No hay nada más importante que cuidar la mente y tener un buen funcionamiento intelectual. Una de las premisas a la que llegaron los especialistas en prevención y cuidado de la salud cerebral es que quejarse constantemente atrofia el cerebro.
Precisamente, esta es una costumbre demasiado arraigada en la sociedad actual. Las personas tienden a quejarse por una infinitud de razones: algunas se quejan para expresar su insatisfacción o para desahogarse emocionalmente.
También están quienes lo hacen como una forma de obtener atención o empatía por parte de los demás y también están quienes usan la queja como una estrategia para evitar responsabilidades o para justificarse.
Un estudio de la Universidad de Stanford comprobó que estar expuestos a quejas de otras personas deterioran el funcionamiento del cerebro. Asimismo, se reveló que exponerse a tan solo 30 minutos de quejas diariamente puede perjudicar el cerebro al estropear las neuronas del hipocampo.
El Dr. Travis Bradberry, autor del libro How Complaining Rewires Your Brain For Negativity, señala en su obra que quejarse constantemente hace que el cerebro lo normalice para que las futuras quejas aparezcan más rápidamente.
De este modo, el cerebro deduce que es más fácil pensar de forma negativa que positiva, independientemente de lo que sucede en el entorno. “Quejarse se convierte en tu comportamiento predeterminado, lo que cambia la forma en que las personas te perciben”, afirma el doctor.
Los profesionales de Stanford utilizaron imágenes de resonancia magnética de alta resolución que les permitieron detectar vínculos entre las experiencias de vida estresantes y la exposición a largo plazo.
“Cuando estamos estresados o frustrados ya sea por algo que ocurre en nuestro entorno o por tener una conversación complicada, el cuerpo interpreta que está en peligro y comienza a liberar sustancias que tienen como fin ayudar a pasar esa situación de emergencia”, describió la médica neuróloga, Lucia Zavala.
¿Hay manera de revertirlo?
“El cerebro y cuerpo tienen la tendencia a adaptarse al estilo de vida que uno tiene. Si no llevamos una vida neurosaludable, el cerebro no va a tener la misma neuroplasticidad o capacidad de adaptación”, enfatiza Zavala, afirmando también que “el estilo de vida y ambiente en el que vivimos nos afecta y estos efectos no son del todo ‘reversibles’, ya que pueden provocar cambios en la actividad genética”.
Las personas que trabajaban a diario para cultivar una actitud y pensamientos de gratitud experimentaban un mejor estado de ánimo y energía. Esto sería algo así como detectar cuando se están experimentando pensamientos negativos para modificarlos y pensar en algo positivo.