Estados Unidos está inundado de niños refugiados de países centroamericanos en problemas; los esfuerzos por contener el brote del Ébola en África Occidental están agotando a los gobiernos de los países afectados; los yihadistas se han creado un sangriento califato en Irak y Siria; después de haberse anexado a Crimea, Rusia sigue tratando de obtener más territorio de Ucrania; y el alto comisionado de la Organización de Naciones Unidas para los refugiados acaba de anunciar que "el número de refugiados, solicitantes de asilo y personas desplazadas dentro de su propio país supera, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los 50 millones de personas".
Si parece que el mundo del desorden se está expandiendo a costa del mundo del orden, no es nada imaginario. Tiene una desafortunada lógica.
Están convergiendo tres grandes tendencias. La primera es lo que uno de mis profesores, Dov Seidman, llamaba el número creciente de gente "no libre" en el mundo: los millones de habitantes que "han alcanzado cierto grado de libertad pero que aun así no se sienten libres pues ahora están conscientes de que carecen de la libertad más importante".
Seidman, autor del libro "How" y director ejecutivo de LRN, empresa que asesora empresas multinacionales en gobernación, señala que si bien ha habido mucha atención justificada en los efectos desestabilizadores de la desigualdad de ingresos, al mismo tiempo está surgiendo otra desigualdad, igualmente desestabilizadora: "Es la desigualdad de libertad y ésta causa más desórdenes."
Esto quizá suene raro. Después de la caída del Muro de Berlín y el derrocamiento de algunos dictadores durante la primavera árabe, ¿cómo es que haya más gente que se siente "no libre"?
Seidman examina el mundo a través de dos marcos: la "libertad de" y la "libertad para". En años recientes, sostiene, "más gente que nunca ha alcanzado su 'libertad de' diferentes autócratas en varios países".
Ucranianos, tunecinos, egipcios, iraquíes, libios, yemenitas por nombrar solo unos cuantos. "Pero muy pocos están logrando la libertad que realmente apreciamos", agrega. "Y esa no es solo la 'libertad de' sino la 'libertad para'".
La "libertad para" es la libertad para vivir la vida, expresar las ideas, fundar un partido político, crear nuestro negocio, votar por cualquier candidato, buscar la felicidad y ser nosotros mismos, sin importar nuestra orientación sexual, religiosa o política.
"Proteger y habilitar todas estas libertades", explica Seidman, "requiere leyes, reglamentos, normas, confianza mutua e instituciones que solo pueden crearse con base en valores comunes y por gente que crea que está en una jornada de progreso y prosperidad junto con todos los demás."
Esos sistemas e instituciones legales basados en valores son precisamente lo que muchas sociedades no han podido crear después de haberse desembarazado de sus autócratas.
Es por eso que el mundo actual puede dividirse en tres categorías de países: aquellos que tienen lo que Seidman llama un "orden sustentable", es decir, un orden basado en calores comunes, instituciones estables y políticas de consenso; los países con un orden impuesto con mano de hierro, un liderazgo vertical o apuntalado en las ganancias del petróleo, o una combinación de esas dos cosas, pero sin instituciones ni valores realmente comunes; y por último, países enteros sumidos en el desorden, como Irak, Siria, los de América Central y regiones cada vez más grandes de África del centro y del norte, donde ni el puño de hierro desde arriba ni los valores comunes desde abajo mantienen en pie al Estado.
El orden impuesto, explica Seidman, "depende de tener poder sobre la gente y autoridad formal para lograr fidelidad e inspirar obediencia", pero estos dos factores cada vez son más difíciles de sostener en nuestros tiempos de ciudadanos con facultades, informados y conectados, que fácilmente pueden colaborar para deshacerse de cualquier autoridad que consideren ilegítima.
"Ejercer el poder sobre el pueblo", agrega, "cada vez es una tarea más esquiva y costosa" -ya sea por el número de personas que haya que matar o encarcelar o por la cantidad de dinero que haya que gastar para anestesiar al pueblo y volverlo sumiso o indiferente- "y a fin de cuentas no es sustentable."
El único poder que será sustentable en un mundo en el que cada vez hay más gente con "libertad de", sostiene Seidman, es "el poder basado en dirigir una conversación bidireccional con el pueblo, un poder que esté basado en la autoridad moral que inspire una ciudadanía constructiva y cree el contexto de la 'libertad para'".
Pero, ya que generar ese liderazgo y esas instituciones sustentables es difícil y requiere tiempo, ahora tenemos más vacíos de desorden en el mundo, donde la gente se ha ganado la "libertad de" sin haber construido la "libertad para".
El mayor desafío para el mundo del orden es colaborar para contener ese vacío y llenarlo con orden. Eso es lo que está tratando de hacer el presidente Barack Obama en Irak, requiriendo a los iraquíes que establezcan un gobierno incluyente, junto con acciones militares de Estados Unidos contra los yihadistas. De otro modo, nunca habrá un verdadero orden autosustentable y el pueblo nunca será libre.
Pero contener y reducir el mundo del desorden es una tarea enorme, precisamente porque significa una reconstrucción de tal magnitud que está más allá de la capacidad de cualquier país.
Y esto nos lleva a la segunda tendencia perturbadora de la actualidad: lo débil y desmembrado que es el mundo del orden. La Unión Europea está empantanada en un bache económico y de desempleo.
China se comporta como si estuviera en otro planeta, feliz de viajar gratis en el sistema internacional. Y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, está reviviendo las fantasías zaristas en Ucrania, mientras el mundo yihadista del desorden avanza desde el sur.
Agreguemos a esto la tercera tendencia y empecemos a preocuparnos en serio: Estados Unidos es el poste central que mantiene en pie a todo el mundo del orden.
Pero su incapacidad de ponerse de acuerdo en políticas que aseguren su vitalidad económica a largo plazo - una ley de inmigración que abra el camino a inmigrantes con talento y energía; un impuesto al carbono independiente del ingreso, que reemplace al impuesto sobre la renta y al corporativo; empréstitos del gobierno a estas tasas bajas para reconstruir la infraestructura y crear empleos, estableciendo gradualmente el equilibrio fiscal de largo plazo - es la definición misma de miopía.
"Si no podemos hacer el trabajo duro de crear alianzas en lo interno", señala David Rothkopf, autor de "National Insecurity: American Leadership in an Age of Fear", libro de próxima publicación, "nunca tendremos la fuerza ni la capacidad de crearlas en el resto del mundo."
La guerra fría implicó dos visiones rivales de orden. Esto es, los dos lados estaban de parte del orden y lo único que se necesitaba hacer en Occidente era colaborar en la medida necesaria para contener al comunismo que venía del este. Ahora las cosas son diferentes.
Es un mundo de orden en contra de un mundo de desorden. Y ese desorden solo puede contenerse si el mundo del orden colabora consigo mismo y con los pueblos del mundo de desorden para crear la "libertad para".
Pero "crear" es mucho más difícil que "contener". Requiere mucha más energía y recursos. Debemos dejar de perder el tiempo en lo interno, como si este momento fuera lo mismo de siempre.
Y nuestros aliados reales y tácitos también deben despertar. Preservar y expandir el mundo del orden sustentable es el desafío de liderazgo de nuestros tiempos.
Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times - © 2014