Por favor, que nadie olvide este julio de 2014. Guárdenlo para siempre. Prohibido desalojar de la memoria desde dónde arrancamos y hasta dónde llegamos. De qué lugar venimos y a cuál pudimos trepar. Que cuando no tengamos fuerzas para encarar algo, podamos mirar una y otra vez la fiereza de la Selección argentina en el Mundial de Brasil. Que aparezcan cientos de especiales gráficos, radiales y televisivos sobre estos tipos, por favor.
Que nadie se dé el lujo de relegar qué estaba haciendo, dónde y con quiénes en los penales de Romero, o qué se te atragantó cuando Mascherano le tapó el gol a Robben en el minuto mil. O qué ropa tenías puesta cuando Maxi rompió a Cillessen y pasamos a la final después de 24 años de ostracismo copero.
Que no se pase por alto ese abrazo sincero entre perfectos desconocidos cada vez que Messi y compañía enfrentaban a las torres europeas y avanzaban de fase. A no olvidar, porque cada vez que lo traigamos a la mente será motivo de ensayar una mueca parecida a la felicidad.
Más allá de la profunda amargura que arrojó el pitazo final ante los alemanes, hagámonos el favor de sentirnos orgullosos de todo esto que nos pasó en un tiempo social, político y económico delicado. Cada vez que la pelota gira a nuestro favor recobramos la sonrisa. Es automático. Que así sea siempre, por favor.
Perdón, señor Alejandro Sabella. Usted entró en la historia grande y tiene que disculpar a todos aquellos que tanto lo resistieron a lo largo de este proceso como DT de la albiceleste. Perdone las desconfianzas y los planteos a los planteos de sus planteos. Disculpe si en alguna ocasión mermó la falta de apoyo o si hubo resistencia a sus decisiones y estrategias. Sepa disculpar, cuarenta millones de técnicos ofrecieron persistentemente un mejor equipo que el que usted tenía pensado. Perdón por cantarle los cambios. Perdón por no cambiar nunca.
Sabrá disculparnos, Marcos Rojo. Usted estuvo en un sitio cuasi jocoso en la previa del asunto. Perdone, no lo conocíamos a fondo como a otros. Por no saber de su hambre de gloria y ese anhelo de quedar en el recuerdo permanente del fútbol argentino. Y usted, Sergio Romero. Deje entre renglones las críticas infundadas y esa mochila de cemento que alguna vez supimos colgar sobre sus hombros.
Y gracias. A todos estos guerreros que embanderaron un sueño hasta el punto más alto de Río de Janeiro. Gracias por provocar esas multitudinarias manifestaciones de alegría en cada rincón de nuestra geografía. Cuánto las necesitábamos, cuánto las extrañábamos, cuánto las extrañaremos.
Gracias por enfrentarse a las súper potencias en ese clima insoportablemente hostil que ofrecieron nuestros hermanos brasileros. Esos vecinos que no nos habían olvidado, y que nunca jamás nos olvidarán.
Expresiones de gratitud a diestra y siniestra. Por encadenar cada avance rival. Por cada ida al piso, por cada cabezazo y cada herida. Por Messi y el gran Mascherano. Por los goles vitales. Por las gotas de sudor de nuestro Enzo Pérez. Por jugar con la garra de todos los que no pudimos estar ahí.
Gracias, porque con nosotros como tinta indeleble, ustedes escribieron otro cuento más en la rica historia del deporte universal. Un cuento que, ineludiblemente, continuará por los carriles del compromiso, la solidaridad y el esfuerzo innegociable.
Por favor, siéntanse campeones, ustedes ya lo son. Perdón por tan poco. Y gracias por tanto.
Pablo Philippens - @PabloPhilippens