Por qué necesitamos desarrollar personalidades artísticas - Por Fernando Viani

Por qué necesitamos desarrollar personalidades artísticas - Por Fernando Viani
Por qué necesitamos desarrollar personalidades artísticas - Por Fernando Viani

Iniciaré relatando un poco sobre mi vida musical y pedagógica. Estudié en Argentina y en Alemania, sigo muy activo como pianista y enseño música clásica en el piano desde hace aproximadamente 30 años.

Comencé con la pedagogía mientras cursaba en la Escuela Superior de Música de Mendoza en la calle Lavalle, luego continué con la docencia en Alemania y desde 2012 en el Conservatorio de Berna, en Suiza. Completé la Licenciatura en Piano en Mendoza, Master of Performance  y Konzertexamen (doctorado) en Karlsruhe y estoy pronto a terminar un Master of Pedagogy. Las edades de mis alumnos han variado entre los 3 años y medio hasta los 35; además de suizos y alemanes, he tenido estudiantes de Irak, Sri Lanka, Grecia, España, Italia, Brasil, Argentina, Venezuela, México, Francia, Rusia, China... Varios han visitado mis clases entre 15 y 18 años consecutivos. Casi todos han logrado alcanzar un nivel pianístico muy alto: varios estudian música o se recibieron, muchos obtuvieron más de 200 premios en concursos nacionales e internacionales, otros simplemente tocan el piano con holgura y la música ocupa un lugar importante en sus vidas.

Durante todos estos años a veces me he preguntado, cuál es el sentido de continuar con esta tradición a alto nivel, cuando uno mira la situación mundial, con infinidad de mujeres, hombres, jóvenes, viejos y niños perseguidos o muriéndose de hambre o de frío o escapando de guerras y ahogándose frente a las puertas de la rica Europa, por nombrar una de las realidades que nos abofetean diariamente, muchas veces me ha parecido que esmerarse por tocar bien el piano es una ocupación completamente inútil e irrealista.

Este largo camino como pedagogo, con tantos alumnos y alumnas que comenzaron desde muy jóvenes a cultivar profundamente una pasión, terminó convenciéndome que dedicarse a resolver limitaciones, a empatizar con las grandes mentes musicales de la historia de la música, a ampliar y desarrollar las propias habilidades, no sólo hace buenos músicos y pianistas, sino también seres sensibles y pensantes, capaces de percibirse a sí mismos y a su entorno, y a potenciar la percepción del valor intrínseco de cada uno por encima de lo superficial. Para resumirlo de forma muy general: me genera esperanza y me da sentido pensar que estoy formando seres humanos que se acercan más al ser creador que al destructor.

Generalmente, todo el proceso empieza sin pretensiones: las madres/padres inscriben a sus hijos o hijas para aprender a tocar el piano y la mayoría de las veces no tienen una meta específica, ni saben qué esperar, ni la cantidad de trabajo que hay que invertir.

Intento, en la primera charla, concientizar a la familia, de que nos metemos en una camino largo de esfuerzos personales. También aclaro, que los padres/madres tienen una función importante, ayudando, acompañando en el estudio, muchas veces estando presente en las clases y apuntalando psicológicamente.

Desde hace años se han estandarizado eslogans así: ¡Yo no quiero que mi hijo sea concertista!, o,  ¡Queremos que los chicos solo se diviertan!

Todos estos argumentos son válidos, pero hay que tomar en cuenta, que bajo la frase “aprender a tocar el piano“ hay toda una tradición de 400 años en la música clásica (incluyendo todos los instrumentos de tecla) y de unos 100 en la popular que le da un contenido cultural y concreto a esa oración. Las ideas que tiene cada uno sobre esto deben conversarse, posteriormente conseguir un consenso y, finalmente, elaborar un contrato pedagógico que contemple los intereses y capacidades de los niños, las aspiraciones de los padres y lo que puede y quiere dar la o el maestro.

Tengo siempre muy presente, que lo más importante son los niños y, que educar, no solo es desarrollar capacidades innatas, sino también influir, inculcar y sumar nuevos conocimientos. Todo esto requiere una gran responsabilidad y una ética que ponga por encima de todo la protección de la integridad de esas jóvenes personas.

Nunca se sabe cuál será el destino final que elijan los alumnos, por eso es muy importante que reciban una formación seria y sólida, que les deje las puertas abiertas a la mayor cantidad de posibilidades. ¡Cuánta gente he encontrado con el sueño frustrado de haber aprendido bien a tocar el piano y hasta de haber hecho una carrera musical!

No puedo extenderme mucho en este artículo sobre la metodología de mi trabajo, pero lo haré muy sintéticamente.

Divido el trabajo en tres fases: niñez, pubertad y pospubertad.

Las metas principales en la primera fase son incorporar el lenguaje musical; adquirir la destreza motórica, para abordar un repertorio más exigente y complejo; desarrollar un método de trabajo que permita estudiar cada vez más independientemente y despertar el mundo emocional como elemento comunicativo.

En la pubertad, además de seguir desarrollando todos estos elementos, es imprescindible intensificar la ejecución del piano como un medio de comunicación individual y personal.

La tercera fase (no la última) será ayudar a concientizar las propias emociones que emanan primero de forma intuitiva , para conducirlas luego racionalmente a través del piano e identificarse  finalmente como pianista.

Además de una metodología clara, estoy convencido que lo que más ayuda a desarrollar a todos estos jóvenes, es que se los contagie de la fuerte  pasión que se siente por la música, y que ellos perciban el respeto, la confianza y la esperanza que se pone en cada uno de ellos.

He visto crecer muchísimos niños y niñas al lado del piano y éste pasar a ser una parte constitutiva de su personalidad; he visto a familias enteras trabajando en equipo por el piano; he visto el orgullo y el placer en las caras bajando del escenario, porque saben que han hecho algo irrepetible y bello, y que han alcanzado con mucho esfuerzo.

Queda siempre la esperanza que acompañar y ayudar en todos esos años de búsqueda de conectarse con su propio mundo interior, que aprender a proyectar ese mundo hacia el público sublimado a través del piano y, que darle forma a las emociones perfiladas por la razón, generen una persona más en este mundo, que busque la belleza, que respete a los demás, que dé valor a la vida y que, como artista, nos haga soñar por un momento, despertando nuestro propio mundo emocional.

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