Unos 35 chicos ya no podrán merendar o desayunar en el comedorcito de la Isla del Río Diamante, en San Rafael, que atendían Marta Gallardo y su esposo. Cansados de los robos -cuatro en poco tiempo- la familia decidió dejar el barrio y afincarse en el departamento de General Alvear.
Dos veces por semana Marta y su familia -integrada por su esposo y dos niños- ayudaban a los más necesitados que ellos, brindando el desayuno y la merienda. El único sustento era el sueldo del hombre que era empleado en una bodega local.
La mujer elaboraba tortas, bizcochuelos, tartas y otras cosas caseras para darle a los chiquitos, mientras que recibía la colaboración de la gente del Club Lechero con la leche para darle en especial a los más pequeños.
Marta y su gente vivían en la Isla del Río Diamante desde hace dos años, pero en el último año fueron víctimas de los delincuentes que se llevaron gran parte de las cosas de la casa.
“Estamos en Alvear, nos cansamos de que nos robaran”, comentó el matrimonio. Y agregó que les robaron cuatro veces en menos de un año, y el último robo ocurrió durante el fin de semana largo de principio de diciembre.
En sólo una hora los ladrones se llevaron electrodomésticos, garrafas, elementos de la cocina, ropa de cama, mercadería y todo lo que encontraron a su paso. Además rompieron todo, dejaron abiertos muebles y roperos, con las cosas revueltas.
Lamentando el no poder seguir ayudando a los chicos del barrio, decidieron irse del lugar, alojarse con la familia en General Alvear y empezar de nuevo en el vecino departamento.
La zona donde se encontraba el comedor -la casa de Marta- es un barrio urbano marginal ubicado en la parte sur de la ciudad, distante unos siete kilómetros del centro. Durante años fue señalado como un lugar conflictivo, de difícil acceso, pero también allí residen gran cantidad de vecinos, trabajadores, que e también viven cansados de los delincuentes.
Muchos de los pobladores estaban agradecidos con la labor de este matrimonio, que desinteresadamente le daba desayuno y merienda a gran cantidad de los chiquitos del barrio. Si bien no era todos los días, “ayudaba mucho, porque a veces uno no tenía qué darle a sus pibes”, señaló una vecina.
Las razones por las cuales podrían haber sido objeto de los robos no son conocidas tanto para las víctimas como para la gente de los alrededores. “Habrán creído que como daban la leche a los niños tenían dinero de sobra, que podían tener escondida la plata”, agregó la mujer.
“Estoy trabajando en Alvear ahora, tuvimos que venirnos por los robos”, dijo a Los Andes telefónicamente el esposo de Marta.
Algunos cumpleaños, los días del Niño eran festejos que se hacían en el comedorcito. Esos días el número de chicos se multiplicaba, a veces llegaban a ser 70 pequeños que llegaban a compartir además de la leche y algo de comer, un momento de juegos y de diversión.