El kirchnerismo nacional comenzó a ordenar su oferta electoral y con ello a desandar la transición, ese camino que muchos dirigentes K imaginaron tortuoso en demasía. No fueron muchos pero fueron contundentes los gestos que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner dio para que quedaran en carrera sólo dos precandidatos presidenciales, Daniel Scioli y Florencio Randazzo, y desistieran de la pelea aquellos dirigentes que no lograron posicionarse ante la opinión pública o que directamente habían esbozado candidaturas testimoniales con el objetivo de negociar espacios en listas legislativas. En la provincia de Buenos Aires, el principal distrito electoral del país (concentra casi 40% del padrón), el kirchnerismo también está llevando adelante esta misma depuración y de los 12 dirigentes que estaban anotados hasta hace dos semanas sólo quedan tres con chances de dar pelea en una primaria que se prefigura extremadamente reñida. El jefe de Gabinete, Aníbal Fernández; el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, y el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza.
A nivel nacional, Scioli corre con ventajas sobre Randazzo no sólo por la amplia diferencia que marcan las encuestas. También por el apoyo que el gobernador consigue entre sus pares. Esta adhesión, que no es nueva, comenzó a hacerse más evidente en los últimos días a partir de que la Presidenta pidió ordenar la puja de poder interna del Frente para la Victoria (FpV). Los gobernadores que se han expresado a favor de Scioli son el mendocino Francisco “Paco” Pérez; el sanjuanino José Luis Gioja; la catamarqueña Lucía Corpacci; el tucumano José Alperovich; el salteño Juan Manuel Urtubey (aunque tras su reciente triunfo electoral condicionó su adhesión a que primero haya un compromiso de los presidenciales con todas las provincias del Norte, liga que el propio gobernador re-reelecto quiere liderar); el riojano Luis Beder Herrera; el formoseño Gildo Insfrán; el jujeño Eduardo Fellner; el chubutense Martín Buzzi (pese a que está algo molesto con el pedido de su rival, Mario Das Neves, para que su boleta esté también atada a la figura de Scioli) y el misionero Maurice Closs. A ellos se suma el rionegrino Miguel Pichetto, quien tiene casi asegurado su triunfo en su provincia el próximo mes. Debido a este apoyo casi en bloque de los mandatarios provinciales en favor de Scioli, el secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini, está realizando pedidos a los gobernadores sciolistas para que realicen actos o gestos de adhesión para con Randazzo a fin de equiparar un poco la relación de fuerzas entre los dos precandidatos presidenciales del oficialismo.
El kirchnerismo tiene un mes por delante para acordar el cierre de listas nacionales. La decisión es que los cargos legislativos pasen primero por el cedazo de Olivos, lo cual tiene una importancia particularmente especial en el caso de Mendoza. La resistencia de Cristina Fernández a que el gobernador Pérez encabece la lista de diputados nacionales sigue intacta. Queda un mes y del hecho de que esto se destrabe depende nada menos que el apoyo de la administración nacional a la candidatura de Adolfo Bermejo en las elecciones del 21 de junio (para las que también quedan cuatro semanas).
La lapicera de la Presidenta también será protagonista a la hora de elegir los compañeros de fórmula de Scioli y de Randazzo, que tendrán ADN “cristinista”, aseguran todas las fuentes. Ni el gobernador ni el ministro han puesto reparos para que esto no sea así, aunque Scioli preferiría compartir la boleta con alguno de los gobernadores que se han sumado a la “ola naranja”. En la danza de nombres de posibles candidatos a vicepresidente, de uno y de otro contendiente, aparece siempre el de Axel Kicillof. Pese a que el ministro de Economía no consigue buena aceptación en las encuestas nacionales -tiene 10 puntos más de desaprobación que la Presidenta- es mencionado en la tómbola de posibles vicepresidentes sin cesar, como si fuera “un número puesto”.
Lo de Kicillof es llamativo: el ultra-kirchnerismo no deja de ensalzarlo como un cuadro político al mismo tiempo que el ministro toma medidas antipopulares para las clases medias, como su exigencia a gremios y empresarios de colocar un techo a las paritarias de alrededor de 27%, para que la inflación no se desmadre y, en todo caso, sean los trabajadores los que terminen pagando el costo de un déficit fiscal enorme financiado básicamente por emisión (lo que implicará una nueva pérdida en el poder adquisitivo, como la de 2014, más la caída de la actividad y de los niveles de empleo).
En este contexto, el rumor firmemente instalado en el mundo empresario de que Kicillof continuará como ministro de Economía en caso de que Scioli o Randazzo sean electos presidente, llama todavía más la atención. En la Rosada algunos piensan que sería una señal, sobre todo del gobernador bonaerense, para conservar el voto cristinista. Sin embargo, en el sciolismo insisten con que el mandatario ya tiene un equipo de trabajo definido y que “no habrá sorpresas”.
De todos modos, como señalábamos al principio de esta columna, la transición ya está en marcha, más allá del rol protagónico que tendrá Cristina Fernández a la hora de diseñar las listas que irán colgadas debajo de las boletas de Scioli y Randazzo. Por más ceñido que sea el corset elaborado por la jefa de Estado y su círculo áurico, en el peronismo nadie duda de que será el presidente electo -si es que es del FpV- quien terminará por liderar la política en los próximos cuatro años. “No hay lugar para slóganes viejos como el de ‘Cámpora al gobierno, Perón al poder’”, sostuvo el salteño Urtubey en los últimos días para marcar un límite a aquellos que pretenden alargar el poder de Cristina Fernández más allá del 10 de diciembre. Scioli, siempre atento a no confrontar con la Presidenta, adhiere a esta idea pero la expresó más amablemente: “Cristina será una fuente de consulta por su experiencia”, dijo.
La posibilidad de que la Presidenta lidere la lista nacional de los candidatos para el Parlamento del Mercosur o de que vaya como cabeza de la boleta de diputados nacionales por Buenos Aires, es sostenida por el núcleo duro del kirchnerismo como contraofensiva a ese peronismo ortodoxo que expresan los gobernadores. Sin embargo, en los contactos que la jefa de Estado mantuvo con los líderes oficialistas, que sirvieron para ordenar la primaria nacional y la bonaerense, Cristina Fernández dio a entender que no irá en ninguna boleta. Los caciques del interior leyeron en esto la garantía presidencial de que habrá un trasvase de poder ordenado.
Pero los gobernadores deberían ser conscientes de que, como en el truco, la mentira es parte del menú de cualquier cierre de listas. De ahí que algunos dirigentes sigan sosteniendo que Cristina Fernández se guardará una carta fuerte para último momento: la posibilidad de usar su nombre y apellido para inclinar la PASO nacional en favor de un candidato o para excluir de las listas a los dirigentes que no gocen de su simpatía. Este interrogante, junto a los candidatos a vice de Scioli y de Randazzo, será develado en sólo un mes, el 20 de junio.
La oposición, en tanto, tiene menos tiempo aún para definir de qué forma enfrentará al oficialismo en las PASO del 9 de agosto. El 10 de junio expira el plazo para inscribir los frentes electorales y por estas horas sigue siendo fuerte la presión del establishment económico para que Mauricio Macri y Sergio Massa unan sus fuerzas para vencer al kirchnerismo. Macri -aunque lo niegue- mandó a sus principales operadores a convencer a Massa para que baje a competir por la gobernación bonaerense en nombre de toda la oposición. Massa, pese a la fuga de dirigentes de su espacio, se muestra irreductible y exige una PASO nacional de toda la oposición. Para tranquilidad del gobierno nacional, las últimas declaraciones de referentes del PRO, de sus aliados de la UCR y las realizadas por el propio líder del Frente Renovador, hacen pensar que el acuerdo está muy lejos de concretarse. De este modo, la oposición corre el riesgo de abrir una ancha avenida para que el kirchnerismo transite sin sobresaltos hacia una victoria en primera vuelta.