Un batallón de expertos altamente cualificados se prepara para exterminar, sin piedad, a miles de ratas dispuestas a aprovechar el traslado del enorme mercado de Tsukiji, en Tokio, para asaltar la capital japonesa
Tras 83 años de ajetreada vida gracias a sus subastas de atún, Tsukiji, el mercado más importante del mundo de productos del mar, frutas y verduras, cierra a principios de octubre.
El traslado al moderno emplazamiento de Toyosu, en la bahía de Tokio, es de una amplitud sin precedentes: en cinco días, unas 900 empresas cambiarán de emplazamiento, dejando atrás unos puestos en los que cada día vendían 3.000 toneladas de mercancías, entre 480 tipos de pescado y 270 variedades de frutas y verduras, ingresando 15 millones de euros.
Pero el espacio que dejan, de 23 hectáreas, también acoge "decenas de miles" de ratas, atraídas por los desperdicios del pescado y el laberinto de alcantarillas, según Tatsuo Yabe, especialista en desratización.
Miles de camiones y carretas participarán en el traslado, que generará toneladas de desperdicios, un festín para los roedores que habitan en el lugar.
"Probablemente empezarán a desplazarse en masa cuando se den cuenta de que pasa algo raro", explica un responsable de la ciudad de Tokio encargado de la operación antirratas de Tsukiji. Pero "la verdadera batalla comenzará con el cierre del mercado", previsto el 6 de octubre, asegura.
Los agentes municipales ya preparan sus armas para evitar que los animales invadan el barrio vecino de Ginza y siembren el terror entre sus tiendas de lujo y restaurantes de renombre.
Apoyados por exterminadores experimentados, obstruyen las salidas de los numerosos caños y alcantarillas y tapan el menor resquicio en las barreras.
Cuando comiencen las verdaderas hostilidades, erigirán una fortaleza inexpugnable de acero de tres metros de alto alrededor de la zona. En el interior de este perímetro, avanzarán con máscaras para atrapar a las ratas por sorpresa, detalla el comandante de las operaciones, bajo condición de anonimato.
Para asegurarse de que todo sale bien, también desplegarán 40.000 chapas cubiertas de pegamento, trampas, y 300 kilos de veneno.
Y si, a pesar de todo, los temerarios roedores logran escapar, se toparán con los vigilantes propietarios de los bares y restaurantes de la zona.
"Es aterrador", reconoce uno de ellos. "Algunos vecinos alimentan incluso a los gatos callejeros" con la esperanza de que maten a los roedores. "Miren hasta qué punto estamos alerta", cuenta este restaurador de 56 años.
Como muestra del nerviosismo de los comerciantes, una asociación del barrio creó el año pasado un equipo especial antirratas, al acecho del menor movimiento que pudiera anunciar una invasión de roedores.
"Pedimos a nuestros clientes que tengan cuidado de no dejar las puertas abiertas, porque las ratas de las alcantarillas pueden aparecer en cuanto empiece la mudanza", advierte Kazuya Takahashi, empleado de una empresa de desratización.