sonar raro por aquí, pero allá los pibes son criados para ser independientes, y las urbes están preparadas para aceptarlos.
En Occidente, más aún en América Latina, vivimos una verdadera desgracia silenciosa: las ciudades no toleran a los niños. El tránsito, la inseguridad, la falta de educación han hecho que escenas que eran de las más comunes en Mendoza (incluso en tu barrio) hayan desaparecido. Hoy es muy extraño ver niños transitando solos, sin que los padres estén preocupados por lo que les pueda pasar a la vuelta de la esquina; ya no hay grupos de chicos jugando en una plaza céntrica ajenos a la vista de un adulto responsable (quizá lo único que ha hecho envejecer a varias tiras de Mafalda), y menos aún pequeños tomando colectivos en soledad. Éstas son postales que sólo persisten en la memoria de los que tenemos menos pelo y más resignación.
Hay excepciones y, claro está, es una desgracia todavía mayor: los chicos que viven en las calles, buscando el sustento en la limosna o en el trabajo infantil. Y su penar diario es una muestra más del devenir tóxico de nuestras ciudades.
Niños primero... ¡minga!
Los especialistas dicen que la clave de que los grandes poblados japoneses sean “niños friendly” es, cuándo no, la educación. Como comunidad han aprendido el respeto por el otro, el estar siempre disponible si alguien necesita algo, más aún cuando son menores de edad los que requieren auxilio.
Es el pacto humano más básico del mundo y que a nosotros hasta nos parece quimérico: entre todos cuidarnos los niños.
La clave es la educación... y el sentido común: esos padres también hicieron su primer recado, y debieron echarse a volar solos décadas atrás, por lo tanto es algo que se asume con mucha naturalidad.
Alguna vez una psicóloga me dijo que nosotros estamos criando chicos muy maduros para las cuestiones prácticas: son ases de las tablets y opinadores seriales incluso de las cuestiones de pareja o de la realidad del país... Pero a la vez, súper inmaduros emocionalmente. A más de una mamá o papá se les hace un nudo en la garganta ante la sola idea de dejar a los jóvenes tomar el 80 solos. Y ellos mismos, los pibes, no están preparados para aceptar el reto. Hemos optado. Nos ganó el miedo. Los fantasmas de los delitos sexuales, las tremendas noticias que almuerzan con nosotros, y una sociedad que ha soportado una mamushka de crisis, decidió encerrar a los chicos jugando a la play y dejar que las ciudades sean mayormente ganadas por los autos y la indiferencia.
Podemos llegar a confiar en nuestros hijos, pero no en nuestros vecinos o comprovincianos. Y es una fisura tan grande en la sociedad que nos tiene así, resguardados de nosotros mismos.